El palpitante escozor de mi herida, me despertó del aturdimiento. Seguía en el suelo tirado y con aquella arma en alto. La observé, ignorando el quemazón, mientras pensaba en aquella chica que me salvó seis meses atrás y de la que no había vuelto a saber nada. Necesitaba que estuviera en ese momento porque era la única que podría ayudarme y darme una explicación; De repente cerré los ojos, presionando la mandíbula para no gritar, cuando ese doloroso calor me atravesó la herida y empezó a extenderse lentamente por las venas del brazo, como una serpiente que reptaba por ellas.
Me erguí rápidamente, sentándome en el suelo, y angustiado me saqué la sudadera por la cabeza seguida de la camiseta básica, conteniendo el dolor. Me miré entonces la profunda tajada y, cómo la sangre se derramaba hasta mi mano y manchaba el suelo. Me presioné la herida con la mano intentando de algún modo no desangrarme.
-¿Pero qué…?-escuché entonces a alguien murmurar en mi habitación.
Alcé la cabeza bruscamente y me encontré con ella, con la valiente muchacha de ojos azules. Me miró sorprendida y luego se tomó unos segundos para estudiar su alrededor, desconcertada.
-Llegaste tarde-le reprendí con la voz raspada, apenas podía hablar.
Su fino pijama blanco de algodón con manchas de Dálmata, me hizo sonreír por dentro. Se veía un poco ridícula.
-¿Cómo demonios lo has hecho?-preguntó alarmada y nerviosa, mirándose de arriba abajo-. ¡Me jalaste hasta aquí!-me acusó un tanto indignada apuntándome en seguida con su característica arma. Sí, era exactamente el mismo cristal que yo aún empuñaba en mi mano derecha mientras que la otra se empapaba en sangre.
-¿Qué estás diciendo?-le respondí confuso con el ceño fruncido-. Aparta eso de mí-le ordené.
-Dime cómo lo hiciste- Estaba furiosa. Sus ojos se tiznaron de un azul mucho más intenso que el que tenían.
No me sorprendió, tal vez empezaba a acostumbrarme a este tipo de cosas.
-No hice nada. Solo pensé en ti y apareciste-le susurré con los dientes apretados, desquiciado por el dolor.
-¿Ves? ¡Lo hiciste!-me volvió a gritar, ofuscada.
-¿Nathan?-escuché a mi madre al otro lado de la puerta.
El corazón se me paró. Nos miramos mutuamente.
-¡Fuera!-la apremié en voz baja intentando levantarme.
-¡No puedo irme!-imitó furiosa mi tono de voz, colocándose a mi lado y ayudándome a ponerme en pie-. ¿Qué te ha pasado?-preguntó al percatarse la primera vez en la herida.
-¿Cómo que no puedes?-Giré mi cabeza hacia ella y me topé con sus enormes ojos azules. No le di una explicación de por qué me encontraba así, me pareció más importante que la chica se hubiera marchado para cuando Sophia entrase a mi habitación.
-No tengo mi ánima-puntuó ella molesta, frunciéndome el ceño como si fuera culpa mía.
Iba a preguntar de qué hablaba cuando mi madre abrió la puerta, no se caracterizaba por ser una persona muy paciente.
-¿Por qué haces tanto…?-Se le cortó la voz cuando se percató de la chica y alargó el brazo para darle al interruptor de la luz.
Llevaba su larga y negra melena, un tanto despeinada, y sus ojos verdes destacaban en su piel blanquecina. Se había puesto un conjunto de pijama negro de seda, con el pantalón y la manga larga, y había anudado su bata blanca de algodón –sobre éste- alrededor de la cintura.
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Prohibidos: Esclavos del tiempo.
Fantasy:: AVISO A NAVEGANTES: Esta novela está registrada en SafeCreative por lo tanto absténganse de copiarla o adaptarla de algún modo. :: Sinopsis Nathan y Doia, amigos desde la infancia, empiezan a sentirse intensamente atraídos mutuamente a raíz de un...