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Fue Yakov el que propuso que conduciría el coche a pesar de las protestas de Yuuri, quien no tuvo más remedio que cederle las llaves luego de haber ajustado el GPS que lo dirigiría hasta su hogar, y tomó asiento en el asiento del pasajero. Yuri lo acompañó, sintiendo aún la cabeza en las nubes porque le resultaba costoso creer que todo eso estaba ocurriendo en realidad. Es decir, había vivido un amor no correspondido por casi siete años, y ahora eso pasaba a ser historia.

Contempló a Yuuri por el rabillo del ojo, y su mano buscó la ajena. Ese repentino gesto sobresaltó a su amado, quien lo observó con una sonrisa tímida y correspondió entrelazando sus dedos con los de él. Yuri se llevó la mano al rostro en un intento pobre por ocultar el sonrojo que se apropiaba de sus mejillas, pero Yuuri la apartó para contemplar esa expresión y, con esa acción, ambos estaban tan cerca el uno del otro, que él no tuvo más remedio que abalanzarse sobre sus labios de nuevo, y devorarlo a besos. Yuuri correspondió de nuevo, pasando sus brazos en torno a su cuello. Los dedos de Yuri se colaron bajo la ropa y descubrieron la desnudez de su espalda. El contacto de su mano casi fría con la piel cálida ocasionó que Yuuri se erizara y se abochornara.

Ah, mierda.

Yuuri era más de lo que él podría jamás pedir. Su amor por él era mayor del que podría haber imaginado y, ahora, tras todas esas horas de Skype en las que se dedicaron a conocerse mejor el uno al otro, estaba seguro de que no podría amar a nadie más que a él.

Ya no pudo resistirse. Obligó a Yuuri a recostarse sobre el asiento mientras él se dedicaba a besar su cuello. Su amado jugueteó con sus largos cabellos, y ahogó un gemido.

Yakov carraspeó ruidosamente.

—Comprendo que están desesperados, pero ¿No podrían al menos aguardar a que lleguemos a destino?

Ambos volvieron a enderezarse, tan rojos que casi despedían humo por las orejas, y decidieron detener sus deseos antes que éstos los hiciera llegar demasiado lejos frente al pobre Yakov. Aun así, sus manos continuaron unidas por el resto del viaje, y sus miradas a veces se encontraban, ansiosas.

No había duda alguna: Ambos estaban perdidos el uno por el otro.

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La casa era un poco más grande de lo que había podido imaginar. Tenía una fachada completamente occidental, y era completamente blanca. Un pequeño jardín de flores variadas ofrecía la bienvenida, y en el porche se hallaba un banco con una maceta de lirios dispuesto hacia uno de los costados. Yuuri se apresuró a abrir y a brindarles acceso.

El interior era incluso más grande de lo imaginado. El vestíbulo se hallaba repleto de cuadros con cada una de las medallas que Yuuri había ganado durante su época de patinador artístico. Fotografías de diversos tamaños se hallaban colgando de las paredes, muchas de ellas mostraban a Yuuri en compañía de sus rivales extranjeros. Había una de la fiesta del Grand Prix que Yuri había ganado a los quince: En ella se veía a Yuuri pasando los brazos alrededor de los hombros de Yuri y JJ mientras presumían sus medallas. Él no pudo dejar de sonreír ante la expresión que él mismo tenía en la fotografía: Se hallaba muy feliz, pero en ese entonces también estaba enojado por culpa de la relación entre Viktor y Yuuri, así que su expresión era una mezcla entre júbilo y disgusto.

Yuuri los condujo hasta el living de la casa, y ambos se encaminaron hacia el lugar con miradas cargadas de curiosidad. El sitio, a diferencia del vestíbulo, tenía las paredes colmadas de cuadros (Algunos de muy mal gusto). También había un televisor inmenso, al igual que un equipo de sonido que parecía muy costoso. Los sofás estaban dispuestos en forma de L y había una mesita de café en el centro con una maceta de cactus y algunas revistas acerca de patinaje.

— ¿Desean café? —Cuestionó Yuuri mientras él y Yakov tomaban asiento en uno de los sofás—. También tengo algunos cupcakes que compré esta mañana en la confitería de la esquina.

Negó con la cabeza, pero Yakov aceptó el café de buen gusto. Yuuri desapareció a través de la puerta, y no mucho después retornó con la taza en las manos, la cual ofreció a Yakov, quien agradeció con un simple asentimiento. Yuuri, entonces, tomó asiento sobre el sofá que se encontraba hacia uno de los costados y, cuando su mirada se encontró con la de Yuri, se mostró visiblemente abochornado.

—Debo admitir —comenzó—, cuando recibí la llamada de Yakov no supe qué hacer. Me sentía nervioso, por otra parte estaba emocionado, y una pequeña, se hallaba disgustada.

Yuri arqueó las cejas.

— ¿Disgustada?

—Es que... —Yuuri jugueteó con sus pulgares y sonrió nervioso—, habíamos prometido que nos veríamos de nuevo en una competencia de patinaje, y que yo te apoyaría desde las gradas.

Yuri enmudeció por unos instantes, y luego rió.

— ¡Idiota! —exclamó—. ¿Piensas que tengo la suficiente paciencia para esperar a que eso suceda?

—Bueno, no, pero...

—En el momento en que admitiste que yo te gusto ya debías prever que esto sería lo que ocurriría.

Yuuri sonrió con suavidad e inclinó la cabeza.

—Aún deseo verte pisando la pista de patinaje una vez más —enunció en voz baja—. Todas las noches, antes de dormir, rezo porque lo consigas.

El silencio se cernió sobre los tres, pero entonces Yuri se puso de pie y, apoyado en el bastón, se acercó al equipo de sonido. Extrajo un pendrive del bolsillo, el cual insertó en una de las ranuras, y encendió el aparato. No mucho después, una melodía comenzó a sonar, una denominada An Historic Love, de Trevor Morris.

La expresión confusa en el rostro de Yuuri lo obligó a explicar. Sus mejillas se hallaban tan rojas que necesitó desviar las facciones para que no lo viera.

—He pensado que, cuando pueda volver a la pista, tú patines conmigo esta canción.

Nuevamente se hizo el silencio. Yuri creyó que Yuuri tan solo estaba escuchando la melodía pero, cuando lo notó, percibió que algunas lágrimas se derramaban de los ojos de su amado. Sus ojos se abrieron con consternación, y Yakov se acercó y le ofreció algunas palmadas en la espalda.

— ¿No lo sabes? —Dijo Yuuri entre sollozos—. Yo no podré volver a patinar... jamás.

Promesa de conquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora