El cielo estaba gritando. Los árboles temblaban. Las luces apagadas, las calles desiertas, sonidos tristes. Su mente estaba negra. Sólo sombras, quejidos y piezas sueltas; voces rebotando contra sus paredes. Ideas pobres, débiles, adormiladas. Angustia. Sus cinco sentidos pidiendo clemencia, rogando ayuda. Esperanzas cayendo sobre el asfalto. Harry estaba perdido, atrapado entre cuatro muros de ladrillo que el tiempo había ido construyendo a su alrededor. Pero seguía luchando por algo que no sabía si llegaría.
Era febrero y el frío aún te calaba los huesos, en Londres la gente se movía rítmicamente, de un lado a otro, por instinto, siguiendo el ejemplo del mecanismo de un viejo reloj. Un muchacho de pelo rizado caminaba cabizbajo con las manos en sus bolsillos y pequeñas bolsas bajo sus ojos color verde, sin rumbo fijo, simplemente pasando desapercibido entre la multitud. Sus padres lo habían echado de casa por el simple hecho de ser homosexual, su mejor amigo se había marchado, lo había dejado solo en esa incolora ciudad, sus 16 años se basaban en 16 decepciones, las cuales su hermana mayor intentaba reparar. Ella lo había acogido en su piso, le había dado de todo y cuidaba de él, su hermana era todo lo que Harry tenía.
Su vista fue a parar a una diminuta tienda de discos, parecía antigua y la gente pasaba de largo sin prestarle atención, en el también diminuto letrero podía leerse "Freedom" escrito con letras disparejas color violeta, mientras que los carteles colocados en el escaparate indicando precios y ofertas eran delicados, precisos y en tinta azul. Harry se acercó despacio, con la nariz enrojecida por el frío y un cálido ambiente lo acogió cuando entró dentro del local. Se respiraba paz y un ligero aroma a canela que lo hacía tan acogedor como esas tardes de invierno en familia, viendo la nieve caer a través de los cristales, con tazas de chocolate caliente, mantas y risas, hablando de todo y de nada a la vez. Sólo había tres personas allí dentro. Una mujer detrás del mostrador, morena y bajita, con unas gafas rojas demasiado grandes para ella pero dejando ver sus ojos color hazel a la perfección, sonrió a Harry en cuanto la puerta chirrió anunciando la llegada de un nuevo cliente y él le devolvió el gesto inmediatamente. Recorrió el sitio con la mirada, topándose con otro de los presentes. Era un hombre de unos 50 años, canoso, y se le veía demasiado concentrado en una pila de discos de vinilo en el Este de la tienda. Al fondo, un chico unos pocos centímetros más alto que Harry, dejando ver unos pocos mechones castaños asomando de entre su gorro de lana gris, contemplaba de espaldas un disco de The Fray que el de ojos verdes no tardó en reconocer, y sonrió mentalmente, porque amaba ese grupo. En aquel instante una melodía familiar empezó a llenar el ambiente. In my life de The Beatles era, sin duda, una de las canciones preferidas del rizado.
There are places I'll remember all my life...
Empezó a tararear suavemente sin poder evitarlo, mientras se acercaba a uno de los expositores donde descansaba Michael Jackson.
...though some have changed some forever, not for better, some have gone and...
-...some remain.
Harry se sobresaltó cuando una dulce voz a sus espaldas cantó a dúo con él su parte favorita de la canción. Unos preciosos lagos de aguas cristalinas atrapados en los ojos de un joven igual de precioso sostenían su mirada y lo dejaban sin palabras.
-Nunca me cansaré de esta canción.
El castaño volvió a hablar y erizó la piel de Harry, que se deleitaba con la sonrisa de dientes blancos que tenía delante.
-Yo... tampoco, eh... es una de mis favoritas.
Su nerviosismo se olía a kilómetros.
-¡También de las mías! Aunque de The Beatles prefiero Hey, Jude.
-Me encanta, pero prefiero la versión de Glee, no me mates.
El ojiazul lanzó una carcajada que inundó la sala y penetró fuertemente en el pecho de Harry, que empezó a reír con él. Reía, y hasta el rincón más recóndito de su mente se vio sorprendido por ello.
-Soy Louis.
Sonrió y levantó su mano para que su acompañante la tomara.
-Harry.
Sería muy de película decir que ambos sintieron fuegos artificiales, descargas eléctricas y mariposas en el estómago cuando sus manos se juntaron, encajando a la perfección, en un saludo que duró unos simples segundos. Pero sí sintieron que eso era el principio de algo.
-Vamos, Harry, hay una cafetería aquí al lado y quiero invitarte a algo. Así sigues hablándome de música.
Dudó. Dudó en aceptar su propuesta porque no lo conocía, pero algo en su forma de hablar le hizo confiar plenamente en él.
-Está bien.
Se despidieron de la mujer de la tienda con amabilidad y el frío volvió a golpear dolorosamente en sus entrañas al volver a las heladoras calles londinenses. Por suerte, la cafetería que Louis mencionó, se encontraba justo al doblar la esquina y en dos minutos en los que hablaron un poco más sobre gustos musicales, ambos se encontraban sentados en la mesa más recogida del lugar, con dos vasos de café delante.
-Y, dime, ¿cuántos años tienes, Harry?
-16, ¿tú?
-18 normalmente, 7 los fines de semana.
Una nueva carcajada voló de la garganta de Harry y casi quiso llorar de emoción, porque se sentía raro reír después de tanto tiempo, pero también se sentía bien, como si le quitaran miles de preocupaciones de encima. Y por una hora todo fue así, temas de conversación en los que milagrosamente los dos se entendían de maravilla, risas y bromas, y canciones que se recomendaban el uno al otro.
-Lo siento, ricitos. Me tengo que ir. Nos veremos pronto, ¿vale?
Louis se levantó y dándole una última mirada al ojiverde comenzó a andar hacia la puerta.
-Vale, me ha encantado conocerte.
Vio como se alejaba y cuando iba a salir a la calle algo hizo click en su cabeza.
-¡Eh, Louis! ¡No me has dado tu teléfono!
Pero cuando quiso darse cuenta, el castaño ya no estaba y en su cabeza se repetía una y otra vez el guiño que le dio desde la puerta antes de desaparecer.
Su mirada, ahora decepcionada, bajó a sus manos entrelazadas sobre la mesa de madera de la cafetería y en la servilleta amarilla que dejó Louis, bailaban unos números escritos con bolígrafo negro. Y volvió a reír. Y ya empezaba a acostumbrarse de nuevo.Han pasado siete años y el cielo ya no grita, ahora canta hermosas canciones de The Beatles. Ciertos muros anteriormente construidos ahora se encuentran en ruinas, al lado del color negro y las voces tenebrosas. El sol calienta y el aire sopla, y Harry se encuentra delante de dos grandes zafiros que lo miran con adoración. Lágrimas suicidas se deslizan por sus mejillas cuando, aclarándose la gargante, dice fuerte y claro:
-Sí. Si quiero.
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Freedom » Larry Stylinson o.s
FanfictionHarry está triste y le gusta la música. Louis tiene debilidad por The Beatles.