1. El retorno.
Sally se miró por enésima vez en el espejo, nerviosa. No estaba segura de si el tocado que había escogido para aquella noche era el adecuado; hacía mucho que no estaba acostumbrada a arreglarse. Pero, aquella noche, todo tenía que salir perfecto.
Rayo acababa de ganar su tercera Copa Pistón y los habían invitado, junto a casi todos los participantes y sus respectivos acompañantes, a una fastuosa gala en el Pacific Design Center organizada por la gran patrocinadora de las carreras: Dinoco. Cierto era que, antes de llegar, la pareja se había enterado de un comienzo de investigación sobre Tex, el dueño de la empresa, aunque aún se desconocían los detalles. Sally estaba preocupada por el magnate: a pesar de sus bromas picaronas, era un buen hombre. Y la abogada que todavía discurría por los circuitos de la joven seguía dándole vueltas a qué podía haber provocado semejante malentendido. Porque era exactamente lo que parecía.
–Wow… –escuchó entonces a su derecha, girándose con cierta vergüenza.
Rayo la observaba boquiabierto desde la puerta del dormitorio. Llevaba su conjunto "elegante" o "de verano", como se quisiera ver. Rojo brillante, las bandas blancas con el rayo dibujado y el número 95 en negro sobre un círculo blanco. Para la ocasión, también se había quitado el alerón y llevaba sus ruedas blancas favoritas, con los bordes de la carrocería pintados de negro. Sally, por su parte, se había dejado aconsejar por Ramón y estaba delineada en un tono rosado claro semejante a brillantina, con ciertos copos sobre las puertas y un adorno tras el maletero que escondía convenientemente su tatuaje. Entre amigos, a la joven Porsche no le importaba mostrarlo. Pero no en su primera fiesta de gala desde hacía años y acompañando a alguien como Rayo McQueen. Lo quisieran ambos o no, sería el protagonista de la noche y ella quería estar a la altura.
–Tú tampoco estás nada mal –lo alabó ella, acercándose desde el espejo. Les habían reservado una amplia suite en lo alto del hotel Ritz–Carlton, cortesía de Tex, y las vistas de la ciudad nocturna eran increíbles–. ¿Listo para ser asaltado por los buitres? –bromeó, a lo que Rayo rio de buena gana.
–Creo que nunca lo estoy lo suficiente –replicó en el mismo tono antes de añadir en voz muy baja–. Estás preciosa, Sally.
Ella inclinó el morro, cohibida.
–Gracias. Pero… –lo sorteó por el lateral para dirigirse hacia la puerta del dormitorio y apuntó, sarcástica– resérvate los halagos para tus admiradores.
Rayo se rio aún más.
–Anda, vamos –la empujó ligeramente hacia el pasillo antes de ironizar–. Lo que no quiere este "protagonista de la velada" es llegar tarde…
Rueda con rueda, Rayo y Sally se dirigieron al ascensor y bajaron hasta la planta baja, admirando de nuevo las vistas. Ciertamente, y aunque dijeran eso mismo de Nueva York, Los Angeles era una ciudad que no dormía. Al salir a la calle, todo era animación y bullicio. Y aunque Rayo hubiese preferido dar un paseo tranquilo, en ausencia de un Doc poco amante de las fiestas, que había decidido regresar a Radiador Springs al terminar la carrera alegando sentirse indispuesto, Sarge y Ramón insistieron en escoltarlos hasta el lugar del evento. Al verlo algo enfurruñado, Sally le ofreció una breve sonrisa de aliento, a la que él correspondió a medias. Pero lo que el joven corredor no podía imaginar era el dilema que se estaba abriendo paso en su novia desde que habían puesto una rueda en la ciudad. Y Sally esperaba que no tuviera que descubrirlo aún.
Quince minutos después –sobre todo a causa del intenso tráfico para atravesar Chevrolet Hills, donde se encontraba la zona lujosa y cara de la ciudad– Rayo y Sally consiguieron llegar junto al Pacific Design, una enorme estructura de cristal multicolor donde coches de todas las marcas, tamaños y colores se agolpaban para entrar alphotocall. Sally se estremeció cuando un súbito terror la asaltó. Casi creía haberse acostumbrado a las cámaras pero… ¿En Los Angeles? ¿Y si…?
Sin ser apenas consciente, retrocedió unos centímetros, pero Rayo lo percibió enseguida y se volvió con el ceño fruncido, preocupado.
–Eh, ¿estás bien?
Sally, por su parte, miraba alternativamente a las cámaras y a su novio, indecisa por primera vez en todo el viaje. Ya antes de salir de Radiador Springs había pensado que no era buena idea pero, ante la súplica de Rayo y su incapacidad para darle un argumento sólido que no pareciese lo que no era, había terminado aceptando acompañarlo como una tartana camino del desguace.
–Yo… –buscó por todos los medios una excusa para zafarse mientras reía con cierto nerviosismo–. Sabes que llevo mal el tema de las cámaras… Y no sé si, en fin…
Para su desesperación, él compuso una mueca triste que a Sally le partió el alma.
–Sí, lo sé. Pero… Ya que hemos venido juntos, pensaba que…
Sally notaba sus dos mitades luchar a muerte entre ellas, sin llegar a una decisión clara. Finalmente, armándose de valor como en otras ocasiones, sacudió el morro y claudicó.
–Está bien. Por ti lo haré.
Rayo sonrió, más aliviado, pero Sally apenas pudo devolverle una mueca con los labios apretados mientras ambos se encaminaban hacia el largo pasillo rojo. De repente, la joven estaba temblando y no estaba del todo segura de por qué, de dónde venía exactamente ese temor a verse expuesta a las cámaras.
Sin embargo, cuando les tocó el turno, la muchacha disimuló pegándose a Rayo, sobre todo para mitigar los escalofríos que la recorrían cada poco rato, y forzó su mejor sonrisa; por suerte, apenas estuvieron dos segundos frente a los flashes antes de que llamaran a la siguiente pareja invitada. Al volver a la penumbra y su seguridad, Sally resopló sin poder evitarlo.
–¿Estás bien, Sal? –preguntó Rayo de nuevo; y al ver su cara de circunstancias, intentando quitarle hierro al asunto agregó–. Vamos, ya ha pasado… Ahora intentemos disfrutar de la noche, ¿de acuerdo?
–Sí, claro –ella intentó mostrarse más animada, aunque solo lo logró a medias antes de susurrar para sí misma–. Ya ha pasado…
Fue entonces cuando Rayo se detuvo a su lado y le tocó una rueda con la suya, haciéndola frenar también y obligándola a mirarlo a los ojos.
–Oye. Sé que esto puede ser complicado y más… sabiendo que te fuiste de aquí para no volver –"aunque nunca haya sabido exactamente por qué", reflexionó el corredor para sus adentros. No era un tema que hubiesen tocado mucho y a Sally parecía disgustarla profundamente cada vez que salía la palabra "Los Angeles" en una conversación. Pero, si había aceptado ir con él y conociéndola, Rayo suponía que su novia podría afrontar lo que viniese en los dos días que iban a estar en la gran ciudad –. Pero… yo estaré a tu lado, ¿de acuerdo? –trató de confortarla –. Y seguro que aquí no hay nada que pueda recordarte a tu pasado… –sonrió con convicción a la vez que le hacía un gesto con el morro–. Venga, vamos para dentro. Estoy seguro de que todo irá bien.
Pero Rayo se equivocaba en parte. Y encontrarse con su pasado en un lugar distinguido como aquel era lo que Sally más temía de aquel viaje.
Para bien o para mal, en efecto, unos metros más allá, cuando apenas habían alcanzado la primera mesa de cócteles y saludado a un par de compañeros del corredor, se escuchó tras ellos una voz algo chillona que Sally reconocería en cualquier parte:
–¡Por tooodos mis circuitos! ¡No puede ser! ¡Sally Carrera! ¿Qué haces tú aquí?
Momento en que la interpelada, ante la sorpresa genuina de Rayo y la pareja que estaba hablando con ellos, se volvió con los parabrisas como platos y exclamó sin poder contenerse:
–¡Por el Auto Todopoderoso! ¡Naya! ¡¿Eres tú?!
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RayoMcQueen y Sally una cita en el pasado
RandomLos Angeles. Un imparable Rayo McQueen acaba de conseguir su tercera Copa Pistón y Tex, dueño de Dinoco, decide organizar una fiesta en Los Angeles para celebrarlo con todas las escuderías. Lo que ninguno sospecha es el efecto que tendrá sobre Sally...