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Entreabrí los ojos. Veía algo borroso y me dolía muchísimo la cabeza.

-¡Cariño! ¡Despertaste! ¡Voy a avisar a tu madre! - Amanda salió corriendo de... ¿de la habitación?

¿Y por qué estaba ella aquí?

-¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? No recuerdo nada.

-Te desmayaste. No sé por qué, pero de pronto paraste de andar y te quedaste inmóvil. Y unos momentos después te habías ido del mundo real. - Amaia sonrió, enredando su mano en mi pelo. - Estás en el hospital. El médico ha ido a analizar las pruebas que te han hecho.

Intenté recordar. Lo último que recuerdo es aquel parque... ¡Ella! Ya se lo que pasó.

-¡Hijo mío! ¡Cariño! ¿Que te ha pasado? - Mi madre me achuchó.

-Mamá suelta. No soy un bebé. - Me sonrojé y ella me soltó, riéndose, nerviosa. -La vi. A ella.

Nos pusimos serios.

-¿A quién? ¿A quién viste?

Levanté la mirada, todos los ojos estaban puestos en mí.

-A la asesina de papá.

-No... no, no. No cariño, te equivocas. A tu padre no le asesinó nadie, yo... Él murió de cáncer. Lo sabes, lo sabes, él murió de cáncer. - Le temblaba la voz. No, en realidad, ella temblaba.

-¿Cómo asesina? ¿Laura? ¿A tu marido le mataron? - Ella negó, pero Amanda no se dió por vencida. Vino hacía mí y me sujetó fuerte las muñecas. - ¿Qué es lo que sabes? Dímelo.

Mi madre estaba al borde de un ataque. Su novia era jefa de policía. Iba a contárselo. Tenía que hacerlo. La muerte de papá no se quedaría impune.

Sin embargo, mis palabras las dirigí a mi madre.

-Recuerdo aquella mañana. Papá, la abuela Carmen y tú llegásteis a casa de la abuela Clara. Llorando, le contaste el diagnóstico. Cáncer. Muy avanzado, al parecer, porque la segunda y última revisión hacía tres meses no daba positivo, según la doctora Martín, la sustituta mientras la verdadera médica estaba de baja por maternidad. Casualidad que un año antes, en la primera revisión de papá también le atendió ella. Y que fuera su clienta siendo él abogado. Se llevaban bien, tan bien que se enamoró de él. Y papá la rechazó. No una, ni dos, ni tres, sino miles de veces. Y Jimena, la doctora Martín, decidió vengarse. Los oí hablar. A papá y a ella. Había pasado un año desde que se lo diagnosticaron. Pero llevaba dos años luchando contra el cáncer sin saberlo. Lo confesó, fríamente. Así no habría cura. Finalizó la discusión diciendo: hubiera​ sido más fácil una cita, ¿no? Y no volví a verla hasta hoy. Por su culpa un año después la vida en su interior se esfumó en una fría y vacía habitación de hospital. Por su maldita culpa se fue el brillo de los ojos a un niño de diez años, a un adolescente de catorce, a una mujer joven y a una anciana que acababa de recibir la noticia de que el cáncer no solo se llevó a su esposo cinco años atrás, sino que había vuelto a por su hijo. ¡Destrozó a una familia entera y se cobró la vida de un hombre sólo porque no quiso una cita con ella!

Cuando acabé me di cuenta de que estaba llorando y dándole la mano a mi madre. ¿Cuándo...? Da igual.

Amanda asintió.

-Esa mujer acabará en prisión cómo que me llamo Amanda Rey. No os preocupéis, mañana empezaré la búsqueda. Laura, amor, vas a seguir trabajando o... - Asintió al decir lo de trabajar. - Esta bien. Amaia, preciosa, llévale a casa. Por favor.

[...]

-¿Estás bien?

-Sí, no te preocupes, Amy. - Fingió enfadarse.

-¡No me llames Amy! ¡Me llamo Amaia!

-Pero quiero acortarlo. - Me acerqué más a ella y susurré.

-Pues... Llámame Maya. En serio, llámame. - Me guiñó el ojo.

Reí. Sólo ella, aparte de mi familia, sabía que me gustaba leer. En mi grupo de "amigos" alguien que lee es rápidamente convertido en un pardillo. Si ellos supieran todo de mí...

Nos quedamos mirándonos, en silencio, echados sobre mi cama. Con una sonrisa en la cara. Una de las pocas sonrisas verdaderas mías. Una de las tantas sonrisas tan hermosas de Amaia. Esas que adornaban su cara e iluminaban la más oscura estancia en la que se encontrase. Las que son capaces de derretir el corazón más frío existente en el mundo.

¿Cuántas veces nos habrán dicho que si somos novios? Muchas. La verdad es que tienen razón: haríamos una buena pareja. Pero no funcionaría. No lo hizo la primera vez y no habrá una segunda.

De pronto sonó su móvil.

-Oh, una cadena de WhatsApp. Nada importante.

-Pues léela. A ver que cosas dicen. - Me gustaba leerlas para ver que decían.

-Lee esto hasta el final, sino, perderás al amor de tu vida. - Rodamos los ojos. - No pertenecemos a nadie y, sin embargo, somos de esa persona. Esa persona que nos hace reír en medio de un mar de lágrimas derramadas. De la que hace que un cosquilleo recorra nuestro cuerpo al verla. Por la cuál parecemos un tomate, de lo rojos que nos ponemos con el más mínimo​ e insignificante roce. De la que nos provoca inseguridades si parece que le gusta alguien. De esa persona que tenemos miedo a perder. Aún así, no nos arriesgamos a decir todo​ lo que sentimos antes de que nos arrebaten algo que todavía no hemos conseguido. Así que, adelante, envía esto a la persona que tenías en mente leyéndolo. Yo ya lo hice.

Nos miramos.

-¿De quién es el mensaje?

Abrió mucho los ojos.

-Bruno. El chico nuevo. El que me gusta. - Sonreí y le indiqué que le había mandado otro mensaje. Lo leyó en voz alta: - Vi esto y pensé en ti.

[...]

-Oye, pensaste en Ana ¿verdad? - La miré.

-¿Por qué tendría que pensar en...? Ohhh, la cadena.

Pero no. Estaba confuso porque la chica que me había aparecido en la cabeza distaba mucho de ser mi novia.

-No pensaste en ella. No lo hiciste. - Dijo, pensativa. - No quiero que me digas en quién pensabas, solo que reflexiones con quién deberías estar verdaderamente. - Se puso de pie. - Me voy, es tarde. Gracias por invitarme a comer. Pero la cena voy a rechazarla. Adiós.

Me besó en la mejilla y desapareció de mi habitación.

[...]

Tras la cena subí al tejado. Y sí, ella ya estaba allí.

-Hola, ángel. Tengo una propuesta para ti.

-Dime.

-No nos conocemos mucho, por eso creo que cada noche empezando por mañana hablaremos de un tema para conocernos mejor. De música, de miedos, de esperanzas... De todo. ¿Que te parece? - Sonreí. Era una chica de lo más peculiar.

-Genial, sólo una cosa. ¿Por qué mañana y no hoy?

-Porque esta noche llegas tarde y me voy pronto. Adiós ángel.

-Adios, diosa.

Se volvió a escabullir rápidamente, igual que cuando la conocí, con la única diferencia de que esta vez me besó en la mejilla.

Se fue dejándome pensando en ella, pues aquella melena pelirroja y aquellos hermosos ojos verdes y azules aparecieron en mi mente esta tarde, ocupando el lugar en el que debería haber estado Ana.

La chica del tejadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora