El último adiós

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Esa mañana de sábado mi madre se levantó muy temprano, aún estaba oscuro prendió un candil para alumbrar mientras desquebrajaba el nixtmal en el metate de mano, el ruido me despertó y la oí llorar quedito, mi padre había salido a recoger algunas ramas secas para avivar el fogón.

- Mujer, esto puede servir- dijo al mismo tiempo que las tiró al suelo

-Ya no hay maíz, sólo queda medio saco - pronunció mi madre con la voz cortada

No hubo respuesta. Me quedé quieta conteniendo la respiración para escuchar, nuestra habitación estaba justo al costado de la cocina por lo que los sonidos se colaban tanto de un lado como del otro.

Estuvieron en silencio otro buen rato y sin querer empecé a quedarme dormida hasta que un ruido en mi estómago me sobresaltó. Ya estaba acostumbrada a vivir con media ración y a siempre dormir con hambre pero esta vez ese ruido venía acompañado de un ligero dolor abdominal. No podía darme el lujo de levantarme por un pan duro porque eso estaba reservado para días especiales. Miré con tristeza a la pequeña Valentina que se removía adormilada entre las sábanas, sus cabellos alborotados le cubrían medio rostro y yo le quité un mechón para descubrir sus mejillas rosadas ¿Qué futuro podría depararle a esta pobre criatura? esa inocencia estaba empezando a mancharse de odio, balas y guerra; la abracé contra mí y en ese momento me juré protegerla por el resto de mis días, del otro lado de la habitación Aurora dormía plácidamente con su camisón viejo y el edredón por los suelos. La miré tan serena, tan ajena a la realidad y la envidie, ella a diferencia de nosotras siempre había sido muy valiente ante la situación, a su corta edad había madurado increíblemente. Creo que sin ella mi madre ya se habría perdido en su locura, había noches en las que a mi padre le tocaba resguardar en la zona alta del pueblo con otros ciudadanos a una corta distancia de donde se encontraban los enemigos, nosotras no conciliábamos el sueño y pasábamos la noche en vela rezando entonces Aurora nos abrazaba y nos llenaba de palabras tranquilizadoras yo no entendía como una niña de 12 años era capaz de amortiguar tanto dolor en plena guerra, pero siempre había sido así tan valiente como mi padre.

Volví a la cama esperando que amaneciera aunque en el día se corría mayor peligro, había más disparos, más muertes, más dolor. Los niños y las mujeres permanecíamos encerrados, sólo teníamos permitido salir a cierta hora de la noche y era cuando mis padres acarreaban agua del pozo mientras Aurora y yo sembrábamos hortalizas detrás de la casa, algunas veces íbamos a buscar quelites u otros vegetales silvestres pero siempre con mucha cautela, las tiendas estaban cerradas desde el comienzo de la guerra pues los víveres se habían agotado desde los primeros meses, subsistíamos de lo poco que nos rodeaba y no sé cuánto tiempo más podríamos seguir así. Algunos habitantes habían huído a otras tierras a renacer, otras familias habían desaparecido bajo los cartuchos y nosotros nos habíamos adaptado a una forma de vida tan miserable porque no teníamos alternativa.

Me levanté a las 7:30 am y me di una ducha en el baño que mi padre nos acondicionó dentro de la casa, salí tiritando del cuarto de aseo con la toalla rota cubriéndome la espalda, arrastré los pies hasta llegar al baúl gastado que la abuela nos heredó, saqué un vestido que mi madre confeccionó cuando los tiempos eran mejores; el encaje estaba descocido y raído, lloré en silencio por un momento quise pertenecer a otro estilo de vida.

-Hermanita- dijo Valentina sacándome de mis pensamientos y abrazándome por la espalda  

 -Buen día hermosa- dije cuando me giré para verla de frente.

Sus caireles le caían toscamente en los hombros, tenía una sonrisa espléndida y una mirada luminosa. Estaba preciosa con esa bata rosa y los pies descalzos ¿cómo podía anhelar otro mundo si ella era mi vida entera? me maldije por pensar así. La tomé entre mis brazos y hundí mi nariz entre su melena olía a esperanza, la besé por todos lados mientras ella reía bajito, Aurora se despertó con nuestras risas y se incorporó a nuestro juego. De pronto entró mi madre con los ojos hinchados y la nariz roja, me dolió el pecho verla así -¡Niñas!- nos a prensó -Es hora de desayunar- dijo y salió.

Los caídosWhere stories live. Discover now