TRES

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T R E S


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          LA CONFIANZA de Min YoonGi había desaparecido de las inmediaciones de su sistema cuando se vio completa y absolutamente incapaz de resolver el asesinato de una joven chica de veintitrés años que había sido disparada a la medianoche de hace un par de meses frente a un local 24h. Su carácter, su capacidad deductiva, su más que necesaria audacia y la intuición desaparecieron. Todas las cosas que le habían convertido en el inspector Min de la Policía de Corea se habían evaporado.

—Se lo volveré a repetir, agente. ¡Solo iba a estar fuera por un par de minutos! —se excusó la anciana mientras YoonGi seguía completando los espacios en blanco de la multa de tráfico que estaba redactando—. ¡Oiga, no me ignore! ¡Le estoy explicando la situación!

A veces YoonGi se preguntaba por qué no había optado por abandonar el cuerpo de policía después de que el presidente le abstuviese de la investigación de aquella joven cuando se hizo más que obvia su incompetencia y su negatividad para encontrar alguna pista o algún culpable. Explicándolo con otras palabras, le acusaron de ser un puto inútil y tuvo que dejar su puesto como inspector de la policía para pasar a ser un estúpido agente de tráfico que solo ponía multas y discutía con la gente.

YoonGi arrancó el papel de la libreta y el sonido se le hizo ingratamente conocido. Aquella debía de ser la decimocuarta multa que ponía en todo el día y le pesaba que aún le faltasen otras cinco horas de trabajo. Y todo sería más ameno si trabajase con sus antiguos miembros del equipo, pero ese no era el caso. Ahora siempre estaba solo, escuchando los códigos policiacos a través de la radio y poniendo multas.

Multas, multas y más multas.

—Señora, lleva usted una hora metida en la peluquería —respondió YoonGi mientras le entregaba a la señora el papel—. La he estado vigilando.

Sin nada más que decir, la señora le arrancó de las manos la multa a YoonGi y se dio la vuelta farfullando insultos y palabrería inconexa. Cuando se montó en su coche, él también lo hizo en el suyo y continuó su labor a la espera de llegar a casa.

Una vez que el sol se estaba poniendo, YoonGi aparcó en la puerta de su casa. Gracias al dinero que habían estado ganando él y su encantadora mujer, la casa de la que disponían era grande y espaciosa, con muebles sofisticados y cuadros elegantes colgados en la pared. El jardín, como siempre, resplandecía por las flores (sobre todo por las hortensias). Las luces del interior estaban todas apagadas a excepción de la de su habitación, así que, dejando las llaves y la placa en el recibidor, desprendiéndose de su chaqueta sin meter alimento en el estómago, subió las escaleras lentamente, con la madera crujiendo bajo sus pies.

tres | yoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora