La Herida Del Cielo. V

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Capítulo 5: Me deleitaré con tus huesos.

"¿Ver para creer, o creer para ver?".

Ubicación: Turín, Italia.
Fecha: 28/12/2020 – Horas del día.
Jayden West.

—¡Levántate, perro maloliente! —escucho que me grita mi enemigo.

Está alardeando y creyéndose que tiene la victoria sólo porque me lastimó la pierna.

Aparto cualquier atisbo de dolor, no puedo permitirme hacer muecas ni nada por el estilo, y tragándomelo todo me apoyo en mi otra pierna para poder ponerme de pie.

—¿De dónde sacas la moral para llamarme así? —respondo.

—Un perro de pelaje dispar que escarba entre tumbas buscando alimento, ¿qué te hace diferente de mí?

—Que los chacales se comen la inmundicia de los cuerpos muertos, en cambio tú los devoras por tus asquerosos gustos propios.

Belcebú eligió un buen lugar, un edificio abandonado donde sólo estamos él y yo, sin nadie más que pueda intervenir. La nube de moscas impide que cualquiera entre, o que alguno salga antes de lo esperado, al igual que callan todos los sonidos del exterior y contaminan el poco aire que llega a donde estamos, llenándolo de un olor a muerte y putrefacción.

El señor de las moscas, el demonio del gula, su figura es respetable, lo reconozco. De gran tamaño y piel oscura, con un rostro hinchado, con una corona de fuego que rodea unos cuernos negros lisos. Su cuerpo está lleno de pelo, y tiene sus alas replegadas en su espalda. Su mirada es negra, y tiene un toque de maldad. No sé qué es más repulsivo en él, si sus dientes manchados y chuecos, o si los insectos que le salen de la boca cuando la abre.

Abre su boca y vomita un mar de cucarachas que llena el piso. Yo escupo grandes cantidades de miasma pero no surte efecto, hasta que debo enviar una onda de oscuridad que las desintegra. Al morir las alimañas, dejan una sustancia negra en el suelo, la cual Belcebú atrae hacia sí mismo y la succiona del mismo suelo.

—Eres asqueroso —le recuerdo.

Un cambio en su cuerpo se hace presente, tornándose un poco más fuerte. Llega a donde estoy y me da un golpe en el hombro. Con su fuerza me hace caer de rodillas, y yo convierto mi brazo en un hueso afilado con el que lo atravieso en el abdomen. Convierto la punta de mi hueso en la forma de un arpón, para halar y que se entierre en su espalda. Belcebú abre su boca, dejando caer su asquerosa saliva sobre mi cara, y veo que los escarabajos y cucarachas salen de sus fauces para perderse en su cuerpo, conforme la abre más para tratar de tragarse mi cabeza. Yo alzo mi cara y le escupo una gran cantidad de miasma directo a su boca, al tragárselo lo veo toser.

—Eso es veneno —le comento.

—Exquisito —responde, luego de pasar su negra lengua alrededor de su boca, saboreando el miasma.

Este sujeto es lo más repugnante que puede existir.

Con mi mano libre lo ahorco, y cuando me doy cuenta que su cuello es muy grueso por su tamaño, hago que los huesos de mis dedos se alarguen para cumplir el trabajo. De su pelo salen insectos que invaden mi brazo y empiezan a morderme para que lo suelte. Sus mordidas no son problema, pero sí el veneno que noto que me dejan.

Pone todo su peso encima de mí, y se encorva lo suficiente para que su boca llegue a mi hombro y lo muerde. Todos sus chuecos y deformes dientes se clavan en mi hombro derecho, haciendo que me duela. Por más duro, no puedo evitar el dolor que me produce y gruño, pero en respuesta halo más mi brazo hacia atrás, para que las puntas del arpón se le claven más profundo.

La Doctrina de los dioses: Los Herederos del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora