El Ojo de la Verdad

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Una sombra se deslizó a través del tejado. Varios cuervos y Grises pululaban alrededor, ignorantes de lo que sucedería a continuación.

La figura que corría sin emitir ruido alguno se detuvo detrás del acceso a la azotea, se mantuvo vigilando un instante a los despistados seres alados. Y luego, como por arte de magia, desapareció junto con su sombra a plena luz de media tarde. Ni siquiera el sensible oído de los cuervos o el agudo olfato de los Grises pudieron detectarla, aun cuando estaba justo detrás de ellos. Se acercó con extremo sigilo, empuñando una navaja invisible.

El primer Gris víctima de sus tajos cayó aullando cortado a lo largo de su espalda; luego su garganta fue hendida completamente por un corte al sesgo y dejó de moverse. Los demás se alarmaron y se agitaron y comenzaron a chillar, sin comprender lo que estaba sucediendo, incluso los cuervos, que inmediatamente se echaron a volar; aunque no pudieron huir, interrumpidos en medio del despegue, seccionados de lado a lado por la navaja invisible. Los tres Grises restantes se perturbaron sobremanera y comenzaron a dar vueltas en torno al techo, aunque no utilizaron sus alas.

Otro Gris cayó con el gaznate horadado. En ese momento uno de los restantes advirtió que el polvo saltaba en derredor de lo que aparentaba ser una pisada. Se abalanzó con esperanzas de atrapar al imperceptible depredador; pero también encontró su muerte. La navaja invisible le perforó el tórax, haciendo que toda su sangre mugrienta saliera a borbotones y que la vida se le escapase lentamente. El último decidió huir sabiendo que ya no podría hacer nada, tratando de salir volando rápidamente; pero la hoja silbó en el aire y se hincó en medio de sus omóplatos, entre sus alas. Cayó con estrépito de espaldas, clavando aún más la daga, y comenzó a patalear y a chillar con más ímpetu, dándose vueltas y tratando de sacar la hoja.

La figura invisible se acercó y se posó sobre él, luego extrajo la navaja y le permitió darse vueltas otra vez. Cuando el Gris estuvo de frente la figura se hizo visible, revelando una hermosa adolescente de pelo profundamente negro y ojos de esmeralda. La jovencita se inclinó hasta estar cerca de su rostro. El Gris parecía asustado, pero ya no estaba revolcándose. Estaba inmóvil.

—¿Dónde está el hombre de piedra? —inquirió la esmeralda.

El Gris se quedó observándola un rato, y al cabo intentó contestar, pero no pudo emitir más que un simple gruñido y algunas palabras poco inteligibles, entre las cuales destacaban «mortal», «comida» y «capturar».

—Te lo preguntaré una vez más —insistió—, ¿dónde está Gárgolo?

El Gris volvió a gruñir y a emitir sonidos de poco sentido. La esmeralda se impacientó y le cortó la garganta. El Gris pataleó unos instantes y finalmente quedó inerte. La manzanita se incorporó y echó una ojeada a la ciudad desde aquella altura. Todo parecía tranquilo. No había señales de hordas revueltas en las cercanías.

No tiene sentido seguir preguntando a estos idiotas, se dijo a sí misma. Tendré que buscar otro modo. Tendré que intentar nuevamente encontrar el Ojo.

Y así la esmeralda se dio media vuelta y recorrió los tejados hasta entrar por un hueco y descender a los callejones. Viajó con cautela hacia el suroeste. Hacia su próximo destino.


Grey despertó sobresaltado al escuchar el alarido de Lyla. Se incorporó de un salto, y al advertir que estaba inquieta, deambulando de un lado a otro, pensó que alguna extraña criatura se había arrastrado a través de las cloacas y la había perturbado. Sostuvo el mango de la catana y oteó de lado a lado, pero al no advertir movimiento alguno, volvió a soltarla y se encaminó hacia ella. Trató de calmarla y de preguntarle qué la afligía. Lyla contestó con voz tremulenta.

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⏰ Last updated: Nov 20, 2018 ⏰

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Ciudad Sagrada - Entre Blanco y GrisWhere stories live. Discover now