Estamos engañados.

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Me asomé a la ventana. Estaba nublado. Mi reloj digital marcaba las 3:22 de la madrugada. Ya me volvía a pasar. Otra vez aquella maldita pesadilla, que solo sabe repetirse una y otra vez. Me dirigí al baño y me miré al espejo: <<Qué cara tienes Sam>>. Esto no es justo. Tiene que ser suficiente ya. No paro de repetirme lo mismo. Cómo si algo fuera a cambiar. Qué irónico todo. Me lavo la cara y vuelvo a mi habitación. Me meto en la cama y poco a poco me absorbe la oscuridad.

- ¡Sam, el desyuno. Vas a llegar tarde y es tu primer día! - Me chilló desde la planta de abajo mi madre. Una mujer encantadora, de verdad. Ella siempre tan cuidadosa, tan... todo. Bajé corriendo las escaleras y la di un beso en la mejilla, cogiendo una tostada que había hecho apenas unos minutos. Crujía en mi boca, qué sabor tan familiar. Siempre nos dedicábamos mi hermana y yo a esto. Jugábamos haber quién comía mas tostadas. Lo seguiría haciendo, si mi hermana estuviera en casa, y no en la universidad. Está estudiando la carrera de medicina. Son siete años de carrera y va por el cuarto año. Siempre se le ha dado bien estudiar, cosa que a mi, bueno a mi se me da.

-¿Qué tal te encuentras hija?- Preguntó mi madre.

-Estoy mamá, estoy. - Respondí bajando la mirada, como siempre. Mi madre suspiro. Últimamente suspira mucho, suspira por mi. Parece que todo se soluciona así, suspirando. Así se liberan las penas, cielo. Eso me dice mi madre. Pero a mi no me libera, a mi me hunde.

-Nos vemos después de comer, cariño.- Dijo, despidiéndose de mi y dándome un beso en la cabeza. Seguidamente, cogí mi mochila, abrí la puerta y me disponía a empezar otro día nuevo, en otro sitio nuevo, con gente más o menos nueva. Si el sol sale, ¿por qué no voy a salir yo? Y eso hice, pero seguía nublado.

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