Encuentro incómodo

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Tones_ES:
¡Ya son seis meses! Gracias por todo este tiempo casi juntos.

Petey_:
¿Ya son seis? Wow, feliz aniversario, Tony.

Tones_ES:
Así es, y han sido los meses más maravillosos de mi vida.

Petey_:
Y los míos.

Petey_:
Oye.

Tones_ES:
Dime.

Petey_:
¿Cuándo sucederá?

Tones_ES:
Pronto cariño, lo prometo.

Petey_:
Muero verte, enserio si pudiera iría a California pero la universidad me está consumiendo.

Tones_ES:
Te he dicho que no debes preocuparte, yo iré a New York a verte.

Petey_:
Me harías mucho más feliz si pudiera tenerte todos los días conmigo.

Tones_ES:
Y así será, porque yo también te quiero junto a mí cada día.

Petey_:
Quisiera quedarme hasta tarde como todas las noches, pero estoy agotado, y quiero dormir, ¿no te molesta?

Tones_ES:
Para nada, ve a descansar, lo necesitas. Mañana apenas despiertes te escribo.

Petey_:
Me parece bien, tú también deberías ir a dormir, es tarde.

Tones_ES:
Eso haré, buenas noches, bebé.

Petey_:
Buenas noches, mi amor.

Tones_ES:
Te amo.

Petey_:
Yo más.

Tones_ES se desconectó.

El chico cerró su portátil antes de ponerse de pie, suspiró con resignación. Odiaba lo que estaba haciendo, mentirle de aquella manera tan descarada a alguien que se había vuelto sumamente importante para él era otra de las cosas que se sumaba a su enorme lista de “cosas mal hechas” y no exageraba al decir enorme.

Tomo uno de los teléfono desechables que guardaba en el primer cajón de su escritorio improvisado con una cómoda y le marcó a su más fiel amigo, a su único confidente y testigo. El tono sonó dos veces antes de que Scott tomara la llamada. Hablaron del atraco que llevarían a cabo esa noche, era el más grande que habían ideado hasta ahora, y que esperaban, fuera el último.

Preparó todas las cosa que necesitaría, su amigo le dijo que en una hora pasaría por el, y como siempre la puntualidad era la virtud de ambos. En sus asaltos tenías casi cronometradas hasta sus respiraciones, sí había una modificación de inadvertido estaban expuestos al fracaso inminente.

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Sus relojes, meticulosamente sincronizados marcaban la 01:28 a.m del domingo. Llevaban más de dos semanas planeando robar a la persona más conocida de Manhattan, el empresario multimillonario Anthony Stark, si había alguien a quien más le sobrara el dinero era a ese hombre, por lo que la culpa no les removía la consciencia.

La causa lo amerita” era el lema que siempre se repetían antes de actuar, porque sí, había un buen motivo detrás de todo, no robaban por simple gusto. El hogar de refugiados de Queens se mantenía a flote gracias a las obras poco nobles de aquel par. El Estado parecía no querer monetizar el mantenimiento del lugar donde muchas personas parecían tener una mínima esperanza de prosperar, por lo que Peter y Scott -quienes terminaron siendo conocidos y amigos de casi todos los residentes- decidieron ayudar con lo que parecía ser: el último recurso.

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