Un día cualquiera

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Me desperté y apagué la alarma, odiaba esa musiquita que tanto me torturaba por las mañanas. Miré la hora, ¡mierda!, eran las siete y media e iba a llegar tarde a clase, como cada día. Me levanté y me miré en el espejo. Si lo pensaba, era un espejo muy feo, me daba espina a antigüedad, y el cuarto completo también. Sinceramente, era una habitación un poco deprimente y como siempre decía, tenia que decorarla un poco y ponerla más bonita. Pero ahora no era momento de pensar en eso, debía arreglar esa cara de sueño que tenía. Me puse unos pantalones vaqueros, un jersey de lana marrón y esos zapatos negros que son tan cómodos. Me bañé mi rostro con agua fría y me hice una trenza a lo rápido. Salí de casa sin mirar la mochila, sin preparar nada ni cambiar libros, como siempre hacía. Mi instituto quedaba al otro lado del pueblo y debía acelerar el paso si no quería llegar a segunda hora, faltaba poco tiempo. Estábamos a setiembre y era un día gris y nublado. Llegué sobre las nueve y diez a clase, el profesor ya ni se molestaba en reñirme, Pasa y siéntate Alicia esas fueron sus únicas palabras. Fui a sentarme a mi sitio donde al lado mio se sienta Carlos, un chico un poco tímido pero la verdad es que era muy buena persona.

Tenía diecisiete años y aún estaba en cuarto de la ESO, tampoco es que me interesase mucho por los estudios. Me puse a pensar en mis cosas, escuchar al profesor de Ética era muy aburrido. Marcos ni siquiera me había dicho buenos días, pero la verdad, es que ya no me sorprendía. Marcos era guapo, de ojos verdes y celestes, con el pelo liso y castaño. Es alto, y tiene un cuerpo musculoso y la piel clara. Él juega a futbol y se le da muy bien, está en un equipo de buena categoría. Pero no dejaba de pensar en lo malo, en porqué estando en un equipo tan bueno tenía que perder poco a poco facultades por culpa de los porros. Cuando lo conocí, delante de mí solo fumaba tabaco, como la mayora de chicos. Al conocernos un poco más me confesó que también fumaba algo "más fuerte", pero no le di mucha importancia, por el hecho de que también era algo habitual en la gente de mi edad. Pero con el tiempo, todo ha ido a más, suele fumar casi cada día, siempre que puede o tiene dinero. Y eso, a pesar de ser malo para su salud, con el paso de meses y años, iba a verse perjudicado en su deporte.

-Alicia, ¿estás bien?

-Si, ¿porqué? -miré a Carlos sorprendida por su pregunta.

-Como pones esa cara de...preocupación.

-No, tranquilo, sólo es que tengo sueño -le dije con una sonrisa ligera.

Supongo que sin darme cuenta, se me debía haber puesto una cara entre tonta y distraída, que vergüenza. No sé si fue porque llegué tarde o porqué me atraparon los pensamientos, pero antes de lo que esperaba el timbre ya estaba sonando.

Delante de mi se sentaba Karima, una joven de Marruecos. A pesar de que la clase la tuviera un poco marginada, me caía muy bien y nunca tuve ningún problema en hablar con ella. Era estudiosa y siempre tenía una sonrisa en su rostro.

-Perdón, ¿qué asignatura tenemos ahora?

-Buenos días Ali dormilona -buscó la agenda y miró el horario- matemáticas.

-Gracias -le sonreí abiertamente. Siempre me dio gracia que me dijera dormilona, se ha debido acostumbrar a mis retrasos de cada mañana.

Me fui al baño rápidamente porque necesitaba enfriarme la cara para despejarme un poco.

-Ali -gritó corriendo hacia mi con una sonrisa enorme.

-Tu siempre tan contenta, eh.

A pesar de tanto tiempo, aún me sorprendía como Ainhoa podía tener siempre esa felicidad y esa sonrisa en su cara. A veces pienso, que la abundancia de energía en una persona, absorbe la poca que tienen las otras que estan a su lado, especialmente por las mañanas. Pienso que cuando una persona está tan activa y viene, te habla mucho, te abraza, se mueve, es como si quisiera robarte la poca energía que tu tienes y te cuesta mantener, y por eso, te sientes más cansada. Es una teoria complicada, pero en cuánto a la practica yo lo veía muy claro, o no lo sé, tal vez esa era mi escusa para explicar mi abunante pereza.

-¿Qué haces aquí? -que pregunta más estúpida hice.

-Nada, vine a verme al espejo, a peinarme y comprovar si estoy bonita, ya sabes.

Hice una pequeña carcajada.

-¿Y tu?

-Nada importante, vine para bañarme un poco esa cara de zombie que llevo.

-La verdad es que si -dijo riéndose- es broma mujer, no pongas esa cara, estás bonita igualmente.

-Ja-ja-ja, que chistosa eres Ainhoa.

-Gracias, gracias -dijo sonriendo- oye, me voy, que no quiero llegar tarde.

-Vale, nos vemos luego.

-En el bar, como siempre ¿no?

-Claro, adiós -forcé una sonrisa, no era mi mejor día.

Después de mi pequeña ducha de agua, fui corriendo hasta la clase. Perfecto, la profesora ya había entrado y creo que llegaba cinco minutos tarde.

Toc Toc
-Adelante -se escuchó desde dentro.

Abrí la puerta y entré con un poco de miedo.

-Perdóname señorita García, estaba en los lavabos -me disculpé.

-Que sea la última vez.

Esta vez, a pesar de mi gran odio por esta asignatura, saqué el cuaderno y empecé a anotar las complicadas explicaciones de la profesora. A la hora de participar la clase, deseaba que no me eligiera para salir a la pizarra. A parte de darme vergüenza, era un desastre en las matemáticas y no sabría resolver el problema o lo que me pusiera, y eso, haría que pasara el doble de vergüenza.

Pasaron las horas del día, y por fin faltaban apenas cinco minutos para terminar las clases. Volví a mirar mi móvil y Marcos no me había dicho nada. Sonó el último timbre y empecé a caminar hacia mi casa, me esperaba un largo camino. Llegué a mi casa y escribí a mi novio Buenos dias cariño, ¿qué tal el día? sinceramente esperaba una de sus respuestas habituales. Entré en la cocina y metí un plato de macarrones, que eran las sobras de la cena de ayer, en el microondas. Cogí la botella de agua, el plato y me senté en el sofá con la tele encendida. Sonó mi móvil, lo miré.

Muy bien.

Cuando conocí a Marcos era muy cariñoso, muy atento y a veces, detallista con esas tonterías que a las chicas nos enamoran. Cuando me pidió para ser su novia era muy romántico, siempre me besaba, me abrazaba y me decía cosas bonitas. Últimamente ya no lo hacía. Rara vez me daba un beso y siempre tenia era yo quien tenía que buscar su calor y cariño. Nunca se molestaba en hablarme y muy pocas veces se preocupaba por mi. Tengo que admitir que a veces me habla muy bien e incluso me dice cosas bonitas, pero no sé si es porque lo sentía de verdad o por su grado de bipolaridad. Dejé el móvil lejos de mi, de todas formas sabía que no iba a tener mucha conversación con él. Comí mirando la televisión y en cuanto terminé, me quedé dormida.

No sé si entré en sueño tan a gusto por mi cansancio o por no tener que pensar en tantas cosas que me rondaban la cabeza.

Heridas de placerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora