El sol ya se había ocultado tras las montañas cuando decidieron regresar al restaurante donde el chofer los esperaba. La marea había ganado unos cuantos metros a la desembocadura del río y las corrientes formaban un remolino difícil de sortear; solo Humberto, José Luis y Anabell, que eran los más altos, lograron librar el paso sin ser arrastrados hacia el mar. Los demás acabaron tan empapados como Jorge.
Juan fue el único que pasó apuros; tuvieron que ir Jorge y Adolfo para ayudarlo a nadar, pues atacaba la orilla en línea recta y no hacía más que desesperarse por no acortar la distancia.
-En diagonal -le gritaron-, nada en diagonal.
Anabell se puso pálida, le temblaron las piernas y prefirió sentarse en la arena. Arminda que no dejaba de observarla, se acercó a confortarla; mientras le acariciaba el pelo le dijo:
-No te preocupes, que a Juan no le va a pasar nada.
Cuando por fin Juan alcanzó exhausto la playa, el grupo se dio cuenta de que Leonardo y Rebeca permanecían aún del otro lado.
Rebeca había tomado de la mano a Leonardo y con el pretexto de buscar un paso menos violento se lo llevó hacia los manglares. El grupo los estuvo esperando un rato en la otra orilla, hasta que sospechando que aquello iba para largo, decidieron mejor subir a ¨El Mirador¨.
De regreso en el restaurante de Don Paco, el grupo de amigos se quedó en traje de baño y pusieron sus ropas a secar en la terraza. Como la fonda estaba en lo alto de un monte, ahí todavía llegaban algunos rayos del sol y no tendrían ningún problema en esperar, tomando otras cervezas, a que se secara la ropa y llegaran el par de rezagados.
Desde lo alto se miraba la barra disminuida por la creciente amalgama de los ríos y el mar.
-Ya viste a Arminda –murmuró José Luis a Humberto, sorprendidos ambos por el cuerpo esbelto y bien formado: por la manera en que Arminda lo disimulaba bajos sus eternos jeans y sus camisolas enormes.
-Sí –respondió Humberto ruborizado.
En tanto, Arminda, sabedora de la conmoción que causaba, se recostó en la terraza para mirar al mar.
Pasó poco más de una hora hasta que llegaron Rebeca y Leonardo; sin duda habían encontrado un punto fácil para cruzar el río porque venían secos. Los amigos los embromaron un poco, esperaron a que también ellos tomaron algo y luego decidieron emprender el regreso a casa.
Fue mientras se despedían de Don Paco cuando llegaron al restaurante un par de turistas europeas y voluptuosas que, en un mal español, invitaban a todo mundo a una fiesta en la discoteca de la Posada Paraíso; que era el único hotel en el pueblo y que no estaba muy lejos de ahí, medio escondido entre la vegetación.
-Esta noche bailar merengue en posada –dijo la más joven.
Hubo opiniones divididas sobre si iban o no a la fiesta, después de todo había que aprovechar esa noche, pues difícilmente volverían al pueblo estando tan lejos de casa-
-Vamos –dijo Adolfo, sorprendiendo a todos.
-Pero tú ni bailas –replicó Jorge.
-No bailaba –respondió Adolfo con una sonrisa cercana a la embriaguez.
-Yo creo que sería mejor ir a casa –terció Rebeca.
-Es que el chofer sale mañana temprano –comentó Mónica con una pena real.
-Por mí no hay problema –dijo el chofer- yo me duermo mientras los espero, la camioneta es muy amplia.
-¿Posada paraíso? –Murmuró Humberto-. ¿Por qué no?
Decidieron ir caminado para que el chofer no truncara su conversación con Don Paco, ya luego los alcanzaría, más tarde, en la discoteca. El camino hacia la Posada Paraíso era una brecha por la selva y, aunque en realidad no estaba muy lejos, como se iban entreniendo con cualquier tontería, les tomó cerca de media hora llegar hasta allá.
Dado que aún era temprano para una fiesta de discoteca, no tuvieron problemas para juntar dos mesas frente a la pista de baile y para darle forma a esa timorata borrachera, pidieron otras cervezas.
A pesar de todos los planes que durante el camino hicieron para sacar a bailar a las ¨gringas¨, a la mera hora nadie se animó, hasta Mónica y Arminda tuvieron que pararse a bailar solas.
Jorge fue el primero que pudo vencer la timidez y bailó con dos jóvenes holandesas.
-Enséñales cómo se mueve la barriga –le gritaron.
Luego, como Mónica encontró a un muchacho que la conocía, Arminda fue por Humberto y lo paró a bailar.
-¿Yo? –preguntó Humberto.
-Sí, vamos a bailar.
-Pero yo no sé bailar.
Y pese a que no quería hacerlo y a que se puso todo rojo de vergüenza, Humberto bailó y creyó que lo hacía.
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Iba a ser solo una broma - David Jorajuria
Novela JuvenilEsta historia no es mía es de David Jorajuria (A mi me gusto mucho por eso la publique) Iba a ser solo una broma es una medicina ( como suele serlo cualquier lectura ) y esta medicina tenia como objeto curar un recuerdo, al parecer es medi...