Allí estaba. Sentado. Dándome la espalda, aunque él no sabia que le observaba desde lejos.
El viento bufaba fuerte y hacia mover las hojas de los árboles como si estuvieran en un gran baile de reyes. El color verde claro, gracias a los rayos del sol, invitaba a ver una gran vista de todo el parque y daba sensación de felicidad extrema. Se oía el rumor del agua caer presa del recinto de la fuente, juntamente con el canto de los pájaros. La sensación era como si estuvieran en el cielo, según había pensado. Aunque era difícil saberlo.
Él iba guapísimo. Parecía un caballero de los que ya no existen. Llevaba sombrero de copa aunque ya no era la época. Pero a mi me daba igual. Una gabardina de color marrón oscuro le caía por todo el cuerpo envolviéndolo del fresco que acechaba por llegar. Estaba tan absorto leyendo un periódico que no se dio cuenta de que un joven estaba a punto de caerse al estanque con su bicicleta. Tal cual. Fue tan grande el estruendo que hizo al chocar con las aguas saladas, que le despertó de su ensoñación lectora.
No se que fue el hecho que hizo que se girara. Pero me miró. Clavó sus espectaculares ojos azules en los míos y fue como si me hipnotizara. Me quedé quieta. Tardé unos segundos en reaccionar y le saludé con la mano, saludo que me respondió con el mismo gesto y añadió una sonrisa. Lentamente con pasos seguros y firmes me aproximé hasta el banco donde estaba sentado. Cuando llegué a su altura él se levantó haciéndome una reverencia. Como un caballero, tal y como había pensado, volví a pensar.
- ¿Todo bien? - empezó.
- Si, todo bien.
No hubo más palabras por parte de los dos. Acto seguido él se sentó y con su mano acarició el banco justo a su lado, indicándome que me sentara. Seguidamente aferré mi cuerpo al suyo rozándonos una pierna y un brazo y apoyé la cabeza sobre su hombro. Entrecerré los ojos y nos dispusimos a escuchar el dulce cántico de los pájaros mientras nos ofrecían la mejor versión de su espectáculo. Finalmente nos besamos.
Abrí los ojos. Me desperté entre las sábanas de mi cama totalmente desorientada. No me di cuenta hasta que noté las lágrimas resbalándome por la cara. Cada mañana tenia la misma pesadilla. Era como una especie de ritual. Lo echaba tantísimo de menos que hasta me dolía la cabeza de tanto pensar. Me volví hacia la mesilla de noche y vi un rayo de luz entre la penumbra de la habitación. El despertador tenia que hacer su trabajo a las ocho de la mañana pero vi que eran las siete y doce minutos.
Hacía un año que ya no estábamos juntos. Tuvo un grave accidente de coche y murió. Justo antes de morir me pidió matrimonio, pero el esperado gran día no llegó nunca. Lo veía en sueños. Siempre esa última vez, ese beso de despedida, para siempre. Con sólo pensarlo, se me revolvían las tripas una sensación extraña como si en realidad no se hubiera marchado. Cada dia al despertar, tenia esa esperanza de que en un momento u otro volvería y cruzaría el umbral de la puerta de nuestra – ahora mi – habitación.
Con un gran esfuerzo me levanté de la cama. Por aquel entonces no tenía trabajo pero aun así necesitaba salir de la cama. Desayuné unos cereales con leche y justo después me puse unas mallas para salir a la calle a correr. Me miraba al espejo y no me reconocía. Probablemente habría perdido unos 35 kilos en un año. Pero el salir a la calle a correr era una necesidad como cualquier otra, no era por querer adelgazar. Debía salir de aquella casa.
Recuerdo que aquel dia acababa de llegar de correr, cuando después de cerrar la puerta, llamaron. No me dio tiempo ni a ducharme así que abrí enseguida. Dos hombres trajeados esperaban a otra persona detrás de la puerta así que uno de ellos extendió un sobre y me lo dio sin decir palabra. Justo cuando les di las gracias, que no sabía porqué, ya se habían ido. Cerré la puerta con llave y dejé el sobre en la mesa del salón y me fui a duchar.
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