Presentación

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   Sin que la mirada turquesa de la histérica que tiene enfrente la mirase y tomara nota mental de ella,  comenzó a jugar  con su bolígrafo. Más que nada, contextualmente daba referencia a su nerviosismo parcial. Golpeaba su banquillo —con la cavidad para dos personas— con ambos extremos de la lapicera, con movimientos rápidos y ágiles, giraba su bolígrafo en un ángulo de ciento ochenta grados para entretenerse un ratito, aunque sea.

Suspiró. Dejó a un lado su lapicera, sacando el celular del bolsillo de su campera de cuerina. Notó que eran las nueve y media de la noche. Todavía faltaba para las diez y media e irse a casucha. Sí, así es, los primeros días en el profesorado de ciencias políticas la habían matado, pero no por el hecho de las materias asignadas y correspondidas, sino porque no conocía a nadie.

Elevó su mirada y lamentablemente chocó con la de su profesora Silvina, L. Maldita sea, sí que es terrorífica. Lo primero que vio fue las cejas —la mitad de ellas, al parecer Silvina, L, tiene un grave problema con la pincita para depilar—. Pasó a sus ahumados ojos turquesa. Si bien, esta vieja tiene pinta de arrojarle agua hirviendo a su marido —si es que tuviera—, no obstante aquellos ojos bien delineados y expresivos revivía, lo que una vez fue, su belleza. Rejuvenecía totalmente.

Actuando como tonta despistada, finge acomodar unas hojas de su carpeta número cinco de tres argollas. ¡Uf! ¿Por qué Silvina, L la seguía observando así? ¿Y por qué su alumna se tuvo que haber sentado en los primeros bancos? ¡Tonta!

Retomar el aliento después de dos horas intensivas para la materia “Teorías políticas I” con la simpática y humilde profesorita Silvina, era trabajo para un local de Starbucks que, ¡gracias al Olimpo entero!, atendía hasta la medianoche.  

La chica comenzó a encorvarse más y más, endureciendo sus rasgos juveniles hasta convertir su rostro en la de una amargada, una chica seria, antipática. Sí… realmente esa imagen producida por ella —cabe aclararlo: subconscientemente—, pero únicamente porque era nueva. Entonces la chica se pregunta: “¿No me hablarán porque se pensarán que soy Wednesday Addams? ¡Yo no soy así!”. Lamentablemente, su timidez y su falta de creatividad para socializar, ejercían sistemáticamente una buenísima jugada en contra de ella.

Retomó la postura al momento que la vieja de Silvina, L, reiteró una lectura en la que debía sacar notas principales sí o sí. Si no oía y traducía lo que decía esta vieja de mierda, tendría que recursar la materia eternamente, o por lo menos hasta que muriera y venga un nuevo profesor.

No estaba acostumbrada a este horario. Le agarraba fatiga. Con sus recientes dieciocho años ya le era mucho todo esto.

En fin, era cuestión de hacer las cosas y punto.

Despojando de este tramo a la mentira: los minutos no pasaron volando. Elizabeth terminó con los pelos de punta, totalmente desquiciada… ¿ella? En realidad, no. Su profesora es la desquiciada, no ella.

Silvina, L fue la primera en salir de la estancia. Le siguieron unas chicas más que iban volando hacia la salida. Elizabeth recogió sus cosas y las guardó dentro de su bolso morado. Siente que suena su celular, e inmediatamente lo busca.

“Hoy tu papá no va a poder irte a buscar. Espérame en la cafetería a la que vas siempre. No te muevas de ahí. Te paso a buscar en un taxi. Espérame y no cometas ninguna estupidez, por favor”. De “MAMA” recibido a las 10:41 p.m.

Elizabeth le responde con el típico “ok”. Guarda su celular, acompañado de un suspiro que llamaba a la paciencia. Por un rato, queda su punto de vista en el suelo, pensativa, algo raro, puesto que ella no es de detenerse a pensar. Muerde su labio inferior. Decide salir del aula.

Libertino XXI (Nouvelle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora