Prólogo
Día veinte de enero del dos mil dieciocho, tras haber hecho un pequeño viaje a Mérida por el cumpleaños de mi prima y haber reflexionado en el coche durante el trayecto, he decidido con motivo de mis dieciocho años de edad, escribir este libro para así hacer algo que nunca he hecho por cobardía y miedo, contar la verdad.
Probablemente después de este libro toda mi credibilidad como persona sea perdida o empañada e incluso algunos de estos mis "amigos" dejen de serlo pero, debido a que pronto nos separaremos por unas razones u otras, o que perderemos el contacto al entrar en la universidad o cualquier otra cosa que solo Dios sabe, he decidido dar el paso y confesar, confesaros mi vida, todo aquello que es verdad y que no sabéis y todo aquello que es mentira y desgraciadamente conocéis.
Una vez hayáis leído este libro, que realmente espero que sea así, noespero que me perdonéis, ni que os compadezcáis, ni siquiera espero vuestraaprobación, solo espero que realmente podamos ser amigos y esta vez de verdad,sin mentiras. Sin miedos.
Día uno
Como este es el principio de la historia, probablemente el principio del fin, y probablemente la parte menos importante, empecemos por lo que probablemente sea el principio.
Tras haber estado viviendo dos años de mi vida en mi pueblo natal, Cheles -sin duda un pueblo que nombraré mucho a lo largo de mi historia y al que tengo mucho aprecio- me mudé a un pueblecito lleno de gente progre, hippies, y gente de vida alternativa -además de snobs ricos de Madrid que veraneaban allí- llamado Villanueva de la Vera que, si no sabes dónde está la Vera, está cerca del valle del Jerte, concretamente al noreste de Extremadura. Allí viviré los primeros años de mi vida, los primeros con uso de razón claro está, y, sin duda, serán de los años más felices de mi corta vida. Allí vivíamos en una casa en lo más alto del pueblo mis padres y mis tres hermanos. Alrededor de mi casa vivían las que serían mis niñeras personales. La más importante de todas y la mujer con la que pasé mucho tiempo de mi infancia es Mari, una madrileña sin marido ni hijos de unos setenta años que nos cuidaba siempre que mi madre estaba ocupada. Todos los recuerdos que tengo de esa mujer son positivos, me enseñó algo de repostería, a clavar un clavo, a coser, el nombre de más de cincuenta tipos de árboles –los cuales por desgracia he olvidado- y básicamente todo lo que necesita alguien para sobrevivir, menos planchar, algo que me gustaría aprender para mi futuro que, por diversas razones, se avecina solitario. Durante estos años también tuve la genial oportunidad de conocer a una serie de personas maravillosas, Rafi y Sofía, hermanas de Mari, ambas solteras y sin hijos, y ambas vivían solas. Junto a Mari, se puede decir que completaron mi educación, contando obviamente a mis padres. Esto, parece irrelevante para la mayoría de vosotros pero es necesario para comprender mi forma de actuar, ser, y pensar.
A los tres o cuatro años empecé a ir al colegio del pueblo, donde conocería a los que serían mis primeros "amigos" y donde entraría verdaderamente en contacto por primera vez con el mundo fuera de mi casa. Aquella fue una etapa feliz de la que apenas recuerdo nada y realmente prefiero que sea así. Allí planté por primera vez un árbol, -una de las tres cosas que hay que hacer antes de morir- aprendí a hablar, -de ahí mi acento medio madrileño- a escribir y, en definitiva, a todas esas cosas que aprende uno a esa edad. La verdad es que fue una etapa muy feliz y puede que idealizada. Mis "amigos" eran geniales, o así los recuerdo. Marina, Luis, Manuel, Jaime, Ana, Serena etc. Hoy en día he podido entrar en contacto con Marina quien me ha puesto al día y, sin duda, no son como los recuerdo, han cambiado más de lo que me imaginaba aunque bueno, supongo que igual que yo.
El caso es que tras haber aprendido a montar en bici, tras haberme conocido medio pueblo, tras haberme bañado en todas y cada una de las "charcas" -como las llamaba mi padre- que había en el pueblo y tras haber echado raíces, tuve que cortarlas cuando un día, después de varios años y tener mi vida prácticamente encaminada, mi padre nos reunió a todos en el salón y nos preguntó: "que os parecería mudarnos". No le di mucha importancia porque ni siquiera sabía lo que conllevaba eso pero aun así mi respuesta fue un rotundo NO, aunque igualmente de rotundo fue la decisión de mi padre de mudarnos. Hoy en día doy gracias a esa decisión ya que comprendo los motivos por la que fue tomada pero, en ese momento, no me quedó otra que aceptarlo y seguir para delante, algo, que siempre, siempre, he hecho, aceptar, y seguir para delante.
