Crisálidas

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Tan rojo.

Tan cálido.

Tan brillante.

Llamas descontroladas que se extinguieron en una oscuridad.

Desconocimiento sobre cómo llegaron allí, jugando con él sin quemarlo, abrazándolo sin asfixiarlo, sólo toques cálidos que le agradaban. Llamaradas que flamearon como figuras a su semejanza, o figuras que ardieron en flamas intensas. Poco a poco se extinguieron, apagando la vida de las llamas, ¿o era la vida de las figuras la que se apagaba?

Sosiego que de un momento a otro pasó a ser locura.

Las flamas que en un principio se sintieron familiares, cálidas y confortables, se transformaron en algo espeluznante. Figuras que ardían con pasión se retorcían antes de apagarse, los gritos por el calor insufrible y un hedor a piel calcinada, todo en conjunto que ponía los nervios al extremo. Hasta que terminó.

Negrura que se convirtió en fulgor, trayendo calma al corazón.

El abismo iluminado, está vez, con una luz pura, muy blanca y etérea hasta hacerse tenue, revelando la figura semejante a un sol que le proveía una serenidad a su mete y alma.

Sólo una imagen venía provocando bienestar después de la zozobra, una imagen que al hallarla también encontraba a su compañero.

Una figura que venía soñando desde sus diecisiete años.

Una que anhelaba encontrar, sin embargo, no hallarla sería lo mejor.

*****

—¡Ya! ¿Te quieres calmar de una puta vez, por favor?

—No, hasta que aceptes.

Chanyeol rodó los ojos ante el comentario, quizá ya había batido récord de tantas veces que lo había hecho en el día.

La persona a su lado era demasiado insistente en el mismo tema y con comentarios tan inapropiados en ocasiones, mientras que él lo que más quería era quitárselo de encima mas no hallaba la forma de lograrlo. Tenerlo prácticamente pegado a él cada vez que iba al Arcade lo exasperaba; siempre con su energía rebosante, su permanente sonrisa, la ropa bien combinada pero nunca faltaban sus botas negras estilo militar ni sus mitones de cuero que jamás se quitaba.

Para su mala suerte, el establecimiento era el único sitio de entretenimiento que tenía para pasar el rato cuando había un lapso sin deberes, con la ventaja de que estaba cruzando la calle y fácilmente podía regresar al trabajo en caso de alguna emergencia. Había conocido a varios de los empleados de ahí, pero nadie que se asemejara al actual, que, además, era el trabajador que más había durado hasta el momento.

El lugar era bastante amplio y con buena ventilación, tapizado en alfombra azul oscuro con figuras de colores sin secuencia, las máquinas de diversos juegos bien acomodadas por el lugar en una especie de pasillos, al fondo se ubicaban repartidos unos cubículos equipados con diferentes consolas cada uno y lo necesario para jugar cómodamente. Uno de los laterales daba a una parte al descubierto, con mesas, sillas y una ventanilla a dulcería que era atendida por otro trabajador (Jimin, o algo así era su nombre).

Se concentró en la pantalla frente a él, no aceptaría perder por un insignificante descuido por culpa del pesado a su lado.

Jugar Mortal Kombat lo hacía sentir como cuando era un niño y su padre le había regalado su primera consola de videojuegos, pasando horas encerrado en su habitación y apretando con furia los botones del mando y festejando sus victorias; y en las tardes de algunos días su padre se quedaría con él hasta que la luna estuviera por encima de sus cabezas (o que su madre los riñera para que se fueran a dormir), ocupando el segundo mando junto a él. Esos recuerdos los atesoraba como nada.

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2018 ⏰

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