La brisa fría agitaba cada vez más nuestros cuerpos. La noche se había establecido en el horizonte y las estrellas brillaban en el cielo, cegadas ligeramente por la contaminación lumínica de los edificios y calles. Yo no entendía las últimas palabras de mi compañero de azotea, pero aun así preferí mantenerme callado durante unos instantes.
–¿No te gustaría estar ahora mismo entre esas calles perdiéndote entre la multitud y dejándote llevar por las aceras? –pregunta él rompiendo el silencio.
–Me gustaría estar en mi casa, sentado en mi sillón con una manta –respondo yo.
Es lo único que deseaba en este mundo. Echaba de menos mi pequeño apartamento. Hacía meses que no podía disfrutar de él, y la última vez que fui fue simplemente para coger mis cosas para venirme aquí.
–¿Por qué siempre estás a la defensiva? –me cuestiona por sorpresa.
–¿Yo? –respondo enojado. –No estoy a la defensiva. En todo lo que llevo aquí no he hablado con nadie más de lo necesario, no porque no quiera, sino porque no lo necesito. No necesito el apoyo de nadie para soportar esto. Aquí estoy solo por y para ella, no para hacer amigos. Si piensas que por estar en esta situación me voy a olvidar de que el mundo de fuera es una auténtica basura estás muy equivocado. Quédate tu piedad y tus conversaciones para otro.
El chico me miraba atónito. Le había traído aquí hace media hora y ahora parecía que quería echarla a patadas.
–Perdona, no quería que te ofendieses –contesta él.
Entonces salió por la puerta que habíamos entrado. Yo me quedé apoyado sobre el borde la azotea con la mirada fija en las farolas que alumbraban la ciudad.
«Me he pasado. Siempre lo hago. No sé controlar mis palabras», pienso.
Quizás solo intentaba ser amable. Quizás soy la única persona con la que puede olvidarse un poco de todo aquí. Quizás he sido demasiado duro. No debería plasmar en los demás la ansiedad y dolor que me produce levantarme cada día entre estas cuatro paredes blancas. Salí por la puerta cerrándola a mi paso.
Al bajar a la planta de abajo no le encontré al lado de la máquina de refrescos como había previsto. Pensé en preguntar a la expendedora, pero aquella pequeña ramera de metal solo habla cuando le echas una moneda por la ranura. Recorrí todos los pasillos de la planta, pero no estaba en ningún lado. Puede que estuviese en su habitación, pero no me atrevía a ni siquiera entrar en ella. Es una falta de respeto siendo un desconocido como soy.
Me desplomé sobre el banco de la máquina de refrescos. Me dolía la cabeza, casi no sentía las piernas. Poco a poco los ojos se me fueron cerrando hasta que el sueño me invadió completamente.
No era la primera vez que me pasaba, las enfermeras ya me conocían de sobra y ni siquiera me despertaban ya cuando me quedaba dormido fuera de la habitación. Eran conscientes de que cada vez que tenía la ocasión, mi cuerpo prefería descansar en cualquier lugar del mundo antes de en aquella habitación que se había convertido en mi castigo día y noche.
Desperté lentamente a las pocas horas. El pasillo estaba ya iluminado con la luz tenue de la madrugada. Me percaté de una sombra sentada en el otro extremo del banco, justamente al lado de mis pies. Era él.
–¿Dónde estabas? –pregunte colocándome en el banco para quedar sentado. –Te he estado buscando.
–Le ha vuelto a pasar –dijo él con un hilo de voz.
–¿Qué? ¿A quién? –pregunté yo sin saber a qué se refería.
–Está en la UCI, le ha vuelto a pasar –responde.
–¿A quién? –insistí.
–A mi padre –contestó. –Le ha vuelto a dar otro infarto.
De repente estalló a llorar y lo único que pude hacer fue rodearle con mis escuálidos brazos y dejar que empapara mi jersey de lana gris con sus lágrimas.
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TONO GRIS. (#GAY) (#LGBT)
Roman pour Adolescents"Me encontraba de pie mirando por la fría ventana de la habitación. Hacía días que las nubes cubrían el cielo y el sol solo aparecía de vez en cuando al encontrar un hueco entre ellas. Aun estando así el paisaje, hacía semanas que no llovía, las mal...