19. LLEVARTE POR UN MUNDO MEJOR

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Gracias a la habilidad de Amaia para encontrar vuelos y hoteles y la de Alfred para hacer la maleta en un visto y no visto, al día siguiente ya se encontraban rumbo al aeropuerto de El Prat para coger su vuelo con destino a París.

Amaia se había dormido prácticamente al subirse al avión, en cambio, Alfred había estado inquieto durante todo el viaje. Quería que esa escapada fuese especial, quería redimirse por sus celos sin sentido, por haber desconfiado de ella, por haber sido tan capullo.

Al final iban a pasar cuatro días en Francia, dos en Disneyland y dos en París, para aprovechar el viaje.



La habitación de su hotel estaba decorada en tonos azules y blancos con vistas al lago del parque. Amaia se dejó caer en la cama solo llegar y sonrió mirando a Alfred.

- ¿Qué te apetece hacer primero?

- Comerte. - Dijo Alfred tranquilamente. - Pero lo dejaré para luego, deberíamos aprovechar el día, ¿no?

- Estamos en un parque de atracciones infantil, no puedes ir diciéndome esas cosas. - Rió Amaia.

- Que yo sepa estamos en una habitación de hotel que tiene hasta cortinas en la cama, no pasa nada. - Sonrió Alfred pícaramente. - Por cierto, ¿has elegido la habitación menos infantil que has encontrado a propósito? Ni un Mickey Mouse, ni nada.

Amaia le miró sonrojada y se levantó de la cama para ir a abrazarle.

- ¿Te reirás de mí si te digo que me daba cosa tener sexo con personajes de Disney repartidos por la habitación?



Después de la pequeña charla que tuvieron en el hotel pasearon hasta la entrada del parque. Los dos miraban hacia todos los lados como niños pequeños, emocionados por explorar un mundo mágico.

La primera atracción que encontraron fue la de Buzz Lightyear y Alfred no pudo evitar darle palmaditas en el brazo a Amaia.

- Mira Amaix, esa tienda se llama constelación, nos tenemos que comprar algo ahí.

La chica le miró con una sonrisa y le pasó los brazos alrededor del cuello para darle un beso en la mejilla.


Se lo pasaron en grande en toda esa sección del parque, adentrándose en el espacio gracias a atracciones como la de Star Wars.

Cuando salieron de ahí, los dos estaban muertos de hambre, así que decidieron que entrarían en el primer restaurante que viesen por la calle.

De repente, Amaia contuvo el aire y le agarró fuertemente la mano a Alfred, provocando que este se girase a mirarla interrogante.

- ¡El restaurante de la Dama y el Vagabundo! Tenemos que comer ahí, cucu, porfa. - Suplicó Amaia con carita de bebé.



Cuando eran pequeños, habían tenido una temporada en la que siempre que les ponían espaguetis para comer acababan imitando a los personajes de la película. Más de una vez tuvieron que cambiarse de ropa de lo llenos que se habían puesto de salsa.

Javiera se ponía de los nervios cada vez que los veía, un día incluso intentó sentar a cada niño en un extremo de la mesa para evitar que compartieran la comida. Esa medida no tuvo demasiado efecto, ya que cuando se giró a mirarles, les vio a los dos de pie en las sillas para acercarse todo lo posible al otro. Es más, el remedio fue peor que la enfermedad, ya que no solo acabaron ellos manchados de salsa, si no también toda la mesa, los vasos, e incluso Ángela que comía en medio, ajena a lo que pasaba a su alrededor.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora