La tierra de los sueños

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Josué, pues, se entregó a los brazos de Morfeo después de acostarse. Él despertó, esta vez en la Tierra de los Sueños.

Era donde el poeta venía después de estar en la Tierra de los Despiertos. La llamó de esta manera porque tenía la cualidad de que todas las personas estaban despiertas, preocupadas por la muerte sin pensar en vivir.

Él no descansaba, ni siquiera cuando dormía, porque venía a la Tierra de los Sueños. Venía a verse con sus antepasados, a escribir poemas, a enamorarse, a inspirarse. Él adoraba ver el inefable arrebol en la tierra de los sueños. En verdad adoraba esta tierra, porque era un lugar donde nadie se preocupaba por la muerte y todos pensaban en vivir.

La quería tanto que le dedicó un poema durante una de sus efímeras visitas a esta tierra:

«Acendrado lugar, que tengo la dicha de visitar, permíteme recordar todos esos recuerdos que deje atrás, todos mis ancestros y todos mis momentos junto a estos. Pero si pudiera de verdad, te pediría sólo una cosa nada más: que cuando vuelva a la tierra de los despiertos, al despertar, no permitas que te llegue a olvidar».

Josué, apenas llegó, fue a verse con su madre, una mujer llamada Carmen Díaz de 104 años de edad. Nacida en el Estado Puente Real, en el pueblo de El Táchira, donde también nació el poeta.

Josué le comentó lo ocurrido con la melancolía en su rostro, pero ella ni se inmutó. Lo único que hizo fue verlo con la misma cara con que lo veía en sus días en la Tierra de los Despiertos.

«Tú siempre pierdes las cosas, hijo. Y siempre recurres a tu madre, en vez de buscarlo por ti mismo». Mientras decía ésto se paró de su silla y fue a su cuarto, donde sacó el libro llamado "Poesía". Un título simple, pero poderoso.

Al verlo, el poeta, a sus 78 años, pegó un salto de su silla. Fue tan alto que tocó una de las 11 lunas de la Tierra de los Sueños.

Ya en suelo, con un chichón en la frente, gritó con algarabía exacerbada: «¡Serendipia! ¡Al fin pude utilizar esa palabra!». Estaba inmensamente contento y sintió nostalgia por esos días en que su memoria era de diamante irrompible y no un hielo quebradizo.

Apenas el libro tocó sus manos, sintió como sus recuerdos pasaron como una ráfaga de imágenes sempiternas. El poeta, taciturno de la alegría, lo abrió.

No vio páginas, no vio letras, ni siquiera vio títulos organizados de menor a mayor en la escala de elocuencia.

Vio, en realidad, recuerdos, alegrías, tristezas, momentos importantes. Vio la poesía en forma de epifanía literaria escrita por su mente, y pensada por su corazón inerte, en una hoja de papel.

Recordó cuándo, dónde, porqué y para quién escribió sus más de mil versos.

Sintió otra vez ese sentimiento infinito de amor, que se encontraba en su corazón y en su poesía.

Su madre lo vio y recordó ese momento hace más de 50 años, cuando ganó el premio "Príncipe de Asturias de las Letras" por "La Poesía de un Principiante".

Ese día la sonrisa del poeta iluminó la noche taciturna. Ella comparó su sonrisa con las estrellas: «Hago esta comparación—decía—porque los dos tienen una luminiscencia propia».

Josué lo único que hizo fue darle un beso en la frente a su santa madre, porque ese gesto lo consideraba como sagrado, como lo más inefable, la manera más acendrada de dar gracias a sus familiares.

El poeta lleno de alegría, entonces, se despidió de su madre agradeciéndole, esta vez con palabras, el inconmensurable favor que le hizo, ya que posteriormente partió hacia Colón, vereda ubicada en la parte norte de la Tierra de los Sueños, donde el poeta iba a ver el arrebol y escribía poemas sobre la vida. Un ejemplo sería "A Medianoche", poema que realizó después de ver las nubes tapizadas de intenso naranja:

«A medianoche llega la felicidad, porque me duermo cuando todo está en tranquilidad, aunque sé que en la noche llega la oscuridad, siempre la recibo con respeto y humildad. A medianoche el sueño llega, en donde mi mente navega, desde las montañas de la ilusión, hasta los océanos de imaginación».

Ahí en Colón, presenciando el crepúsculo, presenciando el final del día, presenciando arrebol desapareciendo, presenciando las 11 lunas bailando en el cielo mostrando su belleza luminosa.

Se encontraba el poeta escuchando el poema "El Loco Juan Carabina", cantado por su ídolo Simón Díaz. Ésto le hizo creer al poeta que podría ser que los Díaz llevarán la poesía en la sangre.

A la vez que escuchaba, leía sus recuerdos escritos en tinta negra y recordaba sus hazañas de un pasado juvenil.

Estaba tan feliz que obvió el último poema de su libro, el cual lo había escrito con tan sólo 16 años y que poseía una importancia etérea.

Después de leer su vida en letras, recordando todo su pasado, fue a la casa de Los Casanova, donde estaba su padre, Jovanny Casanova, que tenía 104 años de edad al igual que su madre. Ahí solía jugar dominó con su padre, su abuelo paterno, Fabio Casanova, y su abuelo materno, Alberto Díaz. Aunque perdía, casi siempre, se divertía de compartir tiempo con las personas que le dieron la vida o al menos participaron en dársela.

En el camino a la casa de Los Casanova, se encontró con un poeta que lo había inspirado desde sus inicios en la escritura.

Era Alberto Arvelo Torrealba, un poeta del llano. No se sabía muy bien como había llegado a la Tierra de los Sueños, pero ahí estaba.

Josué se sintió honrado de poder conocerlo. En todas sus visitas a esta tierra, era la primera vez que conocía a alguien que lo había inspirado en el pasado gracias a sus poemas, por ejemplo "Florentino y el Diablo", una de sus grandes obras. Además, era una de las favoritas de Josué, no paraba de leerlo y a veces de escucharlo, no se cansaba de escuchar la porfía contada por "El Cuñao' Venancio".

Cuando se encontraron, empezaron a hablar y Josué le contó a Torrealba lo que había sucedido. Lo único que Torrealba pudo aconsejarle fue que tuviera mucho cuidado de no caer en el pozo del olvido, pues de ahí no se sale jamás.

Sin embargo, recordó un pasaje del llano acerca de una enfermedad, la cual hace que las personas se olviden de todo: sus recuerdos, sus nombres, sus familiares y un largo etcétera. Primero empezaba con momentos importantes, después con el recuerdo de aquellas personas valiosas, hasta que poco a poco el huésped del virus no sabía ni quién era.

Torrealba, en su afán de que su admirador no lo olvidara y, mucho menos, olvidara quién era y, aún peor, olvidara la poesía, le otorgó un amuleto. Era un escapulario donde estaban el Niño de Atoche, la Virgen María, San Miguel de Arcángel y El Corazón de Jesús.

Él se lo dio, pues le había servido para tener apartada su enfermedad en el llano. Lo que no sabía Torrealba es que el escapulario no era más que un superfluo, pues sólo cubría y mantenía a salvo a la persona en el llano, y Josué vivía en la ciudad incandescente.

El Poeta se despidió del elocuente Alberto Arvelo Torrealba. Iba tarde a jugar dominó.

Un rato después, llegó a la casa de Los Casanova y se puso a jugar, y le contó lo sucedido a sus antepasados. Su padre, Jovanny, le aconsejo que escribiera todo en una especie de diario o libreta, para que el sempiterno espíritu del poeta no se fuera con el viento como el poema a la luna. Los abuelos le aconsejaron lo mismo.

Josué estaba en un estado de ataraxia, a punto de colocar la pieza ganadora de dominó, cuando una brisa inefable susurró al alma del poeta unos versos provenientes del final de "Florentino y el Diablo" que, al escucharlos, Josué supo lo que vendría. Era lo que ocurría cuando la Tierra de los Sueños lo mandaba a la Tierra de los Despiertos.

«Y en compases de silencio negro bongo que echa a andar. ¡Salud, señores! El alba bebiendo en el paso real».

Cuando se susurró la última palabra al alma del poeta, que casi no se pudo despedir de sus antepasados, la Tierra de los Despiertos se volvió la única tierra.

Eran las 9am. Su despertador, en su trabajo habitual, sonó con esa música llanera para hacer la mañana perfecta al poeta. Cuando despertó, la melancolía casi se volvió a unir al silencio de luto, si no hubiera sido porque sonó su teléfono con una noticia habitual para otros tiempos, pero milagrosa para los actuales.

Antes de contestar la llamada milagrosa, comprobó, en efecto, que su libro, junto con sus recuerdos, se habían quedado en la Tierra de las 11 lunas y del arrebol inconmensurable.

El Poeta con lo Recuerdos del Olvido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora