Los sábados por la tarde la peluquería estaba cerrada, pero eso no quería decir que Lyeen estuviera libre. Después de despedirse de sus padres, salió hacia el centro comunitario, donde sus alumnos la esperaban. Ella adoraba jugar al baloncesto, por lo que no dudó en aceptar cuando le ofrecieron ser entrenadora. A las cinco llegó con su scooter —regalo de su tío Saúl cuando cumplió dieciocho—, que era de color verde y pese a estar destartalada, ella le tenía mucho cariño, por lo que la mimaba todo lo que podía.
Saludó a algunos abuelos que solían pasar allí el rato. El lugar era utilizado por varias asociaciones, compartiendo espacio y conocimiento.
—Buenas tardes, Lyeen —dijeron los niños al unísono cuando entró en la pista.
—Hola, chicos —dijo ella cuando sacaba los pocos balones que aún no estaban rotos, desinflados o habían sido robados—. ¿Estáis listos? —Ella los observó y pasó lista mentalmente— ¿Dónde está Markus?
—No lo sabemos —contestó la pequeña Kim, mientras pasaba sus dedos por sus diminutas trenzas—. Yo hoy quiero jugar con el chaleco amarillo.
Lyeen asintió y, mientras hacían los estiramientos, pensó en que Markus llevaba ya tres semanas sin aparecer. Sabia que tenia problemas en casa, que no iba bien en la escuela y que lo único que le quedaba era jugar al básquet. Pensó en llamar a su madre más tarde para averiguar más, pero entonces se acordó de que ella era realmente desagradable y sintió un cosquilleo en la palma de la mano.
—Poneos en parejas y practicad los pases.
Los niños la obedecieron y felices comenzaron a jugar. No tenían mucho más que eso ya que sus padres no podían permitirse apuntarlos a las costosas actividades extraescolares, y al ser esto gratuito, se sentían como el resto. Desde que era pequeña, Lyeen había adorado el deporte, ya que no le daba problemas de aprendizaje. Odiaba el resto de clases, porque aprender a escribir fue un suplicio. Después de unos tiros libres, Lyeen dividió a los chicos en dos grupos para hacer un partido. La canasta ni siquiera tenía red y el suelo estaba desgastado, pero a los niños no les importaba.
Después de dos horas, se marchó a casa, se duchó y se cambió de ropa, ya que había quedado con sus amigas. Aparcó su moto y se acercó al local, que era un viejo edificio de ladrillo gris, con un cartel de neón en tan mal estado que solo se encendían dos letras.
Cuando entró, el lugar estaba repleto de gente, y un poco azorada, se dirigió directa hacia la mesa de siempre; como se habían ganado la amistad dueño, el sitio siempre les pertenecía y nadie se atrevía a sentarse.
Su amiga Valeria saludó con el brazo para que se acercara.
—¡Lyeen, estamos aquí!
—¿Cómo estáis? —preguntó.
Lidia la agarró del brazo justo cuando se sentó en el banco y Valeria se levantó también para estar a su lado y hacer lo mismo.
—Tenemos que contarte algo —dijo Valeria abriendo de forma exagerada sus enormes ojos color miel—. No sé cómo hacerlo, es muy fuerte...
—¿Qué pasa? —Intentó zafarse del brazo de sus amigas, pero ellas ni se inmutaron.
—Vamos, no la asustes —dijo Lidia tras apartarse un mechón rojizo tras la oreja.
—No la asusto, eres tú quien la agarra del brazo.
—Tú también la agarras del brazo —dijo la otra asomándose para hablarle.
—Pero yo no te pido que te tranquilices.
«Ya empiezan», pensó Lyeen. Eran inseparables desde el instituto y eso hacía que la confianza fuera extrema. A causa de esto, se decían las cosas como eran, y discutían constantemente. Aún así nunca habían dejado de hablarse.
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Tu Nombre me sabe a Menta
RomancePara Lyeen, las letras son colores, la música rayos de luz y, cuando pronuncia algunas palabras, puede notar su sabor. El nombre del doctor Elliot Caws le sabe a menta. Obra completa. Queda totalmente prohibida la copia o adaptación de esta obra.