Teclas de sangre

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California 2:35 pm lunes 14 de noviembre del 2004.

-Nadie me cree.

Dije con tranquilidad mirando al techo, realmente estaba muy cómodo ese sillón reclinado. Había llegado al centro psiquiátrico hace media hora aproximadamente; suspire y mire de reojo a mis pies por un momento, luego mire mi pulgar cubierto por mis guantes negros de cuero, escuchaba esa punta fina de carbón escribir a mi lado en una hoja. Rodé los ojos y volví a mirar al techo.

-Y al final de la sección, usted tampoco lo hará.

Le dije al hombre sentado de piernas cruzadas a mi lado, ahora que lo pienso, no me sé el nombre, y le interrumpí la palabra cuestionándole.

-¿Cómo usted se llama?

-Albert Pitterson.

Sentí el énfasis que pronunció en su apellido y sonreí de medio lado.

-Muy bien Mr. Pitterson, se supone que vine aquí porque mi hermano cree que me estoy volviendo loco, y para que esté más tranquilo decidí complacerlo, pero no es que usted me va ayudar, solo escuche atentamente, apunte lo que tenga que apuntar y dígale a él que vine a la sección que me pago y que no volveré luego de esto, que no pague más.

       
                                                     Flash back.

3:00 am y mis ojos como de costumbre miraban un punto fijo en la oscuridad, las grandes ojeras que delineaban mis ojos de color café eran cada vez más profundas y en contraste con mi pálida piel podía llegar a tener un aspecto tétrico; la estaba esperando sentado allí en el borde de mi cama.

3:02 am y esa fría neblina iba inundando mi recamara de puertas y ventanas abiertas como todas las noches, ella tan puntual, exhale el aire que hace unos segundos iba reteniendo, era la misma sensación cada noche y podía jurar que la sentía siempre como que era la primera vez. Inhale profundo y me puse de pie.

Era cuestión de dos pasos para que la melodía empiece.
Para que mi acompañante se hiciera notar.
Di el primer paso, baje mi mirada al suelo, suspire profundo y di el segundo paso. Aun siento que no le doy las mejores bienvenidas, y que no trato de sorprenderle. Pero… supongo que ella era mi eterna acústica.

Sonata constante de 4 teclas, lentas y con eco iban retumbando en toda la casa, sonreí de lado con satisfacción, su responsabilidad de acompañarme cada noche aun me parece tan dulce. Con mi dedo anular iba tocando las paredes mientras salía de mi recamara, acariciando estas con sutileza, con parsimonia, el cuero de los guantes que llevaba adornando mis muñecas cubría tan bien mis imperfecciones musculares.

Aunque la oscuridad era segadora, podía tan solo guiarme por esa neblina espesa que cada vez era más densa y fría a medida que me acercaba al cuarto donde mi dama me esperaba con embriagadoras sinfonías para mí. Era delirante como el ambiente aun estando tan frío causaba cierta calidez en mi pecho.

Contradicciones de coherencia eran mis sentires. Lejos de llegar a sentir miedo de hecho sentía que cada retumbe de sonido llenaba un vacío en mí.
Cada vez más alto, un poco más rítmico pero sin quitar ese tono dulce y misterioso que realmente no llega a expresar un sentimiento fijo, no era tristeza, no era alegría, no era enojo, no era confusión y sobre todo, estaba muy lejos de ser amor. O tal vez, solo tal vez, era un conglomerado de todas y al final se generalizaba en una simple canción sin letras.

3:13 am y ese olor a tierra mojada se paseaba mezclándose con la neblina, la lluvia comenzó a caer por ascendencia y pasó de una leve llovizna a una media tormenta, con rayos y truenos.

Y allí estaba yo parado en el marco de la puerta de entrada a mi cuarto de piano mirando esa larga cabellera negra, ondulada, aparentemente sedosa. Esos largos y esbeltos dedos deslizándose con total maestría, esa piel tan blanca casi como el color de las teclas del piano, sus pies descalzos posados tranquilamente en el suelo de madera chueca, ese vestido que si bien no era blanco tampoco crema ni gris, pero era un color pálido. La imagen era tan descolorida, pero tan pintoresca para mí.

Sonreí con levedad, las comisuras de mis labios se elevaron y a su vez mis parpados cayeron disfrutando el cambio de tonalidad semejante a la inicial pero más aguda. Elevé a la altura de mi estómago mis ambas muñecas como si las posicionara sobre el piano pero de inmediato sentí el decaer de las notas musicales y mis ojos se abrieron.

Mi acompañante solo tocaba con una sola mano el fondo de la canción; no lo iba a pensar dos veces y acepté su invitación. Me acerqué y me senté a su lado, su perfil era estéticamente precioso, la admire con la poca luz que la noche me brindaba por un momento, esa pequeña nariz y pestañas largas que protegían sus orbes fijos en su propia mano mientras tocaba.

Desvié mi mirar al piano y posé mi diestra en él, en la siguiente posición de notas más aun así no toque ninguna tecla, mi mano estaba superficialmente colocada.
Sentí la primera gota en mi muslo.

De entre las uñas de la fina y larga mano brotaba un color rojo pasión, tan líquido que se escurría entre las teclas y sobre ellas, llegando a quitarle el brillante color blanco a las mismas, tiñendo las 3 notas que sus dedos tocaban. Tres notas apagadas y sangrientas.

La lluvia era constante y los truenos lejanos, retiré mi mano y suspire. Las notas que me correspondían tocar se tocaban solas, una tras otra las teclas se hundían sin ser manipuladas.

La silueta a mi lado se iba desvaneciendo a medida que la lluvia cesaba a paso rítmico, el rio rojo bajo mis pies llenaba cada parte chueca del piso de madera y las teclas paraban de moverse al primer sonar de la campana.

                                                  Fin del fash back.

-Alec, ¿vive usted cerda de una iglesia?

Cerré los ojos, en mi rostro se dibujó una mueca torcida y negué.

-No, Mr. Pitterson, no vivo cerda de una iglesia.

-¿Y cómo explicas las campanas?

Esta vez sonreí, y entre abrí los ojos para verle, le quedé mirando un corto lapso en silencio y pude percibir la duda en su mirar, tratando –como todo psicólogo– entenderme o tal vez solo creer en mis palabras.

-De la misma manera que hace 11 meses la fauna de la comunidad está muerta por que no llueve desde el principio del año pasado, Mr Pitterson.

"Tal vez era demasiado,
demasiado para un hombre que,
está destinado a romper todo,
tarde o temprano.
Cuando el mundo se enfríe.
Estaremos dos almas en una ciudad fantasma.
Mi piano triste y yo, el manipulador del dolor."

//Boletín de ultimo minuto martes 23 de octubre 1998 – 1999 -  Alec Scranford popular pianista arrestado por asesinar a su esposa Janette Bracf en uno de sus descontroles de ira por descomponer una de las cuerdas de su piano, se explica que Janette en su defensa antes de ser pateada por la escaleras y caer desnucada le corto con una tijera de jardín la mayoría de los dedos al pianista dejándolo solo con el dedo pulgar de su mano diestra y el índice y anular en su mano surda.//

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