03 de octubre de 1996, 08:16 P.M.

20 2 0
                                    


Es normal contarle tus cosas a los demás, todo el mundo lo hace, te escribo como forma de soltar mi más íntima historia, no serás mi diario, porque lo que leerás a continuación no es solo un día malo o bueno, es más que eso, por eso merece ser escrito.

¿Cuántos tragos necesitas tomar para sentirte feliz?

Ninguno, todo está en nuestro cerebro, pensar que el alcohol nos pondrá felices y torpes, está en el simple pensamiento. La canción sonaba a todo volumen, risas sin motivo alguno, ni sonido, por causa de la música, sólo podíamos apreciar los gestos de alegría que hacían aquellas personas que se sueles llamar amigos. 

Que aburrido. Pensé, nadie se lo estará pasando bien en unas cuantas horas.

Mis amigos y yo decidimos que ir a un bar aquella noche sería lo mejor para divertirnos; sabían que podíamos entrar sin ser mayores de edad y sin restricción. Llevábamos una hora o más hablando, pero nada de lo que decían tenía sentido; yo no acostumbraba beber alcohol, sin embargo, al no existir nada más que beber, me resigné y probé aquel líquido que ponía a las personas felices. 

Minutos o quizás horas más tarde cuando por primera vez mis pensamientos no me pertenecían, llegaron Michael (quien era el admirador secreto de Cecilia, todos sabían que entre ellos existía algo, a pesar de que no estaban en una relación) David (el novio de Katya) y un chico nuevo, el cual parecía ser de esa clase de personas por las cuales las señoras con un cuerpo delgado y con las curvas necesarias terminan su matrimonio para volver a ser "jóvenes" de nuevo. 

¿Qué me pasa? Ese pobre chico probablemente ni siquiera es así, y yo juzgándolo por su apariencia, patética.

Nos sentamos en los incómodos bancos de madera, a excepción de Louisa (la novia de mi hermano con quien tenía una relación de larga distancia) que permanecía parada a un lado mío; sentados le seguían David y Katya, después, justo enfrente de mí el desconocido, luego Michael y por último Cecilia.

—Deja de ver a mi amigo así, no le gustas, Louisa—dijo David.
—No tengo ningún interés en él, los prefiero con un gran amigo, y siendo tu quien lo trajo, no se puede decir mucho—dijo Louisa fastidiada.
—Qué asco, ya quisieras que por lo menos te besara un día, pequeña zorra.

—Louisa te estás pasando, cállate por favor—dije tratando de calmarlos.

—¿Sabes qué? —dijo Louisa poniéndose de pie— me voy, estaba muy a gusto sin ellos.

—Pues si nadie te invito, si viniste fue porque Rosa casi nos rogó para que te dejáramos estar con nosotros.

—Genial, adiós—dijo Louisa yéndose.

—¿A dónde vas? No puedo dejar que te vayas sola, viniste conmigo —dije mientras me palpitaba un poco más rápido el corazón.

—A un lugar donde la gente no sea tan mierda.

—No, por favor, no t—dije, parándome de mi asiento.

—Rosa, déjala—interrumpió David— siempre es lo mismo con ella, es hora que te toque a ti disfrutar—al decir eso se escuchó como se azotó la puerta.

Tenía razón, nunca quise decirlo, pero ella era una chica bastante odiosa, no le gustaba que sus amigos tuvieran éxito, siempre obtenía lo que quería, por el mínimo inicio de pelea se sentía ofendida y quería salir del lugar de donde estaba, a decir verdad, sólo estaba con ella porque mi hermano me dijo que la cuidara, que sabía que sólo estaría bien conmigo.

Empezaron a hablar todos y yo me sentía cada vez más avergonzada por el hecho de que dejaba que siempre me manipulara, y mis amigos lo sabían, sin embargo, ellos solían decirme que yo era una muy buena persona, a pesar de todo. Estaba con la mirada perdida en una tapadera, cuando volteé hacia un lado y el banco se estaba moviendo por una larga mano, era del chico nuevo.

—Hola, ¿Me puedo sentar aquí?

—Claro —dije olvidándome de mis pensamientos.

—Vaya chica, eh.

—Sí, es la novia de mi hermano. Sólo que no se lleva bien con ellos.

—Ya lo noté y ahora tampoco conmigo. Soy Ian, por cierto, Ian Curwood—dijo y me extendió su mano.

—Yo soy Rosa Pembroke—dije estrechándole la mano.

Hablamos por un par de horas o más, era un chico interesante, trabajaba para pagarse su universidad, estudiaba biología. Era bastante atractivo, alto, cabello largo, manos largas, era algo delgado, pero parecía estar en forma. Sin darme cuenta mis manos estaban algo sudorosas y quería ir al baño desde hace bastante tiempo, mas no quería perderlo de vista. Cuando busqué con la mirada a Cecilia me di cuenta que no estaba en el lugar, así como Michael; le dije a Ian que iría al baño, cuando regrese no estaba nadie más que Ian sentado en la misma silla.

—¿Qué paso donde están todos?—dije alarmada.

—No lo sé, fui a pedir una cerveza más y cuando regrese ya no estaban—dijo Ian.

—Rayos, venía con Katya, ahora no sé cómo me regresaré.

—Yo te llevo a tu casa si quieres.

—Necesito una cerveza—dije arrebatándole su cerveza a Ian.

—Claro, tómate mi cerveza—dijo Ian mientras Rosa tomaba de su cerveza.

—Lo siento, iré por otra.

—No te molestes yo voy—dijo Ian sonriendo.

¿Qué tiene ese chico? me había perdido en él, en su mirada, en su sonrisa, en la manera en que saboreaba sus labios, sentía que mis ojos al verlo se derretían, que mis pulmones no tenían aire y que mi boca jamás volvería a pronunciar alguna palabra y que si lo llegase a hacer sería para decir que tan perfectos podemos llegar a ser los humanos con tan solo miles de moléculas sobre nuestra alma. 

Era como la primera vez que pruebas un platillo con muy buen sabor, o como la primera vez que lees un libro y su final fue asombroso, o tal vez cuando tu mirada choca con la de un extraño y sabes que te has enamorado.

¿Me he enamorado? 

Imposible, acabo de conocerlo.

Palabras del delirio.Where stories live. Discover now