Y se fue... No para siempre, sólo tres meses, o eso me prometió. Pero aún así, me dejó vacío, sentía un hueco dentro, cómo si me hubieran quitado una parte de mí. Y ahora sólo pienso... ¿Se puede extrañar a un amor que nunca ha sido tuyo? Supongo que sí.
Ana me dejó de lado, aunque tampoco me importaba, no es que me apeteciera mucho verla. Mis supuestos amigos, no volvieron a dirigirme la palabra y ahora, cuando me ven pasar, me miran con superioridad, cómo hacían con el resto; y eso si se dignan a mirarme. Pero tampoco eso me extraña, cómo ya dije, sólo me querían por la popularidad que causaba entre las chicas.
Mi hermano y su novio se marcharon de nuevo a la universidad. Jennifer no volvió a comunicarse con nosotros, a pesar de que nos había dicho que necesitaba explicarnos algo, supongo que habrá que esperar a que Marco vuelva para saberlo.
Mis madres estaban bastante preocupadas por mí, porque ya casi nunca tenía hambre, porque no salía, cuando antes me pasaba el día en la calle, porque les dije que ya no existía ni la más remota pizca de la relación que mantenía con Ana sin darles ninguna explicación más. Porque parecía un puto zombie. Porque no tenía ánimos para levantarme de la cama. Porque no hablaba casi con nadie. Porque pasaba de ocultar mi estado, pues ni para eso tenía ya fuerza.
Empecé a comunicarme con mi diosa por WhatsApp, noche tras noche, aproximadamente a la hora en que nos veíamos todos los días. Intentamos mantener la rutina, pero fue un intento fallido.
Estaba dolida, lo sé. Dolida porque no confié en ella para contarla sobre Ana. Dolida porque la había besado, porque me había enamorado a pesar de que, técnicamente, ya pertenecía a una chica. Y yo también lo estaría. Porque ella me confesó tantas cosas... Y yo no la dije sobre mi máscara. Hasta yo estaba dolido conmigo mismo, había sido un tremendo gilipollas, y ya no podía remediarlo. Y tenía un presentimiento: había perdido al amor de mi vida.
Las conversaciones se fueron volviendo escasas, de todos los días, a cada dos. Más tarde, tres veces por semana, llegar a solo dos, continuando por una vez... Y terminando en que ya ni siquiera me contestaba.
No sé si ella sigue siendo mi diosa. No sé si ya encontró a alguien mejor, no sé si es feliz, ni siquiera sé si se acuerda de mí, y eso duele, joder que si duele. Porque yo me acuerdo de ella todos los putos días y a todas las malditas horas, pero ya no hay pruebas de que todo haya sido real.
Al final, opté por cambiarme de instituto, iba dónde Amaia, la única amiga que conservaba. Sí, Amaia Gutiérrez, la hermana pequeña de Jennifer, irónicamente. Y allí, en aquel instituto, había una chica... Se llamaba Miare... Y me recordaba a "ella". Encantadora, pelirroja, soñadora e inteligente. Pero no era "ella". Nadie era así. Nadie era cómo mi diosa.
Ya habían pasado dos meses tan largos cómo dos eternidades. Todas las noches subía al tejado y, mirando las estrellas, la recordaba. Recordaba su risa, su calidez, su voz... Todo. Reproducía una y otra vez su canción, recordando cuando la oí por primera vez, empezando tímida, casi en un susurro, y soltándose más tarde en una melodía envolvente.
No estoy seguro de qué fue lo que pasó entre nosotros, ni de cuál de todas las cosas que hice fue el colmo, o si fueron todas a la vez, pero de algo sí estoy seguro, y es de lo que siento por ella: amor.
Pero... ¿Qué es eso? ¿Y cómo es? Quién sabe...
Unos dicen que el amor es bonito, otros, que es una farsa. Algunos aseguran que es la felicidad encarnada y los demás, que es el mismo Diablo disfrazado de belleza. Unas personas lo sienten cálido, tiñendo de rojo sus mejillas, sin prisa, suave y dulce. Otros, al contrario, lo sienten frío, desgarrando su corazón y arrancando de cuajo los rastros de felicidad que quedan dentro. La mayoría no sabe a quién creer. ¿Qué es el amor? ¿Bueno o malo? Sin embargo, yo tengo mi propia opinión. No es ni lo uno ni lo otro. Solamente es un sentimiento que puede llegar a ser tan bueno cómo dicen o tan malo cómo cuentan. No se puede definir con una cosa tan simple cómo las palabras, es algo que te cala hasta el alma. Tan perfecto como el mar, tan odiado cómo el miedo, tan necesario cómo el aire... Y tan codiciado cómo el oro.
Porque sí, él me ha regalado tantos buenos momentos, aunque ahora me rompe que se haya ido, que se haya llevado mi felicidad. Porque, realmente, cada segundo a su lado era mágico, perfecto. Porque no cambiaría nada de todo lo que pasó, pues esas cosas me llevaron a ella. Quizás sí cambiaría lo último, el no haber confiado en ella, y, por supuesto, mi mayor error: haber seguido con Ana. Pero es que necesitaba a mi diosa junto a mí. La necesito de vuelta conmigo. Porque la quiero, la quiero para mí, la quiero cómo jamás pensé que pudiera querer a una persona que no fuera mi familia, porque ella arregló algo que nadie había sido capaz de reparar, porque la amaba, no, porque LA AMO. Y nada va a cambiar eso.
Por mucho que me digan que es un amor pasajero, que es un simple romance adolescente, yo sé que no es así. Un amor pasajero fue el que tuve con Jennifer. Un simple romance adolescente sería Ana. Y no sentía ni la mitad de lo que aquella misteriosa pelirroja me hace sentir.Y ahora, cuando pasa todo esto, empiezas a comprender la letra de las canciones de amor. Empiezas a entender por qué todas las historias tienen romance: porque todos desean vivir una historia de amor que no se acabe. Y con todo eso tenía que toparme yo, un adolescente que ya perdió a su padre, y perdió por un tiempo a su madre y a su hermano... ¿Acaso no tenía derecho a ser feliz?
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La chica del tejado
Short StoryY si ella no sabía hacer magia, explícame por qué su sonrisa me hacía temblar. A veces el destino te pone a una persona especial en tu vida para darte una lección, pero puedes terminar enamorándote. Y es justamente ese momento el único en el que des...