El Callejón del Beso

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De Guanajuato, algo podemos destacar de entre muchas de las cosas que caracterizan a esta bella región: hay puntos en los que las calles son tan estrechas, que con solo estirar un brazo, se es capaz de tocar la pared de la casa contraria. Las subidas y bajadas no faltan, al igual que los cientos de callejones que se pueden encontrar por todo el pueblo que, para los turistas, pueden representar un verdadero dolor de cabeza si uno no se sabe orientar adecuadamente.

Pero hay uno en especial que es famoso no sólo entre los guanajuatenses, sino que todo buen mexicano conoce, sin importar de dónde venga. Es tan popular, que a diario cientos y cientos de viajeros pasan por aquel lugar, dispuestos a tomarse una foto, comprar algún recuerdo, e incluso, dejar candaditos como prueba de amor. Hay quien dice que la pareja que se bese en el tercer escalón de este callejón, tendrá 7 años de larga felicidad.

¿Por qué surgió esta leyenda? ¿Qué clase de historia hay detrás de este lugar?

Ahora, mis queridos lectores, les contaré el relato del Callejón del Beso.

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Hace muchísimos años atrás, cuando Guanajuato se convirtió en el principal productor de plata a nivel mundial, una familia proveniente de oriente fue a vivir a esta ciudad, por motivos de negocios. El padre era un hombre recto, astuto y tremendamente estricto. Su esposa había fallecido, dejándolo a cargo de dos hijos varones: Tadashi y Hiro Hamada, ambos grandes motivos de orgullo para su padre.

El mayor, de 20 años de edad, estaba comprometido con una bella mujer de clase alta, aunque de naturaleza muy humilde, lo suficiente para lograr atrapar el corazón del noble hombre. El menor, por otro lado, aunque ya contaba con 18 años y estaba en edad perfecta para casarse, no mostraba ningún interés en buscar una prometida. Él era feliz libre de ataduras, para descontento de su progenitor y preocupación de su hermano. 

Sin importar cuántas jovencitas que se le presentaran al joven, ninguna parecía llamar su atención. Se le ofrecieron cientos de propuestas matrimoniales que harían crecer la fortuna tanto de su familia como su oportunidad de expandir el negocio. Todas fueron declinadas. Y por más que Tadashi quisiera apoyar a la cabeza familiar, no quería tener que cortar las alas de su hermano tan de repente. Él mejor que nadie lo conocía y sabía que no iba a dejarse influenciar por una cuestión de estatus o dinero; si llegaba a encontrar a alguien a quien amar y que lo amara (cosa que realmente deseaba), seguramente accedería de inmediato a casarse con ella. Pero entre más buscaran forzar las cosas, más se cerraría el chico, más se frustraría su padre y el ambiente se tensaría más de lo que ya estaba.

El joven quería que su hermano fuera feliz. Deseaba que viviera una vida larga y exitosa. Si la pasaba sólo o de la mano con una esposa amorosa ya dependería únicamente de Hiro.

Sin embargo, el progenitor de ambos muchachos no estaba de acuerdo. Para él, la reputación y buena imagen de la familia era una de las cosas más importantes. Poner en alto el apellido implicaba sacrificio. Había criado a sus hijos bajo ese estatuto. No comprendía cómo es que el menor, con la mente tan brillante que poseía, no era capaz de terminar de entenderlo.

Tras largas noches de discusiones, llegó a la conclusión de que, mientras el muchacho no cometiera alguna tontería que pudiera poner en riesgo el renombre de los Hamada, trataría de darle espacio. A pesar de todo, amaba a su familia. Lo último que buscaba es que esta terminara fragmentándose por un simple desacuerdo.

Tadashi se alegraba de que su padre por fin entendiera a su hermano. Hiro al fin podía respirar tranquilo. La casa volvió a su ambiente pacífico.

Si tan sólo hubieran sabido...

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Una tarde, el más joven de los Hamada se encontraba paseando por las calles de Guanajuato. Era ya algo tarde, por lo que todo estaba casi totalmente a oscuras, iluminado por la tenue luz de la luna, sumido en un profundo silencio únicamente perturbado ocasionalmente por el viento. Al chico no le molestaba en lo absoluto, al contrario, disfrutaba de poder vagar libremente por el pueblo sin tener que preocuparse por miradas indiscretas. La soledad de la noche era una de sus mejores aliadas en momentos de desahogo y relajación.

El Callejón del BesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora