Capitulo Único

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Escrita por Caelyn

Ilustrada por Barby

Nadie puede verme, si yo no lo quiero así.

Después de todo éramos opuestos, el cliché más viejo del mundo que se desmembraba hasta la última de sus fibras y encarnaba en sus paradójicas representaciones de nosotros dos: él la luz y yo la sombra. De ser más trágica esta historia, las líneas divisorias entre nosotros serían más que imposiciones nuestras; más que imposiciones mías, pero yo detesto el drama, y la única tragedia que conozco es la que intento evitar con mi trabajo.

Nadie puede verme, si yo no lo quiero así, y entonces permito que la oscuridad me engulla, que me rodee y me asfixie, lejos de su vista y de todo lo que él representa, como la luz.

La quietud se extendía por la avenida. El sonido eléctrico de las lámparas de alumbrado público y las torres de electricidad rompía el encanto del silencio. Las aceras estaban húmedas por la reciente lluvia, y de los techos goteaban sin cesar los residuos líquidos que habían quedado atrapados sin paso hacia su mortuoria libertad cuesta abajo.

Mis zapatos hacían un sonido extraño, mientras chocaban con el asfalto, como el sonido de succión. En el pie izquierdo, al pisar, el zapato deja escurrir el agua que los charcos le habían obligado a absorber.

En la puerta de un restaurante, Jenny se llevó un cigarro a los labios y caló de él.

--La humedad vuelve mejor a un cigarro --dijo con calma, sonriendo; mientras que, con la punta del dedo índice, sacudía el cigarrillo y hacia caer la ceniza. Las morusas cayeron hasta el suelo mojado, y se deshicieron en partículas que se pegaron al suelo. Él sólo negó con la cabeza,  cansado de intentar arrebatarle aquel vicio.

Inhalé.

Nueva York no tiene el aire límpido, huele a sucio, a alcantarillas que escupen humaredas como si la ciudad fumara cajetillas enteras al día.  La lluvia no se siente cómoda mientras caminas bajo ella sorteando transeúntes malhumorados y vagabundos que arrinconan cartón contra las cortinas metálicas de los establecimientos.

Levanté la cabeza y miré hacia el fin de los rascacielos buscando la información que necesitaba para saber la hora; a pesar de todo, eran tan sólo las 5:30.

Los muros altos, persecutores de  nubes, permanecen perenes contra las interacciones del clima. Anchos en sus bases, a la vista, se vuelven agudos puntos que se van uniendo en el cielo, pegándose, o al menos intentándolo, como si no hubiera una avenida separándolos.

Allá, en el fondo, se ve una mancha negra que se apodera del firmamento. En Nueva York hay días donde no se ve el cielo siquiera, el frío se densa e intenta pelear contra los contaminantes, pero lo único que logra es hacer una pasta extraña que cubre lo que en casi cualquier otro sitio se ve de azules intensos, grises adormecedores, y paletas interminables de combinaciones.

La tela de los bolsillos de un pantalón es siempre una cómoda guarida, guardé las manos  en ellos, hundiéndolas hasta el fondo, e intenté dar media vuelta.

¿Qué estaba haciendo, precisamente?  Me había vuelto un intruso, un renegado que había llegado a renunciar, a huir…; un soldado desertor que husmeaba en las noches buscando a sus antiguos camaradas para preguntar quién había muerto en batalla aquel día.

Había comenzado jugando el juego del protector, el merodeador que se escondía entre los escombros de las ciudades, en las que aparecían buscando algo que hacer cuando estaban en peligro. Me refugié en mi papel de redentor secreto. Y mientras ellos luchaban, yo los protegía, consciente de que con ello los salvaba dos veces, protegiéndoles en el presente, resguardándolos de sí mismos para un futuro. Pero con el tiempo, mi plan había funcionado demasiado bien, The Autority se fue desintegrando, cayéndose en pedazos como una parvada de pájaros que cae en picado cuando los localiza un cazador. Las misiones acabaron, sus rescates terminaron, cada uno apuntaba a un sitio distinto ahora, y yo no tenía nada más que pretender; nada más que hacer escabulléndome de sombra en sombra, mirándolos andar por las calles.

Contrapunto, Apollo y MidnighterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora