El ultimo café en Cuba

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Abel:

Tus grandes ojos castilla dilatada, dominante ante el cielo mismo. Clavados en mis pupilas, ofrendo mi palabra que me dio el aliento que necesitaba y que me guardaba en el bolsillo junto con su recuerdo, Liados en una bolsa de azúcar, memoria de aquel amargo café que tomamos en Cuba.




Desde hace tiempo, mi creencia ha sido que las coincidencias no existen, con el firme credo que los accidentes e irregularidades que rompen el orden es lo que hace cada situación absoluta por ejemplo la estructura de nuestro universo y el nacimiento de nuestro planeta.

Aún hay barcos desde el Puerto de Palos, se van a la medida que se alejan en ese inmenso consomé homogéneo de agua y criaturas. Porque aún no lograba discernir porque su viaje le seguía fragmentando el espíritu. Llevando un epítome con auditoria de su recuerdo en cada lugar que sus pies tocan tierra, en cada palabra que su boca arrojaba, en cada garabato que su torpe mano intentaba hacer.


Desde hace tiempo, mi creencia ha sido que las coincidencias no existen, con el firme credo que los accidentes e irregularidades que rompen el orden es lo que hace cada situación absoluta por ejemplo la estructura de nuestro universo y el nacimiento de nuestro planeta.

Aún hay barcos desde el Puerto de Palos, se van a la medida que se alejan en ese inmenso consomé homogéneo de agua y criaturas. Porque aún no lograba discernir porque su viaje le seguía fragmentando el espíritu. Llevando un epítome con auditoria de su recuerdo en cada lugar que sus pies tocan tierra, en cada palabra que su boca arrojaba, en cada garabato que su torpe mano intentaba hacer.


Es un hecho que tiene un extraño para estar acostumbrado a un solo compañero de viaje durante años que puede haber sido toda una vida. Porque a medida que el tren avanzaba hacia la forma mágica de los abrigos dejando atrás el hecho de que se filtrara poco a poco en ellos. Dejándonos expuestos a las terribles corrientes de viento que el tren rompió en dirección contraria.

Pero eso no importaba para que los alientos que intercambiaban y las aventuras que imaginaban una base de los sueños que compartían, eran suficientes para que el cuerpo sintiera las rutinas de las rutinas como placeres. 


Los viajes a la universidad nunca eran aburridos, ni monótonos. Si no más bien eran una observación de las pequeñas cosas que vemos pero no percibimos con la suficiente paciencia para poder examinar.

Había aprendido que el maquillaje que disfraza a las mujeres algunas veces es exageradamente normal y otras escasamente invisible que ni siquiera valdría la pena mencionar. Que algunos hombres meten papel a sus zapatos de piso para parecer más altos y que algunos jóvenes se colocan los auriculares para aparentar que ignoran su alrededor pero su expectativa es que quizá alguien los observe con especial atención como ellos observan a los demás.

Todo eso lo había aprendido de la única persona que no esperaba que nadie prestara singular atención a sus bellos ojos color castilla, su tez morena clara, en su sublime porte que se ajustaba de forma casi perfecta a su cabello quebrado de color castaño oscuro, porque para el mismo y para los demás (exentándome a mi) él era solo una persona más que subía al tren camino a la universidad de la ciudad.

Entre tanto de momento soy una más de las personas que sube los escalones oxidados, se toma del barandal seboso y toma asiento junto a la ventana para ir a la universidad de la ciudad. Aunque esa vez nadie me vera con singular atención ni se sentara a ver volar sobre la pequeña ciudad las mariposas de cristal conmigo como lo hacía Abel.

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⏰ Last updated: Jan 20, 2019 ⏰

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Un chico llamado AbelWhere stories live. Discover now