CINCO

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C I N C O


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          GAKJI llevaba siendo el hogar de HoSeok por dieciocho años. Su madre le había dado a luz en el hospital del barrio y, apenas cinco días después, fue abandonado por la misma a las puertas del orfanato. Así que, a causa de la irresponsabilidad de una madre adolescente que quedó embarazada por accidente y un padre echado a la fuga, HoSeok tuvo que criarse en un orfanato que no tenía las mejores instalaciones, ni los mejores tutores, ni tampoco los mejores niños con los cuales crecer.

Siempre había sacado partido al hecho de ser algo carismático y observador. A HoSeok le encantaba la guerra. Sonaba algo tétrico y escalofriante que un niño admirase una parte tan horrible de la historia de la humanidad, pero de verdad que le gustaba. Siempre robaba los libros de historia de la biblioteca o de la estantería de Nana, la trabajadora social que vivía con ellos. Se sentaba en el suelo del salón o en su habitación y leía acerca de muchísimas cosas. Veía todas las películas que tenían que ver al respecto en la escacharrada televisión que tenían y jugaba muchas noches con sus compañeros de cuarto al Risk.

—Hoy leí que existe una teoría que dice que Hitler no murió en el búnker como todos piensan —fue lo que dijo un HoSeok de diez años, correteando por la cocina con un libro sujeto entre sus brazos (que era casi igual de grande que él) detrás de Nana.

Nana sentía una gran debilidad por HoSeok. En los diez años que llevaba ahí, Nana le había presentado al niño cerca de sesenta familias, pero ninguno había terminado por adoptarle. Consideraban que era un niño demasiado intenso para sus vidas. Así que por ello, Nana comenzó a tratarle como a su propio hijo. Trataba a todos los niños por igual, convivía con ellos las veinticuatro horas del día, pero HoSeok se ganó su corazón. Ya fuese por esos dientes desiguales que le hacían lucir tan tierno, esos raspones que siempre llevaba en las rodillas por caerse al jugar («¡Teniente Song, los misiles se dirigen hacia nosotros!») o esos ojitos tan carismáticos y oscuros que parecían querer comerse el mundo.

—Cariño, tengo una reunión con los posibles futuros papás de YeongJi —le regañó con suavidad, poniéndose de cuclillas para quedar a la altura del niño—. Necesito que subas a tu cuarto.

Cuando HoSeok escuchó el nombre de ella, abrió la boca sorprendido. No supo si estaba triste o feliz.

—¿Yeongie se marcha?

—Espero que así sea.

HoSeok ni siquiera recordaba cuándo había conocido a YeongJi. Llevaban juntos en el orfanato desde donde le alcanzaba la memoria. Nana le contó la historia en la que, en realidad, ellos eran hermanos mellizos; porque se parecían un montón (más de personalidad que de físico) y porque fueron entregados a las puertas del orfanato el mismo día. 

cinco | hoseokDonde viven las historias. Descúbrelo ahora