EL PUENTE DE LA BRUMA

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El veterano soldado regresaba cojeando al hogar, apoyado en un cayado de madera, con la pierna derecha destrozada por un lanzazo que a poco más tomó su vida. Acababa de cruzar el polvoriento llano por un estrecho camino, siguiendo a un colibrí de vivos colores que revoloteaba ante sus cansados ojos como una vibrante mancha multicolor. Eran las últimas horas de la tarde, cuando el pájaro de bello plumaje se detuvo en la baranda de piedra del antiguo Puente de la Bruma, posándose después junto a los pies descalzos y llenos de roña de un zarrapastroso mendigo que apestaba a orines y sudor rancio.

Había llegado a casa, el puente que cruzaba el río era él último paso antes de llegar al poblado donde había nacido. El río que cruzaba bajo el puente provocaba al llegar la noche una antinatural bruma que cubría el valle. Un lugar mítico y mágico plagado de mitos y leyendas para los habitantes de la zona.

Los extraños ojos del mendigo miraban ciegos, cubiertos por una cortina blanca como la leche, al soldado que se detuvo junto a él. El ciego agitaba una jarra de cerámica resquebrajada, en cuyo interior las escasas monedas bailaban con un repiqueteo cansino.

- Bienvenido caminante- saludó el mendigo con voz amable y cordial, poniendo la jarra ante el soldado.- Bienhallado seas en este caluroso día. Una moneda tendrás seguro para un antiguo camarada en la guerra. A mí el fragor de la lucha me robó el don de la vista, a sangre y fuego, arrebatándome para siempre unos ojos azules que eran igualitos a los de mi querida y añorada madre.

    - No tengo nada que darte amigo- contestó el soldado, mostrando su bolsa vacía.

     El colibrí reposaba tranquilo en el regazo del ciego, observando al soldado con sus pequeños ojos negros, escrutadores e intrigantes.

    - Me parece por el sonido de tu voz amigo que la guerra también a ti te ha arrebatado algo. Algo muy valioso- comentó el mendigo observando, al igual que el pájaro, fijamente con sus ojos ciegos al soldado.

     - Una pierna… - contó el soldado, sintiendo su voz ahogada por el profundo sollozo.

    - Sí,  eso creía- musitó el mendigo.- ¡Maldita guerra!

    - Lo siento amigo, tengo prisa, regreso al hogar, a los brazos de mi amada esposa.

  - Claro, claro, compañero- asintió el ciego con comprensión, dejando el paso libre.

 El soldado mutilado continuó avanzando con su bamboleante caminar, ayudado por el cayado, pero antes de que cruzara el puente, el mendigo le hizo una pregunta:

 -¿Puedo saber hace cuánto que no ves a tu hembra, compañero?

- Cinco años- contestó con un suspiro.

- Eso es mucho tiempo, mi amigo- comentó el mendigo meneando la cabeza con pesadumbre.- Mucho tiempo para una mujer tan bonita… como tu Beatriz.

- ¿Cómo sabes su nombre?- preguntó el soldado confuso.

- Tengo los ojos ciegos, pero eso no quiere decir que lo sea, pues veo muchas cosas. Mis pájaros me traen noticias de todo lo que ocurre en el poblado que hay más allá de mi puente.

- ¿Y… qué sabes de mi Beatriz?

- Las palabras que saldrían de mi boca no iban a gustarte, amigo.

- ¡Cuéntamelo!- exhortó el soldado, regresando junto al apestoso mendigo.

- Mírate, camarada. Eres un despojo humano, sólo una pálida sombra del hombre fornido y sano que eras. No hay nada en ti que pueda servir a una mujer. ¿No crees que sería mejor cruzar de nuevo el puente y regresar al polvoriento llano?

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2014 ⏰

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