Pérdida

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Tomó su celular y revisó las noticias. 3 mensajes de texto del hombre de la esquina. No los abrió. Dejó el aparato en su velador, y fue a la cocina a sacar una copa y una botella que había dejado abierta del día anterior. Se sentó en el sillón de la sala, con la luz apagada, la copa de vino tinto en la mano, y los sentimientos en un puño. Silencio absoluto. Desde donde estaba, alto en el edificio, no se escuchaba el ruido obsceno de la ciudad, las alarmas de los autos, las sirenas, ni el tráfico de la avenida principal frente a ella. Tomó el resto de la copa en un único sorbo, y volvió a la cocina. Dejó la copa en la mesa y decidió llevarse la botella a la sala.

"Es probable que esta noche decida embriagarme en tu nombre de estúpido. Recuerdo cuando aposté todas mis fichas en tu juego tonto de un par de citas y besos, y terminé cayendo en la adicción total. Recuerdo cuando tenía estabilidad y aburrimiento, pero decidí subirme a la montaña rusa. Hoy que bajé de ese sitio, quiero sentirme mareada..."

Se echó en el sillón. Su cabello marrón oscuro, lacio, llegaba hasta el suelo alfombrado, donde aún quedaban manchas de chocolate tras esa fondue que tuvieron frente a la chimenea el invierno pasado. Sus ojos oscuros, se encontraban escondido tras una enorme cantidad de maquillaje corrido. Cerró los ojos y recordó esa cachetada. "Tenía que dolerle así como a mí"

Se paró y miró la botella. Fue a su cuarto, donde encontró el paquete rojo. El babydoll que acaba de comprar. Seda negra y las mallas negras, que brillaban un poco, sin exagerar. Los tacones negros para esa noche. Pero él había decido besar a otra. A aquella regordeta, sin curvas en los lugares correctos. Sin mirada profunda, que se le lanzó en pleno bar la noche anterior, y que le dijo que era la mujer de su vida. El muy ebrio se la creyó... Pero ella es una mujer derecha, que no se encuentra para juegos insanos. Se vistió con el conjunto, se miró al espejo. Regresó a la sala oscura, donde la aguardaba el resto de la botella.

Se sentó en la alfombra, y tomó un sorbo grande, directo del pico de la botella. "¿A quién pretendemos engañar?" Ella nunca tuvo problemas con la bebida, y se prometió a sí misma que sería el único día que se embriagaría por dolor. "Me dijo siempre que la resaca por vino era la peor, pero es lo único que queda de ayer. Bebimos una copa antes de salir." Tocó la suave seda de su ropa, y suspiró. Él no pudo ser más estúpido al perderla. Lo daba todo para él. Tomó otro sorbo. Su celular sonó a lo lejos. El tono personalizado.

"Estoy muy ebria para él en este momento, pero no lo suficiente para mí"

Tomó otro sorbo.

- No estoy disponible – gritó – para ti jamás, nunca más.

Se sacó los tacones, sabía que no debía caminar con ellos en este momento. Tomó la botella, pero ya se había acabado. La dejó en la mesa, y cerró los ojos.

La mañana siguiente era fría, ella la sintió helada. La despertó el timbre de la casa. Era domingo, nadie podía estar ahí tan temprano. Se asomó y vio al hombre de la esquina cargando algo. Le abrió la puerta.

- Traje desayuno, quería hablar contigo.

Ella había olvidado que se encontraba con lencería y maquillaje corrido. La botella de vino vacía continuaba sobre la mesa de la sala. Él vio la escena, y luego la vio. No seguro de qué sucedía, prefirió no preguntar nada.

- ¿Jugo?

- No gracias. Te escucho.

- Sé que me viste ayer, ella me dijo que saliste corriendo y regresaste el departamento. Sólo quería decirte que ella me abordó, fue sin querer.

- Tú no corriste atrás mío, tampoco. No me llamaste. Mi celular sonó horas después. No te creo nada. Es basura y lo sabes bien. – Él se quedó callado. – Y tu silencio otorga.

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