Amo los días como hoy, lluviosos, sólo tú y yo sin trabajo.
Me resguardas bajo tu cuerpo, creando una especie de fortaleza para mí.
Te beso.
No hay mejor sensación que aquella que tus labios provocan sobre los míos, cuando el oxígeno comienza a agotarse, te separas de mí con aquella sonrisa tan característica en ti. Y me pregunto ¿Desde cuándo me he vuelto tan cursi? ¿Desde cuándo tu presencia detiene el tiempo?
Te observo.
No hay nada mejor que tu rostro un poco sonrojado, tu sonrisa, tus ojos, tus labios, te me haces perfecto, porque sin decírmelo puedo sentir que me amas, pero de pronto tus labios se abren y tu masculina y grave voz sale de ellos, justo como una bala que atraviesa mi corazón.
Te amo.
Tus labios musitan esas palabras que disuelven por completo mi cordura, tu voz se encaja en mis oídos y resuena en mi cabeza, no lo comprendo, el porqué mi mente se acelera al escucharte, el porqué me debilitas.
Te abrazo.
No sé cómo logras hacerme esto, te enderezas dejándome sentada entre tus piernas, con un perfecto abrazo, porque es como si estuviéramos hechos para estar juntos, recargas tu cabeza en mi hombro y siento tu cálida respiración en mi cuello.
Te lo digo.
Porque yo también te amo, porque no lo podría callar ni aunque lo quisiera, no lo digo a menudo por lo tanto tus mejillas toman un color carmesí y tus ojos se abren más, tu tierna seriedad en estos momentos me inquieta, es como si no debiera de haberlo dicho, pero todos mis pensamientos se esfuman cuando juntas nuestros rostros y tu sonrisa vuelve y me vuelca el corazón, una vez más el tiempo se detiene.
Vuelves a encajar tu rostro en mi cuello mientras vemos las gotas golpear, tu voz comienza a brotar tarareando nuestra canción, una profunda melodía cantada al oído, que me estremece, que me hace temblar, me apresas a tu cuerpo y de a poco, como gotas del cielo, caemos en un profundo sueño, con la seguridad de que siempre estaremos aquí.
Tú para mí y yo para ti.