1972

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Aquella mañana de verano era distinta las demás, la lluvia era tan intensa que el tejado estaba lleno de pequeños orificios que permitían entrara a la lluvia, los riscos empezaban a desprender material que podría ser letal para el que tuviera la mala suerte de atraparlo, los animales que habían en la zona estaban refugiados, no había ni un alma rondando las calles de mi hermosa Ginebra; con sus adoquines un poco resquebrajados creaban una hermosa melodía en conjunto con la lluvia y los trozos de granizo que empezaban a caer. Era una mañana sin sol, solo nubes grises formaban el paisaje, los árboles se movían al ton y son de la estripitosa lluvia mientras mi padre bufaba porque no podría salir.

Él era un buen hombre, científico de profesión, tenía 30 años en ese momento, siempre me pareció que era un hombre atractivo, tenía el cabello castaño y largo, los ojos de un color marrón muy oscuro, su tez lechosa, alto como una jirafa y con una personalidad maravillosa. Siempre se preocupaba por sus compañeros de labotarioro, nunca dejó a su esposa sola, y siempre amó incondicionalmente a su único hijo; aunque cuando mi madre murió, todo fue diferente... Se convirtió en un hombre sombrío, perdía el brillo, y ya no era cariñoso conmigo, parecía que vivíamos dos extraños en la misma casa, pero no lo culpo, perder a su esposa a tan solo 4 años de casarse debió ser igual de doloroso que perder una madre para mí, la difierencia es que yo lo perdí a él también.

El Dr. Colleman, mi padre, era un hombre famoso entre sus colegas, además de ser el más inteligente era tachado como el más demente por crear teorías escalofriantes sobre la humanidad. También era bien sabido que tenía un hijo un poco rebelde que odiaba con todo su ser el trabajo de su padre. A mis 11 años me gané la fama del ser el niño rico de un científico loco que no me daba suficiente amor, y por ello, yo era malcriado, rebelde y orgulloso.

Esa mañana de verano, fría como ninguna otra, escuché una de las ideas más descabelladas de mi padre. Se estaba preparando para dar una conferencia al día siguiente, y repetía su discurso cada vez más eufórico.
-¡En 60 años será el fin de la humanidad! - gritó él. Yo abrí tanto los ojos al oír aquello, que sentía que se me iban a salir de las cuencas que los albergan, y solté un aullido ahogado que inundó toda la lúgubre mansión. Mi padre realmente estaba loco, no podía creer como un hombre de ciencia, que debería conocer la verdad, diría semejantes cosas. Lo que yo no sabía es que el tenía razón, de haberlo escuchado, hoy la humanidad tendría más tiempo.

La Cúpula de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora