XV. Lecciones

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Ana asintió, mientras su sonrisa desaparecía. Parecía realmente concentrada. Comenzó a mover lentamente sus alas, que brillaban con la tenue luz de la tarde.

–Muy bien, hija –le dijo Azazel, con una orgullosa sonrisa en el rostro–. Ahora concéntrate en contraer esos músculos, hasta lograr que las alas entren de nuevo a tu espalda.

Ana asintió nuevamente y cerró los ojos. Eunice la miraba expectante, mientras Dante tomaba notas mentales de aquella escena. Ana exhaló de golpe y logró ocultar la mitad de las alas en su espalda, pero sintió otra vez aquel terrible dolor. Abrió los ojos con una expresión descompuesta en su rostro, emitió un terrible grito que asustó a todos los presentes. Azazel la abrazó para reconfortarla con palabras dulces.

–Todo está bien, pequeña. Sé que te duele ahora, pero pronto pasara. Inténtalo de nuevo.

Ana tomó aire, sintiéndose un poco asustada. Sin pensarlo mucho, exhaló de golpe, logrando guardar el resto de sus alas. El dolor no pareció tan severo y se incorporó de inmediato, sintiéndose más libre.

–¡Vaya! Ahora me siento mejor –dijo, sonriendo otra vez.

–Cuando la trasformación está reciente, es mejor mantener las alas guardadas. Hay muchas cosas que necesitas saber, hija. Me pregunto si Laziel podrá ayudarnos con eso –el gesto del caído se tornó dubitativo–. ¡Laziel!

En un segundo, los ojos amarillos de la criatura se iluminaron en las sombras. Salió tambaleándose, cargando lo que parecía ser un viejo pizarrón.

–¿Qué traes ahí? –le preguntó Dante, tratando de reprimir una carcajada.

–Bueno... Supuse que un pizarrón sería de utilidad para nuestros propósitos –explicó la criatura, con tono solemne.

Dante no pudo soportarlo más y explotó en risas, contagiando a Eunice de paso. Al ver aquello, Ana comenzó a reír también de manera escandalosa.

–¡Silencio! –demandó Azazel con la voz encendida–. Tomen asiento por favor, la lección será larga.

Los tres chicos se sentaron sobre la alfombra, mientras Laziel acomodaba el pizarrón en uno de los sillones inflables, y Azazel se sentaba en el otro. Ana entrelazó su brazo con el de Eunice como si fuera una niña pequeña, se quitó los cabellos enmarañados del rostro y puso un gesto serio al enderezar su espalda, como si temiera que la fueran a regañar. Eunice la miró con desconcierto, dentro de ella, la ternura y la ansiedad se mezclaron, formando un nudo en su garganta que no le permitía hablar.

–¡Muy bien! –exclamó Laziel, sacando un par de trozos de tiza de su bolsillo–. ¡Comencemos! Hay cosas básicas que todo nuevo ángel debe saber.

Dante lo interrumpió, levantando la mano con una sonrisa burlona dibujada en su rostro.

–¿Qué pasa, hijo? –la voz de Laziel sonaba tranquila, a pesar de que había percibido las sarcásticas intenciones del muchacho.

–Sólo me preguntaba... si hiciste esto con todos los ángeles que he encontrado.

–No. Como sabrás, la mayoría acepta su naturaleza sin preguntar. Pero éste que tenemos aquí –dijo, señalando a Ana con la mano abierta. Ella sonrió orgullosa al recibir toda la atención–, es un ángel muy especial, y debe conocer las reglas de su nuevo mundo.

–¡Está bien! Gracias por aclarar mis dudas... profesor.

Azazel soltó una sonora carcajada motivada por la broma de Dante, quien lo imitó logrando que Eunice y Ana rieran también. Aquello no hizo feliz a Laziel, cuyos grandes ojos amarillos se convirtieron en feroces llamas automáticamente.

LA BATALLA DEL ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora