01. Gritos

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Oscuridad es lo que me rodea, soledad es mi compañía, esperanza... lo que se extingue.

Mis párpados hinchados duelen por el diluvio de lágrimas derramadas, mi garganta pide misericordia y mi cuerpo amoratado suplica no más dolor. Atrapada en la caja blanca que tengo por estancia, intento una vez más idear una forma de salir de aquí. Suplicarle que me libere en la forma más lastimera posible como lo hice la primera vez que supe que nadie vendría en mi ayuda, no funcionó. Arañar, golpear, y morder, siguieron el rumbo de la primera opción. Gritar hasta sentir que la garganta me quemaba... fue como intentar enderezar el tronco de un árbol. Observo la habitación impoluta, completamente níveo, decorada solo por un retrete del mismo color, las pesadas y dolorosas cadenas, y un gran espejo frente a mí que cubre toda la pared. Me veo, y lo único que puedo hacer, es reír. Reir de toda esta situación sin sentido, de este calvario no merecido . El olor a desinfectante y sangre seca inunda mis fosas nasales, aroma que me acompaña desde hace ya tiempo.

Escucho pisadas ligeras, ese caminar tan elegante y preciso que he memorizado en mi cautiverio. Temblorosa, arrastro mi cuerpo descompensado hacia la esquina izquierda, lateral a la puerta; como si de esta manera evitara lo inevitable. Con el usual rechinar del cerrojo, y el golpeteo de mi corazón acelerado, lo que obstaculiza su presencia de la mía, se abre y él entra con un brillo en sus oscuros ojos... con anticipación.

—Hola pequeña —anuncia su llegada con una sonrisa que para muchos sería amable, y hasta seductora. Coloca las llaves dentro del bolsillo interno de la bata blanca, acomoda los lentes sobre el puente de la nariz, y posiciona sus manos a cada lado de su cintura—. Hoy estoy animado, por lo que una porción de ti será suficiente. Ya conoces las reglas, nada de gritar que el sonido me saca de quicio ¿está bien? —Me mira atento, sin dejar su sonreír amigable. Solo lo miro con pánico—. Perfecto, pues andando —concluye satisfecho. Se aproxima hasta donde estoy, y ya sé lo que viene. Saca la jeringa de su pantalón, oprime un poco salpicando liquido en el suelo cristalino, flexiona sus rodillas hasta quedar muy cerca de mi, y de forma rápida y segura, me inyecta el sedante.

Atravesamos el pasillo... y lo hago de nuevo. Grito fuertemente con la esperanza de ser escuchada. Porque eso es lo único que me queda. Esperanza. Lo hago una y otra vez sin importarme el dolor que siento al ser lacerada repetidas veces por mi secuestrador, por desobedecerlo de nuevo. Mi alarido termina con un fuerte revés en el rostro y me desmayo sin poder evitarlo.

Despierto adolorida y unas luces centelleantes atacan mis ojos, logrando que los cierre y vuelva a abrirlos para acostumbrarme a ellas. Respiro, y puedo saber dónde estoy. «Dios... por favor no de nuevo». Lágrimas brotan ante el reconocimiento.

—Ah, ya despertó mi Bella Durmiente. Ahora que has vuelto, podemos comenzar —al ver que tengo intenciones de gritar de nuevo, introduce en mi boca la tela raída—. Calladita te ves más bonita, pequeña —sonríe con satisfacción. Intento liberarme pero sé que es imposible. Estoy en la camilla atada fuertemente de brazos y pies—. No no no, eso no se hace —mueve su dedo indice de un lado a otro apoyando la negación—, ya lo sabes. Además, no quiero cometer ningún tipo de error en la incisión, tienes que quedar perfecta, pequeña.

Con un suspiro emocionado, da media vuelta para encontrarse con sus usuales instrumentos en una bandeja que parece de plata. Tuerce su cuello hacia mis iris, creando el mismo ambiente de tensión y suspenso, queriendo que muestre debilidad, temor, o pavor. Y lo hago. Parpadeo repetidas veces lagrimeando, pidiéndole, implorándole con los ojos que por favor pare, que no haga esto, que tenga compasión.

—No me pongas ojitos, ya sabes que cuando decido hacer algo lo hago, y si no quieres sufrir más dolor del que te corresponde el día de hoy, te quedarás quietecita, cariño. No me retrases más, o me enfadaré, pequeña. Ahora si, ya podemos comenzar.

Dirige su mirada de nuevo al lugar de interés, toma los guantes de plástico y se los coloca, luego se agacha para extraer de su bolsa de materiales un bisturí. No sé qué parte de mi cuerpo cortará esta vez, pero no quiero verlo, así que deslizo mi cabeza hacia el lado izquierdo, hacia mi brazo... sin mano. Más lágrimas se deslizan sobre mi rostro sin poder hacer nada, y siento que sostiene mi oreja derecha.

—¿Ves? —lo imagino sonriendo—, hoy será algo pequeño, no te preocupes, lo haré bien —para cuando termina de decir esto, siento el primer corte, y grito impotente por el dolor lacerante... mientras mi oreja se va despegando de mi cabeza poco a poco.

Trozos de belleza [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora