Prólogo.

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Desde pequeños siempre tuvimos ese pequeño toque, ese ligero sentimiento extraño que nos hacía estar juntos 24/7. A mi corta edad de ocho años y él a sus diez, nuestros padres se divorcian haciendo que nosotros nos separemos.

El punto es así; dos hermanos que no podían estar sin el otro son separados por problemas en los que no teníamos que ver.

Taylor se fue con mi padre y yo me quedé con mi madre. Él y yo no dejamos de comunicarnos, con suerte nos veíamos una vez al mes y en días festivos.

Cuatro años después, un sábado por la mañana acabando de despertar, encontré a mi madre hablando por teléfono, no recuerdo bien su mirada ni sus palabras, pero sé que significaba que Taylor volvería a estar conmigo.

Estaba feliz, él volvería conmigo, pero mi padre había muerto, ¿debo de estar feliz por eso?

Pasaron dos días después del funeral de mi padre -al que yo no asistí- y Taylor llegó a casa aún vestido con un traje negro, debo admitir que se veía bastante bien, pero igualmente estaba devastado, hacer un comentario sobre su vestimenta en ese momento hubiera estado bastante fuera de lugar,  recuerdo que él solo se acercó para darme un casto beso en la frente e irse a su nueva habitación que yo y mi tía ya habíamos arreglado para él.

Conforme fueron pasando los meses, Taylor iba perdiendo el tacto al tratar a las personas, a todas, excepto a mi, para él, yo era su princesa.

Y ahora, tres años después, sigue siendo así; es agresivo, frío, parece como si fuese de roca, como si algo dentro de él se hubiera ido junto con mi padre. Pero, aún así, yo no dejo de ser su princesa.

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⏰ Última actualización: Jul 14, 2018 ⏰

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