Capítulo único

436 42 43
                                    

Supongo que podemos decir que estoy comenzando de nuevo. No sé si fui incapaz de dejar el USUK/UKUS... O la ship fue incapaz de dejarme ir. Ah, malditos sean, Alfred y Arthur.

—Rose

─━━━━━━⊱✿⊰━━━━━━─

Lideraba la marcha azul en las calles, dejando que el color de la plata, impregnado en los telones azules oscuros dispuestos a lo largo de su reino, contrasten perfectamente con lo que lleva dentro de su ser. El sonido de los cascos de los caballos resonaba en las calles y se convertía en el tristemente perfecto fondo para los lamentos de las mujeres y niños, replicando lo que su corazón gritaba a viva voz, pero sus labios preferían callar.

No era un hipócrita. No habría forma en que pudiera serlo.

Sus ojos se fijaron en los interminables senderos de piedra que formaban Espadas, esperando que el camino terminara y fuera libre de toda norma para por fin poder mostrarse como el hombre miserable que era y no como el ser magnánimo que pretendía ser para su pueblo. El comienzo del día después de la muerte aún parecía etéreo, ajeno a sí mismo, sintiéndolo como el rezago de una cruel pesadilla, donde esperaba ansiosamente el momento en que su compañero vendría, le despertaría y se llevaría todo rastro del pesar que lleva anclado en su pecho desde que abrió los ojos en la mañana y se pesó con el alma aún seguir respirando.

Las campanas resuenan devolviéndolo a la realidad y él levanta la mirada haciendo que la luz se refleje en la corona que ciñe su cabeza, sintiendo que pesa un poco más con cada eco del trote del caballo sobre la piedra lisa. Las voces de los guardias de la Abadía hacen claro el camino hasta la entrada. Llegando, detiene su corcel y baja de él dirigiéndose al recinto, para ir como antaño por su Reina, parte del ritual para el ingreso formal de la Monarquía de Espadas a una ceremonia de oración.

Duele.

Duele más que nada.

Toma con delicadeza las asas doradas del lecho donde yace la persona que más ha amado en su vida y las sujeta con fuerza, rompiendo el protocolo y dirigiendo la procesión rodeado de pétalos de rosas rojas y blancas, flores que él adoraba y ahora representaban una despedida. Avanza con cautela abriéndose paso entre los espectadores quienes gritan lo que él, en memoria a su preciada Reina y en honor al título que porta, ha jurado llevar por dentro. Llega al altar y presenta a su compañero, amigo, esposo, amante y confidente frente al enorme Reloj que alguna vez unió sus vidas y ahora, en una cruel ironía, le arrebata lo que en un principio odió y en estos momentos daría lo que fuera por volver a tener entre sus brazos. Mira con rabia a la representación de su poder, de su Reino, y, por un momento, las voces cesan y el dolor en su pecho estalla.

Es real. Demasiado real.

Toma su lugar en la primera fila y levanta la cabeza, escuchando, perdiéndose en las memorias donde un joven de cabellos rubios y ojos verdes sonríe, grita, llora... Vive. La voz del Arzobispo (1) se apaga y es Matthew quien toma su mano en un gesto de consuelo y lo devuelve al lugar donde se encuentra.

"Es hora." le dice con los ojos hinchados y rojos como la sangre. "Ya es hora."

Los recuerdos vienen, sus ojos se abren de par en par y se pierde en lo que se ha vuelto su constante pesadilla personal, una que es capaz de seguirlo en la vigilia cada vez que cierra los ojos intentando buscar alivio. Busca las violetas desesperado y su hermano lo entiende, sujetando su mano con fuerza y derramando por él las lágrimas que el corazón del Rey de Espadas quiere dejar ir, pero sus votos las retienen en un espiral de agonía profunda.

Pide ir al frente, cargar el féretro de cedro donde Arthur descansa y acompañarlo hasta su última morada. Nadie se siente con el poder ni el derecho de decirle al Rey que rompe siglos de historia al hacerlo y ceden al pedido del hombre que lo ha perdido todo.

TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora