Capítulo único

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Habían estado un largo rato en ese pasillo blanco bajo la luz cegadora de las lámparas, tanto que perdió la noción de la hora a la par que sus ojos se debían mantener constantemente cerrados para evitar un dolor de cabeza; cuando el menor le cuestionó cuánto tiempo más estarían presentes, estaba dispuesto a soltar un «no lo sé, Max», afortunadamente, aquella respuesta repetitiva no se hizo presente cuando una mujer con olor a medicina y otras sustancias de las que no quería averiguar indicó que ya podían ver al paciente. Agradeció, dando empujoncitos a su compañero para que caminara por el pasillo en dirección a la única habitación que existía en el corredor; por supuesto, hizo caso omiso de la conversación que surgió entre ellos —a pesar de ser Max el único que hablaba— durante el diminuto trayecto sobre la ingenuidad de su persona por querer ser amigable con alguien quien no se supone debe serlo ¿pero quién podría juzgar eso? Todos merecen segundas o terceras oportunidades, las suficientes hasta que realmente la decepción lo aplaste.

Sacudió esa idea de la cabeza, recordando que el optimismo y la fe siempre necesitaban estar presentes para que el verdadero cambio surgiera, después de todo, es eso mismo lo que le ha ayudado a reconocer sus errores como a la vez hacer que cambie vidas, la propia y ajenas. Cambió su postura a una más segura y animada, que solo se engrandeció cuando la puerta fue abierta por otra enfermera, quien anunció su visita con cierta sorpresa, dado que según el paciente no poseía amigos cercanos; no hubo preguntas, su apariencia fue suficiente para que la trabajadora pensara que en realidad eran familia, al punto en que los asimiló como hermanos o primos. Ni siquiera le dio tiempo de aclarar las cosas cuando se quedó solo con el de ojos prados y el rubio que lo miraba con cierta consternación.

« ¿Qué haces aquí?» es lo que podía leer en la mirada de Daniel, ya que parecía que el cuerpo del pálido no era capaz de reaccionar aún por el lavado de estómago.

— ¡Veo que somos los primeros en visitarte, compañero! —Resaltó lo obvio, dado que la sala estaba vacía, exceptuando por el material del hospital y una televisión vieja. —Hemos decidido —al sentir la mirada de Max, supo que debía corregirse. —He decidido que mi comportamiento no fue el apropiado, además de ser tu contacto de emergencia según lo establece el contrato que realizamos —y que parecía cumplir cuando le era conveniente. —Así que venimos con un regalo para formalizar la paz de nuestros actos.

Puso su mano en la espalda del azabache, dando golpes suaves con las yemas de sus dedos alentando que se acerque para que entregara el ramo de flores que escogió personalmente para decorar ese triste lugar, sin embargo, Max ponía resistencia, aferrando sus pies a una barrera invisible en el suelo para no tener que caminar en dirección al cultista, —a quien preferiría evitar a toda costa —; insistió variadas veces, al punto de ser el mismo quien lo hiciera dar pasos cortos al empujarlo consigo para que presentara el ramo sin ninguna objeción; al final su persona fue la que se alzó con victoria al verse los dos frente a una de las laterales de la cama. Cogió el regalo con cuidado, depositándolo en el jarrón sin agua que se empolvaba encima de un taburete de madera. Acabando su trabajo, agarró de los hombros al campista, motivándolo a ser amable.

—Si vuelves al campamento juro que está vez no llegará la puta ambulancia a tiempo —advirtió antes de liberarse del agarre amistoso de David e irse a contra esquina de donde estaban. Recargó su cuerpo en la pared, en espera de que un acontecimiento horrible pasara para ser el primero en dejarlos en esa situación.

Las palabras se desvanecieron de su boca cuando la amenaza del chico salió con seguridad, al punto en que tuvo que mirarlo con desaprobación. —Max, lenguaje, este es un lugar donde se debe guardar respeto.

—David... —interrumpió el dueño de los ojos aguamarina. —Es muy amable de tu parte venir con un presente pero —se dio unos segundos para toser y seguir sacando restos del kool-aid envenenado. Al parecer la hipocresía era capaz de matarlo — ¿¡Qué haces aquí!? ¡Tú eres el culpable de que almas inocentes llenas de toxinas negativas no puedan ascender con Zeemuug con ayuda de su grandioso líder! ¿¡Por qué creerías que deseo verte en estos momentos, sobre todo si eres tú quien me ha hecho fallar en mi misión!? —atacó sin importar la poca amabilidad/descontrol emocional que presentaba, estaba harto de estar en ese estúpido lugar, y estaba aún más harto de saber sobre la existencia de David; los gestos antiguamente paralizados no eran más que un recuerdo en esos instantes, gracias a que los analgésicos ―y el estar en una realidad fuera de su culto― lo hacían expresar todo ese odio irracional hacia su visita.

White DayWhere stories live. Discover now