Cerró los ojos dejando que la música lo relajara. Se esforzó por poner la mente en blanco, echando de ella informes, llamadas apremiantes y tensas e interminables reuniones. Respiro ampliamente llenando sus pulmones y vaciándolos por completo, repitió la acción las veces necesarias para notar que parte del estrés que lo apabullaba dejaba de oprimirle el pecho. Lo notó remitir levemente pero no se fue por completo. Nunca se iba. Ni el cansancio. Estaba exhausto. Agradecía la pasión de su nuevo chofer por el chill out, cada mañana y cada noche lo acompañaban las mejores versiones de Café del Mar. Esos viajes eran sus pocas oportunidades para desconectar, para volver a un lugar y una época en la que fue más feliz. Esa música le recordaba a Abbi. Escuchándola le era imposible no rememorar los atardeceres en la playa tomando una copa en el Louge Bar del Wol mientras sus manos jugueteaban como preludio de lo que después pasaría entre las sabanas de su habitación. La echaba de menos. La tenía al lado, dormía pegado a ella pero la echaba de menos porque estaba más lejos que nunca. Hubo un tiempo en que se hacía insistentemente una pregunta, la cual no compartía con ella por miedo a lo que pudiera desencadenar. Quería saber en qué momento habían partido en direcciones opuestas y un día el mismo pudo darse la respuesta, San Francisco. Irónicamente la decisión de irse a vivir allí juntos para estar más cerca fue la que los alejo. Antes se veían cuando Henry se podía escapar para pasar unas semanas con ella o algún esporádico pero intenso fin de semana. El resto del tiempo el teléfono e internet salvaban levemente la distancia. Hablaban durante horas, se añoraban exageradamente, sus cuerpos parecían morir cuando se separaban y rebosaba de vida cuando se reencontraban. Por eso Henry dio el paso y le pidió que vivieran juntos. Verla a diario, tenerla siempre para poder besarla y acariciarla, aquella idea era un sueño hecho realidad. Abbi acepto. Y fue aquel el momento, aquel preciso instante en el que una pequeña hebra del hilo que los unía se rompió. Cargaba en el equipaje una profunda pena por alejarse tanto de su familia. Estaban muy unidos y la idea de verlos solo escasas veces al año la deprimía. Por ello la euforia de los primeros días de convivencia fue convirtiéndose en ella llorando a escondidas, a veces taciturna y en muchas ocasiones irritable. Además que él no que tuviera un buen carácter, aun que intentaba dominarlo no podía evitar llegar muchos días harto y frustrado por trabajar en algo que odiaba, hacia qie las discusiones fueran una parte de su relación. A todo ello tenían que sumarle lo de Sang Jae y sentirse despreciado por su amigo no ayudaba nada. Cuando Abbi encontró trabajo las cosas mejoraron poco a poco pero había algo en ella que no iba del todo bien. Henry lo notaba, y ella pensaba que no. Pero simplemente evitaba hablar de ello, por qué sacar ese tema y que ella por fin dijera lo que estaba deseando hacer, lo hundiría. Si ella se iba, si volvía a casa no lo soportaría. Aún con las peleas, aún con la relación a medio morir él quería estar a su lado. No quería volver a vivir cada uno en una punta del país y que el tiempo y la distancia esfumara del todo el amor que ella le tenía. Exasperó en alto y su chofer lo miró por el retrovisor. Odiaba Adyoon, si no fuera por esa maldición que le había caído sobre la espalda todo hubiera sido distinto. Él hubiera montando un restaurante en la playa, habrían comprado una casita cerca y seguro que incluso estarían esperando ya su primer hijo. Se recostó sobre el asiento y apoyo la cabeza en el respaldo echando un vistazo afuera. Parecía que hacía mucho frio. Ni si quiera había gente en los puestos de comida callejeros.
"¿Comida?" Como si tuviera que recordarlo concienzudamente se percató de que no había comido nada desde el desayuno. Miró la hora, eran las ocho de la tarde. Su cuerpo se había mantenido todo el día a base de café, no era el primera vez que lo hacía. No sabía cómo lograba mantenerse sano. Mando parar a Su-Ro en la primera tienda de alimentación que vio para que le comprar algo de comer, no quería llegar a casa y devorar como un loco mientras Abbi lo mirar con inquisitiva desaprobación por no preocuparse por su salud. Mientras esperaba recibió un mensaje. Era Hye Sun. Le preguntaba cuando tenía libre para reservarle mesa en el restaurante de su tío. Jo In Sung era toda una eminencia en el mundo de la cocina coreana. Era todo lo que Henry aspiraba a ser en el pasado, antes de tener que esclavizarse. El contesto que el veintiuno de Marzo, era una fecha algo alejada pero no dudaba que seguirían en Corea y quería hacer algo especial con Abbi por su cumpleaños. Antes de que ella lo contestara, el teléfono comenzó a sonar entre sus manos.
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Recordé quien era.
RomantikAbbi había abandonado muchos caminos para estar con Henry, excepto uno. El único camino que la abandonó a ella antes de poder elegir. Y ahora, ocho años después, vuelve a cruzarse en su vida.