Roderick se ajustó el abrigo y dio un último vistazo al muelle de Blairmore, el lugar que había sido su hogar los últimos cinco años de su vida. Pronto zarparía a alta mar a bordo del Whiteheaven, un barco ballenero de gran tamaño que claramente había visto mejores días. Fijó su vista en la costa, el mar se veía calmo, como anticipando una tormenta. Caminó hasta la orilla rocosa, quería sentir el agua salada enredarse en su barba y el olor a algas podridas, ¡Dios! Qué recuerdos le volvían a la mente al sentir ese peculiar aroma. En eso se encontraba pensando cuando una débil, pero dulce voz de mujer resonó en sus oídos por unos segundos. Miró a su alrededor, pero se encontraba completamente solo. Decidió que debió haber sido su imaginación, y siguió con su paseo por la orilla del mar.
Sus pasos lo llevaron hasta un roquerío cercano, donde el agua formaba espirales allí donde se topaba con las grandes piedras cubiertas de algas y moluscos. Justo ahí, en la grieta que formaba dos rocas grisáceas, un objeto de color rojizo llamó su atención. Se acercó a él y se dio cuenta de que era una flor, la que reconoció como una amapola. ¡Una amapola! Pensó sorprendido, pues nunca había visto una flor creciendo tan cerca del mar, menos aún entre las rocas. Algo en su interior le dijo que era una señal del destino, un amuleto que le daría buena suerte en su próximo viaje. La arrancó de raíz y la guardó en su bolsillo; más tarde la metería entre las hojas de su bitácora de viaje para que se secara.
Feliz, dio media vuelta para regresar a su hogar, ya que se estaba haciendo tarde y debía despedirse de su esposa y sus hijos antes de zarpar. Pero algo lo detuvo. De nuevo esa voz angelical llenó sus oídos, y como hipnotizado, giró su cabeza hacia la fuente de aquél hermoso sonido. Éste provenía de algún un lugar a sus espaldas, detrás del roquerío. Se encaramó a las piedras, y gateando sobre ellas, acercó su rostro a la orilla. El cántico venía desde bajo del agua, y Roderick juró que era la voz más hermosa que jamás hubiera escuchado. Buscó con la mirada entre las aguas y vio que una figura rojiza se acercaba a la superficie, a la vez que el sonido se volvía más claro en sus oídos.
La cabeza de una mujer salió de las heladas y oscuras aguas. Su pelo, rojo como la sangre, flotaba formando un halo a su alrededor, con múltiples algas enredadas entre los mechones de cabello. De sus labios rojos se desprendían las más hermosas entonaciones, tan bellas como el rostro de aquél ser.
Una sirena, fue lo que primero le vino a la mente. Fascinado, acercó el rostro aún más. La voz lo mantenía bajo un embrujo, sentía como si no tuviese voluntad propia, lo único que quería era acercarse más a la mujer, admirar sus ojos dorados y escuchar sus canciones hasta el fin de sus días.
Llevó una mano a su bolsillo, y de él sacó la flor que había encontrado. Se la entregó, tembloroso e indeciso. La sirena detuvo su canto, miró la flor con confusión y la cogió con una mano pálida y con membranas entre los dedos. La observó por un tiempo, y sin previo aviso, volvió a sumergirse bajo las oscuras aguas de la costa, aleteando con su cola de colores celestiales hasta que Roderick la perdió de vista.
El hechizo abandonó el cuerpo del marinero, y una inmensa tristeza se asentó en su pecho. No podía creer que se había ido, ¿había sido un sueño?
Desesperado por volver a sentir aquella mágica sensación recorrer sus venas, y sin pensarlo dos veces, Roderick se quitó el abrigo y saltó a las congeladas aguas del atlántico, determinado a encontrar a aquella hermosa sirena de nuevo.
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El Encanto de la Sirena
Short StoryUn joven pescador escucha un canto angelical a orillas del mar, ¿de dónde proviene esa mágica voz?