Prólogo

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Valle de la Oscuridad.

 Era una fría y solitaria noche de ese treinta y uno de octubre en donde los búhos cantaban posados en las ramas de los árboles estremecidos por la corriente de hielo y bañados por la luz de una luna plateada, contemplando así las nubes que el helado viento de la época llevaba sobre la luna, dando aviso de una tormenta que se avecinaba o una desgracia, quizá.
Los carruajes salpicaban los charcos que una briza reciente había dejado por el lodoso camino hacia la vieja ciudad de Coventry.
Los hombres que a sus muertos veneraban bebiendo alcohol y comiendo de su pan en la tumba de su difunto, yacían casi desmayados a esas horas de la madrugada bajo el sereno de la noche, excepto uno, que por la muerte de su amada no lograba conciliar el sueño desde que ella partió dejándolo sólo y desconsolado en este mundo cruel y despiadado, mientras los lobos le acompañaban en su dolor aullando en lo alto de la montaña cada vez que él se lamentaba.
Habían pasados dos, tres, cuatro horas, en realidad no sabía desde hacía cuanto tiempo estaba allí, como si llorar en su tumba haría que ella regresara. Entre sus lamentos escuchó un ruido detrás de la estatua de uno de los tantos santos que ellos adoraban.

—¿Quién está ahí?

Preguntó el hombre sabiendo que nadie respondería ya que quizá se estaba volviendo loco. Tomó su lámpara de trapo y acelerante, y se puso de pie alumbrando hacia donde provenía el extraño ruido. Pensó que quizá había sido solo un animal rondando por el cementerio y que no corría ningún peligro ya que el espíritu de su difunta esposa lo protegería por siempre y para siempre, entonces se dio la vuelta y dio un paso.
Otra rama crujió, ésta vez más cerca de él y un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, entonces se quedó paralizado al oír pasos, muchos pasos en realidad, de unas cinco personas, tal vez. El pobre hombre se echó a correr soltando su lámpara al chocar contra uno de los tantos nichos que en el camino se le atravesaban, ahora corría a oscuras; segundos después tropezó con las rama de un árbol y una masculina figura lo tomó de los pies, éste no pudo ni gritar, se había pesado, su cuerpo no respondía a las órdenes de su cerebro.

—No luches, es inútil contra algo como yo, querido y pequeño humano.

La fuerza de este misterioso hombre parecía sobrenatural ya que lo iba arrastrando por todo el cementerio de los pies con una sola mano como si cargara solo un costal de algodón y nada más, minutos después el hombre se detuvo entre dos árboles con otras cuatro personas esperándole.

—Es seguro, todos son borrachos, excepto este, pero de él me encargo yo. ¡Vayan a comer mis queridos hermanos! —Expresó con ánimo y una alegre sonrisa.
Estas otras personas desaparecieron en un borrón.

Estaba asustado, tan asustado que podía oír el latido de su corazón amenazando salírsele del pecho. El misterioso hombre se acercó; gritos se oyeron a lo lejos; las manos frías tocaron su cuello y pudo observar que las pupilas de este ser eran de color rojo, como un aro de fuego encendido en plena oscuridad, entonces el humano recuperó el habla.

—¿Qué son todos ustedes? —apenas y habló.
—Nos llaman...—el misterioso ser hizo una pausa, luego de varios segundos continuó—Hermanos de la Oscuridad.

Heredera del AscensoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora