Nostelín; desdichado ángel que ha nacido sin alas para volar, pero con la fuerza suficiente para luchar. Su nombre no significa nada y sus ojos no expresan el más mínimo interés. Los demás ángeles habían sido creados en el cielo, pero él no. Él era alguien especial que había sido enviado a la tierra, rechazado por Dios y marginado por el Diablo.
– Nostelín, no llores otra vez en mi clase –repitió la mujer por quinta oportunidad en la semana.
– Perdóneme usted, profesora, pero no lo puedo evitar.
– Entrá, no molestes más a tus compañeros o me temo que voy a tener que enviarte a la dirección.
Por alguna extraña razón, Nostelín estaba pagando caro el haber nacido humano. Él a menudo creía que alguien lo iba a amar alguna vez, pero era tan extraño ver a alguien sin expresión, sin ningún tipo de brillo en los ojos que te dijera que estaba vivo, sin aquella sonrisa característica que tienen los niños que han sido amados. Al regresar a su hogar era detestado como si su nacimiento hubiese sido un favor que la madre le hacía a su hijo. Sin embargo, aquel fatídico día en el que un camión de mudanzas atropelló a Nostelín, todos se hicieron los estúpidos y gritaban enardecidos "¡Nostelín, Nostelín! ¿Cómo pudo pasar algo tan terrible?" Pero él se reía de su hipocrecía, y lo hacía hermosamente, sin importarle más el sufrimiento, sin desear a nadie de los que le hicieron daño que perecieran bajo las mismas condiciones. Ese mismísimo día, una mujer de treinta años paría a su segunda hija, la habitación se llenó de gritos de la madre al pujar con todas sus fuerzas para traer una niña al mundo, que nació y no lloró. Minutos después estaba siendo reanimada con aquello cuanto fuera posible. Nostelín tocó con su dedo la frente de Yoselín y ella comenzó a llorar. Yoselín encontró a Nostelín y Nostelín a Yoselín.