[Nota: Este capítulo puede quebrar corazones y provocar la Tercera Guerra Mundial. Están advertidos, no digan luego que no lo hice (?)]
El pitido intermitente que llegaba a sus oídos lo fastidió, así que se llevó ambas manos a los oídos, pero se percató entonces de que ambas se encontraban vendadas. Movió los dedos, pero la sensación de tenerlos cubiertos resultaba molesta, así que chasqueó la lengua con profundo fastidio. Abrió los ojos y enfocó el techo, de un níveo blanco, y permaneció quieto, contemplándolo en silencio, a medida que su cerebro procesaba la información e intentaba rememorar dónde se hallaba presente y cómo había llegado allí, mas la secuencia de datos resultaba confusa. Recordaba el episodio en la posada de los Katsuki, y haber recorrido la ciudad bajo la lluvia, arrastrando la maleta consigo, pero después...
Nada.
Se frotó la frente en un intento desesperado por tratar de acordarse, pero el pitido incesante de la máquina impedía su concentración. Jaló la intravenosa con fastidio, y en esos instantes levantó los ojos justo a tiempo para contemplar a una enfermera internarse precipitada en la habitación. Ambos guardaron silencio por unos segundos, asimilando la situación, hasta que ella finalmente abrió la boca.
— Disculpa, iré a anunciar que has despertado.
Y, tan simple como eso, retornó sobre sus pasos y abandonó el sitio.
Él decidió no prestar atención a ello, y continuó analizando su estado. Percibió que tenía más vendas: En la cabeza y en el tórax. Intentó tomar asiento para acomodarse (Era un fastidio tener que estar acostado todo el rato), y necesitó de la ayuda de ambos brazos para impulsarse lo suficiente... Pero había algo que no encajaba.
Descubrió rápidamente sus extremidades inferiores y, aunque éstas se hallaban presentes, no respondían a sus intentos por moverlas.
¡No respondían!
Arrojó la manta que lo cubría hacia un costado, y se centró únicamente en sus piernas, pero sin importar lo que hiciera, no era capaz de moverlas. Sus ojos se abrieron desesperados, y unas lágrimas escaparon de forma irremediable.
—No... —no podía creerlo—. No, por Dios —se llevó los brazos a las rodillas, e intentó doblarlas. No percibió el más mínimo contacto—. Por favor, no...—rogó en silencio. Cerró los ojos y más lágrimas huyeron de ellos—. ¡No! —gritó con todas sus fuerzas.
Gritó con toda la capacidad de sus pulmones, un grito desgarrador que, con toda probabilidad, se hizo oír en todo el edificio.
Unas personas se apresuraron a entrar: Se trataba de Yakov y Lilia, en compañía de algunas enfermeras.
—¡Yurachka!
Pero él no prestó atención a sus presencias: Continuaba, en vano, intentando mover las piernas, pero no podía. ¡Era imposible!
—¡Maldita sea! ¡Maldición! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡No! ¡No, no, no! ¡Que alguien me diga que es una broma! ¡Debe ser una maldita broma! Por favor, por favor...
—¡Yurachka, tranquilízate!
Lilia y Yakov se acercaron lo suficiente y lo sujetaron de los brazos, pero Yuri batalló contra ellos con todas sus fuerzas. Una de las enfermeras corrió hacia el pertus, e inyectó una sustancia en el punto de inyección. Yuri continuó retorciéndose inútilmente, a pesar que no era capaz de mover la parte inferior de su cuerpo, hasta que las fuerzas fueron abandonándolo poco a poco y que todo se tornara oscuro una vez más.
.
.
.
—¡Yurio!
Abrió los ojos con pereza. Su vista enfocó un rostro que contempló borroso por unos segundos, hasta finalmente distinguir unas gafas características que reconocería en cualquier otro sitio.
—¿Cerdito? ¿Qué haces aquí?
Se llevó la mano a la frente. Se sentía tan confuso que una gran cantidad de recuerdos e imágenes dispersas se arremolinaban en el interior de su mente, creando un torbellino turbio repleto de caos.
Pero no tuvo tiempo a continuar pensando y desenredando ideas: Los brazos de Yuuri rodearon su cuello y él permaneció estático y perplejo, sin siquiera mover un músculo.
—¡Es mi culpa! ¡Es todo mi culpa! ¡Perdóname, Yurio! ¡Soy un idiota! No debí... —el resto de las palabras se transformaron en un flujo incoherente de sílabas mezcladas con sollozos exagerados. El abrazo se volvió más apretado, y él percibió que su corazón se aceleraba.
No obstante, la realidad cayó sobre él como un cubo de agua fría: Sus piernas.
Sumido en un shock, no replicó a ninguna de las palabras que habían brotado de la boca de Yuuri. Sus manos, temblorosas, se aferraron a las sábanas, y cuando Yuuri finalmente se apartó —mencionando algo que él no alcanzó a escuchar— las lágrimas se derramaron de sus ojos.
No podía mover las piernas.
Estaba perdido.
Todo, lo había perdido todo.
La puerta se abrió de nuevo, pero él no elevó la cabeza para contemplar a Viktor internarse con un ramo de rosas blancas en mano y una expresión de la más absoluta lástima.
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[NO ME MATEN. No habría hecho esto si no tuviera un buen plan en mente, así que les pido que confíen en mí. Todo tiene una razón de ser, incluso los más mínimos detalles.]
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Promesa de conquista
FanfictionTras cinco años, Yuri Plisetsky regresa a Japón con un único fin: Conquistar a Katsuki Yuuri.