Alicia en el pais de las maravillas.

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Alicia solía ser su nombre, trece años era su edad la última vez que se le vio en el país de las maravillas, la última vez que el sombrerero recuerda ver su brillante y dorada cabellera recorrer su torso como si fuera un suave toque de rosas, sus ojos azules tan intensos como el mar reflejado en el cielo, sus delgadas facciones acompañadas por una sonrisa sincera.

Nadie en el reino volvió a ser el mismo desde que ella partió, cuando ella se marchó y volvió a la realidad.

—¡Sombrerero! ¡Sombrerero! —Exclamó con entusiasmo la joven, corriendo hacia al señor con alegría.

—¿Sucede algo, Alicia? —Cuestionó el hombre, cuando la joven llegó hasta su lugar, con una amplia sonrisa.

—Si... Es que... ¿Recuerdas a los gemelos? —Preguntó evitando mirar al sombrerero.

—Claro, los jóvenes rayados que siempre se están peleando. —Pronunció el sombrerero, con su mirada en busca de los ojos de Alicia. —¿Por qué? ¿Sucede algo con ellos? —Ella se limito a asentir, mirando a aquel hombre, que había cuidado de ella desde que tenía memoria.

—Pues pasa que.... Bueno, ellos me invitaron a ir al reino a pasear, ya sabe... A jugar un rato con las cartas de corazones... —Ella alzo débilmente su brazo, tomando el sombrero que portaba el señor.

—Claro de que no. —Se negó conociendo lo que iba aproximación. Alicia alzo su mirada con su rostro enojado.

—¿Pe... Pero... Por que? —Alzó el tono de su voz. —Estoy harta de vivir en el campo. Pasamos aquí todo el día, no tengo amigos y no conozco a casi nadie...

—El gato sonriente siempre está contigo... —Interrumpió.

—¡El es aburrido! Además, esta loco. —Musitó comenzando a recorrer los campos, con el sombrerero a sus espaldas. La joven se detuvo, observando una de las rosas rojas que tanto abundaba en el paraíso. —¿Por que todo tiene que ser rojo aquí? ¡Es aburrido! Las rosas son rojas, los arboles son rojos, las casas son rojas, ¡Hasta tu cabello es rojo! —Exclamó con furia.

—Algún día tu cabello también tendrá que ser así. —Ella negó.

—No quiero ser aburrida, y mucho menos tendré el cabello de ese color, tal vez azul si, pero rojo no, ¡jamas! —El nombre de Alicia fue pronunciado a lo lejos, dejando a la vista a un par de jóvenes con camisas de rayas que corrían hacia la rubia mientras se empujaban uno al otro.

—Ho... Hola señor sombrerero... —Pronunciaron ambos al unisono al llegar a donde Alicia y el sombrerero, en su voz se notaba cierto nerviosismo. —Venimos por Alicia, para ir al reino. —Ambos miraron sonrientes a la joven rubia, acción que dejaron de hacer en cuanto notaron la mueca de molestia por parte de la joven.

—¡Sombrerero! —Dijo Alicia. —Por favor.... Déjame ir. No tardare, solo quiero conocer el reino, ya sabes... Pasear por ahí, comer algo, conocer gente... —Tras dudarlo un poco, habló.

—¿Prometes portarte bien? —Ella asintió con entusiasmo, sabiendo lo que venia aproximación. —Esta bien... —Alicia soltó un grito, abrazando al hombre, antes de marcharse con ambos gemelos.

No tardó mucho su recorrido, y llegaron al reino. Todo el castillo, al igual que sus afueras, era rojo, había gente común, con vestidos y ropa del mismo color que el resto; claro, no podían faltar los guardas, hombres armados que usaban camisas blancas con corazones rojos adheridos justo en el centro.

—Alicia... —Hablaron ambos gemelos escondidos en un pequeño callejón. —Ven... —Ella se acercó hacia ellos, con una gran sonrisa, la cual desvaneció al notar lo que ellos le estaban entregando. —Anda, usala... Por que si ven que eres diferente, cortaran tu cabeza. —Alicia arrugó su nariz, ¿Rojo? ¿Era en serio?

—Lo siento chicos, prefiero perder la cabeza a tener que usar algo rojo... No es lo mío. —Ella río nerviosa.

—Tómala, o regresaremos. —Amenazaron, por lo cual no le quedo mas opción que tomar la artificial y rojiza cabellera, sujetar su dorado cabello y colocarla en vez de este. —Ahora si, vamos. —Corrieron hacia los adentros del reino.

Las grandes y rojas paredes, adornadas por sellos dorados con dibujos incoherentes por todos lados. Las columnas arqueadas que sostenían y mantenían en pie cada muro, columnas que sin ellas caería tan hermosa reliquia.

Alicia se sentía feliz, estaba alegre sabiendo que estaba en el reino, sin embargo, no le gustaba perderse con el color de los muros, quería su dorado cabello de vuelta, y no dudo en obtenerlo.

Fue cuestión de segundos para que ella soltara su cabello y se despojara de aquella asfixiante peluca que parecía querer matarla. Fue cuestión de un segundo para que la tomaran los guardias, y que su vientre estuviera siendo terriblemente apretado por los fuertes brazos de aquellas personas, eso si era asfixiante. Y de esa forma, la escoltaron frente la reina de corazones.

Alicia temblaba, ¿Que acababa de hacer? ¿Había acabado con su vida? ¿Había firmado su sentencia de muerte? ¿Acaso la libertad le costaba la vida a alguien? Y así fue. La orden de la reina fue demandada.

Todos los aldeanos estaban reunidos ante la horrible orca, donde muchas gente había perdido mas que la cabeza, ahí se habían perdido vidas, familias, amor...

Todo el pueblo estaba reunido, siendo publico de la aterradora catástrofe que estaba por suceder, una niña estaba por ser decapitada, estaba por morir.

Sin embargo, los aldeanos se pusieron de pie, no iban a permitir que una niña perdiera la cabeza, ¡ya no!, todos se rebelarían y alzarían una guerra en contra de la reina... O bueno, eso no fue lo que paso. Nadie se arriesgaría a perder la cabeza por simplemente salvarle el cuello a una niña...

—¡Perderá la cabeza! —Y esas palabras fueron necesarias para que todo el peso del archa cayera sobre su cuello, acabando de forma instantánea con la vida de la niña.

—Los finales felices no existen, Alicia, es hora de que entiendas eso. —Pronunció el sombrerero, al ver a su hija morir ante todos...

Continúa...

Alicia perdió la cabezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora