Segundo Estadio

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Segundo Estadio: 

Capítulo 7/Siete:

Así como las flores de calabaza siguen siendo flores, las mentiras piadosas siguen siendo mentiras.

Yuzuru lo supo justo en el momento de entrar en la pista de hielo.

Todo a su alrededor parecía un sueño con colores vívidos y gritos de apoyo, casi como los maravillosos sueños que tenía después de llorar toda la noche en una cama vacía y fría.

El primer sueño que tuvo, vino la noche en la que Javier llegó de aquél viaje y le gritó hasta el cansancio. Sólo cuando el español se hubo ido y Yuzuru tranquilizó sus lágrimas, es que tomó una cobija de la habitación y se hizo un ovillo en la sala de estar.

Soñó con el día de su boda. El primer día de lo que él mismo bautizó como "Una vida llena de felicidad". Se vio a si mismo bailando un dulce vals con su marido, riendo mientras ambos bromeaban sobre escaparse de la fiesta sólo para adelantar la luna de miel, pero lo más relevante de aquél sueño fueron los labios de Javier y sus besos; esos que quemaban su piel y hacían su sangre hervir en sus venas de puro deseo y pasión.

La segunda noche que tuvo un sueño fue cuando le mencionó a su marido la idea sobre tener un niño. Aquella noche no lloró, simplemente se recostó en la gran cama, que en algún punto se había vuelto sólo suya, y cerró los ojos con el corazón roto. Dentro de su sueño, un niño pelinegro reía mientras era perseguido por Javier. Ambos parecían tan felices que el japonés deseó con todo su corazón poder vivir aquello algún día.

El característico frío del hielo llegó a sus mejillas y él no pudo evitar mirar a Brian un momento que a los ojos de todos los presentes pareció una eternidad.

El pelinegro sabía que debía hacerlo bien, no podía permitirse otra calificación como la del día anterior. Quería hacer que su entrenador se sintiera orgulloso, que su marido y sus hijos se sintieran orgullosos, pero más importante, quería sentirse orgulloso de él mismo por una vez.

Cuando estuvo en el centro de la pista, todo se volvió tremendamente detallado.

Yuzuru casi podía jurar que sentía cada glóbulo de su sangre correr por sus venas, cada bocanada de aire entrar lentamente por sus pulmones y cada latido de su corazón retumbar en su cabeza.

Cerró los ojos y se acomodó en su posición inicial, a la espera de una música que no llegó a sus oídos, pero sí a su alma.

Sus sentidos se desconectaron y sólo quedó él. Al igual que cada noche cuando Javier se iba a los brazos de Marina; sólo quedó él.

Sus patines se deslizaron por el hielo con maestría y suavidad, dibujando un camino en el hielo que tal vez nadie podría entender, pues la única persona capaz de hacerlo no existía en ese lugar.

El primer salto llegó y nadie fue capaz de verlo. El mundo parecía absorto en la interpretación y los sentimientos que el japonés expresaba. Fue sólo hasta que el salto fue aterrizado que la multitud fue capaz de apreciarlo.

La ovación tardó en llegar. Nadie podía creer lo que acababa de ver, de la misma forma en la que nadie creyó que ese chico de brillante sonrisa sería capaz de provocar las lágrimas de la mitad de los espectadores, la otra mitad simplemente se encontraba tan ensimismada que había perdido la capacidad de llorar. 

¿Cómo era posible que el joven que se encontraba ahí patinando y trasmitiendo tanta tristeza, fuera el mismo que al terminar su rutina con la respiración agitada y el rostro perlado en sudor, miró a su alrededor y sonrió de la forma más hermosa que nadie jamás había visto en su vida?

To the stars who listenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora