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Apenas desperté supe que todo había cambiado.

Mamá estaba acostada en la cama, después de que ayer tomase de nuevo las pastillas antidepresivas que dejó tiempo atrás. Hoy no irá al hospital a trabajar.

Amanda se ha ido más temprano que de costumbre, quiere empezar a investigar el caso de mi padre.

Yo tengo un justificante firmado para faltar a las clases después del recreo, ya que esas horas las ocuparé haciendo declaraciones sobre Jimena. Podría haber faltado el día entero, con el permiso de mis madres, pero decidí ir. Es lo mejor.

Tras vestirme y coger las cosas me monté en la moto, rumbo a la pesadilla que la gente llama instituto, o sea, a la cárcel de los estudiantes.

Pensándolo bien, haberme quedado en casa no suena ahora tan mala idea. Demasiado tarde.

-¡Amor! - Ana se lanzó a mis brazos.

Escondí mi cara entre su pelo. Si no fuera por las clases me quedaría allí todo el día. Se siente tan bien...

Pero el carraspeo burlón de nuestros amigos nos interrumpió el abrazo.

-Buitres envidiosos... - Les dije. Ellos rieron.

-¿Envidiosos nosotros? Ni que fueras más guapo que los demás. Eres el más feo del grupo. Además, ¿a qué viene lo del buitre? - Fingí enfadarme por lo de feo, pero una pequeña sonrisa se coló en mis labios y desenmascaró lo que verdaderamente sentía.

-Porque buscáis a cualquier tía que esté dispuesta a una noche con vosotras. Sois cómo buitres, siempre pendientes de ver quién de vosotros pilla la mejor carne. - Rieron, pero no lo cuestionaron.

-No todos buscamos el amor, hermano. No por ahora.

-Yo tampoco lo buscaba, y mírame.

-Enamoradito perdido - Se burlaron.

Eso era lo que todos creían y lo que debía aparentar. Con Ana tenía la excusa perfecta y ella me gustaba y mucho. ¿Por qué no intentarlo? Quizás acababa enamorado de verdad.

Pero todavía seguía dándole vueltas a la cabeza sobre por qué pensé en mi diosa cuando Amaia me leyó el mensaje. Y también en sus palabras...

-No pensaste en ella. No lo hiciste. No quiero que me digas en quién pensabas, solo que reflexiones con quién deberías estar verdaderamente.

Era lógicamente imposible que la chica del tejado, esa de la que ni siquiera sabía su nombre, me gustara. No, no se podía. ¿Pero acaso el destino no es así de caprichoso?

[...]

-¿Vas a la cafetería?

-No, no tengo hambre. - Respondí.

-Oh, esta bien. Ayer no contestaste a mis mensajes. - Hizo un puchero. - Me tuviste preocupada. Y fui a tu casa a la hora de comer​ y no había nadie.

-Ay, cariño no te preocupes. Me fui con Amaia a dar una vuelta y me mareé un poco. Al parecer me desmayé y estuve unas horas en el hospital. Después pasé el resto día en mi cama viendo películas hasta que me quedé dormido y no cogí el móvil en ningún momento. Solo eso.

-¿Estás enfermo? ¿Qué te dijo el médico? - Suspiré.

-Nada. Sólo que fue un simple mareo muy común en estudiantes. Debido al estrés de las clases y eso.

-¿Seguro sólo fue eso?

-Segurísimo. - La di un corto beso en los labios y sonrió. - Me tengo que ir, mi madre quiere que me haga algunas pruebas más por si acaso, ya sabes. Te hablo esta tarde y quedamos un ratito, ¿vale? - asintió.- Te quiero, amor.

La chica del tejadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora