Sus dedos recorrieron su espalda, desde el cuello, por las cérvicales, palpando con caricias cada milímetro de su piel, bajando hasta las dorsales. Se detuvo, notaba la respiración acelerada, ella era tranquila, ¿o no lo era? Siempre tan callada, en cambio había veces en las que se reía tan fuerte que parecía que quería parar el mundo. Su risa. Sí, las dorsales eran su punto débil, notaba como se despertaba y su piel se estiraba, tensandose a causa del placer que solo aquellas caricias le estaban produciendo, se estremeció, que pequeña parecía ahora mismo. Tan débil por solo unas caricias, no le pegaba nada, tenía bastante caracter, es más era muy peleona, no se conformaba nunca y siempre protestaba. Era como una niña pequeña. Otras veces, demostraba su habilidad hablando y convenciendo, siempre argumentando y reclamando explicaciones, era inteligente, de eso no cabía duda, ¿qué era entonces lo que fallaba? Volvió a hacer que sus dedos recorriesen su espalda, esta vez desde abajo, ella no había hablado, simplemente se había mostrado complacida con su pequeño y suave masaje, de repente, (con uno de esos malditos prontos que le dan, algún día me matará de un infarto) se volvió y me besó. Se levantó de la cama, solo llevaba mi camisa y estaba oscuro, era divertido adivinar su figura que se distinguía por algunos rayos de sol que se escurrían por debajo de la puerta. Ella, con su aspecto de soñadora nata, y su cara de sueño, se giró e hizo una pedorreta. Siempre tan imprevisible.
A los cinco minutos volvió a la cama, y con suavidad comencé a tocar el piano de su cintura a besos.