Como cada noche, ella marcaba en su calendario los días restantes para tropezar en mis tobillos, apretaba los ojos y forzosamente se convencía de que quizás mañana no se vea tan despojada de su libertad.
Mientras que yo, desterrada de mi propio latifundio imaginario, ya no me siento ni artífice de mis palabras.
La noto tan lejana que por momentos pareciera que no existiese más que en mis viejos cuadernos.
Hoy creí verla, el reloj marcaba las 7 y pico; todo lo que le decía buscaba eludir su despedida y así, prolongar lo inevitable.
Mi mente, pusilánime, creía fervientemente que jamás ocurriría un encuentro fortuito dentro de las paredes de lo posible. De todas formas no nacimos en un cubo metálico cómo para sentarnos a esperar lo verosímil, sino para romper el mismo e ir por lo que (por lo menos nosotras) creíamos real.
Entre agua salada y abrazos pretendíamos que no dolía ser mutuamente efímeras y todo se reducía a un simple "te quiero".
Y un día más, me despertaba entre hojas arrugadas y rimas escépticas, aturdida por el mismo sonido del silencio, anhelando que mirarnos a los ojos ya no fuera algo esporádico y que algún día no nos falte tiempo ni nos sobre distancia.
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Kilométrica
Short StoryKilómetros sometidos a soportar la culpa de dividir dos cuerpos indivisos