Prologo

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Emma Swan, una niña de nueve años, dejó caer la aguja sobre el disco y
recorrió de un salto la distancia que la separaba de la silla.
Una vez junto a ésta, trepó y se irguió a tiempo para gritar a coro con la banda de rock que empezaba a sonar:
«¡Un, dos, tres!»
Sonriendo a sus amigas, Ruby y Elsa, se lanzó a cantar el estribillo que
abría su canción favorita, simulando tocar una guitarra eléctrica.
Sus amigas la imitaron y se pusieron de pie sobre las sillas, cantando a gritos y tocando imaginarios
instrumentos de percusión.
Puesto que llovía y no era posible salir, Emma había
convencido a su niñera para que las dejara jugar en el sótano de la casa.

La vida era maravillosa. La niñera les dejaba poner la música tan alta como quisieran. Acababa de comprar el último disco de su héroe musical. Podía tocar su guitarra imaginaria, armada con una raqueta, junto a sus mejores amigas.
Incluso Elsa le había prestado su estupenda diadema rosa. Y sobre todo no estaba castigada.
Cuando la canción terminó, Emma saltó del sofá y corrió hacia el tocadiscos.
—Vamos a oírla otra vez —propuso, colocándose de nuevo la diadema—Si nos entrenamos mucho, a lo mejor podemos organizar un espectáculo y cobrar a la gente que quiera oírnos.

Con su vestido rosa de muñeca, Elsa observó la raqueta que hacía las veces de guitarra con aire contrito:
—No sé, Emma, no creo que el rock sea lo mío.
Ruby apoyó el escepticismo de su amiga:
—Nadie va a pagar para vernos. Tendremos que darles comida o algo más.
Y los chicos se reirán de nosotras —miró a Emma —. Además, estas raquetas más parecen banjos que guitarras eléctricas.
—Está bien —concedió Swan —, les daremos ponche y galletas.

Ignoró el comentario sobre las raquetas, puesto que nada podía hacer al respecto. Le preocupaba mucho más su voz. Le aterraba pensar que su forma de cantar pudiese sonar tan mal para los otros como para ella misma, pero era demasiado gallina para preguntar a sus amigas qué opinaban, de modo que se limitaba a cantar lo más alto posible.

—¿De verdad queréis ser estrellas de rock de mayores? Mi madre dice que esa gente no se ducha —comentó Elsa con un escalofrío.
—Davey Rogers y su banda sí que se bañan —la tranquilizó Emma —. Lo sé porque soy miembro oficial de su club de fans —Elsa era una cursi, pero Emma la apreciaba porque era buena chica y le prestaba sus cosas—. En realidad, no me importa no ser estrella del rock.
Lo que quiero es ser rica y viajar mucho. Quiero tener aventuras —explicó antes de añadir su principal deseo—. Y que nadie pueda
castigarme nunca más.
—Yo me volvería loca si mi madre me obligara a quedarme en casa tanto como la tuya —dijo Ruby dando unos pasos de baile en el suelo—. Siempre estás castigada.

Emma sintió un extraño dolor en el estómago. Se preguntaba qué había de malo en ella. Ninguna de sus amigas se metía en tantos líos o recibía tantas reprimendas como ella.

—Pues no hago nada tan malo —se justificó.
Observó como Ruby hacía oscilar la silla y se balanceaba y pensó en decirle que se estuviera quieta. Ruby adoraba los numeritos, pero a la madre de Emma no le gustaba que estuvieran descalzas subidas a sillas.
—No —dijo Ruby—, no es lo que haces. Pero tienes un problema.
—¿Cuál?
—Siempre te pillan.
La ansiedad que sentía Emma empeoró. Ruby era un año mayor que ella
y era muy lista. Tenía las mejores notas en matemáticas y Emms las peores.
—Puede ser —admitió—. Puede que sea mala —pero no quería seguir
pensando en los castigos. Con las manos en las caderas se volvió hacia sus amigas—. Vamos, antes de que vuelva mi madre, vamos a ensayar como si estuviéramos tocando en el teatro.
Colocó la aguja sobre el disco y saltó sobre la silla de nuevo. Dispuso las manos en la raqueta y abrió las piernas, comenzando la cuenta atrás en el preciso instante en que su madre apareció en la puerta.
Emma se quedó paralizada.
Por el rabillo del ojo vio cómo sus amigas se bajaban rápidamente de las sillas, pero ella solo podía observar a su madre que la miraba con aire de censura.
—Jovencita —dijo, y Emma suspiró. Siempre que su madre la llamaba
«jovencita», estaba castigada.
—¿Qué haces subida a una silla? Te he dicho cientos de veces que no quiero que hagas eso. ¿Qué pasaría si se cayeran? —Alzó el dedo hacia Emma—. Ya te había avisado, ahora… Emma miró con horror a Ruby mientras su madre proseguía con el sermón. Una vez más, la habían pillado.

Una Chica con ProblemasWhere stories live. Discover now