Otra semana pasó después de mi imprevisto y a la vez sorprendente encuentro de media noche con el chico de barba oscura. Había días que no salía demasiado de la habitación y quizás por eso mis encuentros con él habían sido tan limitados desde su primera visita. Nuestros intercambios de palabras hasta ahora habían sido bastante escasos, ¿pero acaso quería yo que fuesen algo más que unas simples conversaciones de hospital?
«Nunca es solo el nombre», me recordé a mí mismo mientras comprobaba las frías máquinas de la habitación por tercera vez en el día.
–Vuelvo pronto –dije, aunque sabía que ella quizás no podía escucharme.
Caminé entre las parpadeantes luces del pasillo del hospital. Siempre me gustaba pasear justo después de la hora de cenar, cuando todo está tranquilo y puedes estirar las piernas sin demasiado escándalo por los pasillos. Allí le vi a él, apoyado sobre la pared con la cabeza cabizbaja al lado de la máquina de refrescos. No niego que incluso me puse celoso de que mi mecanizada compañera tuviera un nuevo amante.
–Hola –dijo él cuando yo pasé por delante.
–Hola –respondí yo sin mucha importancia siguiendo mi camino.
–Me gustaría hablar contigo –continúo él para mi sorpresa agarrando mi brazo.
Yo me detuve.
–¿Conmigo? –pregunté yo.
–Sí, me gustaría hablar sobre lo de la otra noche –añadió.
–No tienes por qué darme explicaciones –repliqué. –Solo te di un pañuelo, aquí somos todos desconocidos, los desconocidos dan pañuelos y de vez en cuando te permiten que les cuentes la superficie de tus problemas.
–Eras la única persona con la que siento que puedo hablar ahora –contestó.
¿Yo? ¿Por qué narices yo? Lo único que conocía de aquel muchacho era simplemente su barba y su tenue voz grave. Él probablemente de mí solo se habría percatado de mi delgadez.
–Déjame que te invite a un café –dijo.
Entonces los dos nos dirigimos a la máquina de cafés. Cuando se dispuso a meter la moneda y salieron los dos cafés maldije a la pequeña máquina por haberme negado unas semanas antes mi bebida. ¿A caso su compañía me traería buena suerte o es que el universo le sonreía solamente a él en este lugar?
–Aquí tienes –dijo con un gesto sutil.
–Gracias –respondí yo cogiendo el vaso lleno de café.
Los dos dimos un pequeño sorbo a nuestros respectivos vasos.
–Quería hablarte sobre... –empezó él.
–Espera –le interrumpí. –Quiero enseñarte algo.
Él cerro los labios súbitamente e indicándole que me siguiese le conduje por los pasillos hacia los ascensores situados en frente de la recepción. Pulsé el botón de la última planta y el ascensor comenzó a elevarse. Al llegar al duodécimo piso, las puertas se abrieron y caminando por otro entramado de pasillos dimos a parar a una pequeña puerta de metal. Me saqué una llave del bolsillo y abrí la puerta.
Los dos entramos y la brisa comenzó a acariciar nuestras caras. Nos acercamos al borde de la azotea y nos apoyamos en el pequeño bordillo que llegaba hasta nuestras caderas y hacía de la única barrera que nos separaba del vacío. Por primera vez pude ver una sonrisa en su cara.
–Uno después de tanto tiempo tiene sus trucos –dije guardándome la llave que meses atrás había conseguido de las enfermeras.
–Esto es precioso –contestó sin apartar la vista de la ciudad, que encendía sus luces; y del sol, que desplegaba sus últimos rayos sobre el horizonte pintando el cielo de colores cálidos.
Yo me incliné colocando los dos codos sobre el pasamanos de cemento.
–El que está en la habitación es mi padre –confesó. –Sí se puede llamar padre a alguien que solo conozco de hace dos meses.
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TONO GRIS. (#GAY) (#LGBT)
Novela Juvenil"Me encontraba de pie mirando por la fría ventana de la habitación. Hacía días que las nubes cubrían el cielo y el sol solo aparecía de vez en cuando al encontrar un hueco entre ellas. Aun estando así el paisaje, hacía semanas que no llovía, las mal...