Parado

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        Así la conocí, en la cola del paro de un país con más pasado que futuro. Tras meses coincidiendo el mismo día y a la misma hora, nos hicimos amigos. Pero yo buscaba algo más porque me gustaba como ninguna lo hizo antes.

        Aquel día decidí invitarla a tomar un café. Intimamos más y así supe que no tenía pareja. Yo también le atraía, saltaba a la vista cuando me miraba. Y sin planearlo ni esperarlo, del café empalmamos con el almuerzo, con la merienda y terminamos paseando por la playa.

        Me atreví a cogerla de la mano, cálida como su sonrisa llena de vitalidad, a pesar del futuro incierto que se nos avecinaba. Ella siempre regalando su encantadora sonrisa. Creo que fue lo que me enamoró, lo que precedió al primer beso en aquella playa, bajo la atenta mirada de la luna llena.

        De camino a su casa, después de ofrecerme a acompañarla, pensaba continuamente en la posible respuesta si me invitase a subir. Por ganas no sería, pero quizás no era lo que demandaba una relación que surgió alejada del sexo.

        Pero todo se precipitó cuando, al pasar junto a un callejón oscuro, decidió tirar de mí entre sonrisas hasta llevarme a donde nadie nos vería, tras una furgoneta abandonada.

        —Te deseo desde aquel día en que te pregunté despistada si aquella era la cola para sellar la cartilla —me dijo antes de hacerse dueña de mis labios y de mi voluntad. Aunque el cielo se hubiese desplomado sobre nosotros, no hubiese sido capaz de retirarle mis labios. Y es que el cielo era sobre el que flotaban mis pies.

        Sus palabras me invitaron a demostrarle que el sentimiento era compartido. La deseaba como jamás deseé a otra mujer y así se lo hice ver con mis apasionadas caricias. Primero me aferré con fuerza a su espalda y luego descendí hasta posar mis manos en la redondez de sus nalgas. La atraje hacia mí y la oprimí contra mi erección.

        La situación era muy erótica, muy morbosa. En medio de un callejón, con la mujer que me tenía loco un día de cada tres meses durante dos años, metiéndonos mano sin reparar en la posibilidad de ser sorprendidos. Poco o nada nos importaba tras dos años anhelando lo mismo. Cuando desabrochó mi pantalón y posó su mano sobre mi sexo, no pude evitar sentirme como en un sueño. Parecía irreal, pero al sumergirme en su blusa y sentir el contacto con unos senos tan perfectos, entendí que era muy real, como los dos años soñando con ese momento. Era mi momento, nuestro momento y estábamos dispuestos a aprovecharlo.

        Con urgencia me bajó el pantalón a la vez que yo hice lo propio con el suyo y cuando la situé a horcajadas sobre mi erección, el pitido de su teléfono móvil me despertó del mejor sueño de mi vida. Su padre enfermo había empeorado y aunque me ofrecí a acompañarla, prefirió la soledad de un momento tan íntimo y familiar.

        Pese a la preocupación en su rostro, me regaló un último beso y una sonrisa aún clavada en mi memoria. Quedamos en el INEM al día siguiente y a la misma hora, pero cuando llegué a casa, una oferta de trabajo me citaba para esa maldita hora. Tuve que decidirme por esto para no perder mi prestación.

        Dos años después aún sigo frecuentando la cola en mis ratos libres. Pregunto por ella y nadie la conoce. No supe, ni sé, ni creo que sepa nunca más de ella. Desde aquel día tengo trabajo, pero mi corazón sigue parado.

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⏰ Última actualización: Jul 17, 2014 ⏰

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